TREINTA AÑOS DE CHANTAJE

Acabaréis ahogados en vuestra propia marea de cinismo y mentiras. Oír hablar de humanitarismo a quien sabemos prisionero de una negociación mantenida contra la voluntad de los españoles, a pesar de los muertos que la banda le puso sobre la mesa, produce una mezcla de desazón y risa amarga, una sensación de hartazgo, de estar en manos de un grupo de inmorales en los que no se sabe que predomina, si la condición grotesca o la ruindad. Porque no estamos dirigidos por Gandhi, no jodamos, sino por un mequetrefe venenoso y sectario (capaz hasta de amenazar con revelar secretos de Estado), que trata implacablemente a quienes se le oponen, y ofrece sonrisas y prebendas a quienes necesita o le adulan. Y que ha hecho de esa negociación el eje de un proyecto neototalitario para España, de un auténtico nuevo Régimen para que los nazionalistas antiespañoles le mantengan en el poder a cambio de una parte del botín.

La moral política de ZP es bivalva, ambizurda, deliberativa según le convenga. De Juana no era sino una prueba más de lo que los terroristas vascos llaman “muestras de la voluntad inequívoca del Estado para encontrar una salida al conflicto”. O sea, de que les vamos a dar lo que piden como único modo de que dejen de matarnos. O, al menos, que maten poquito y sólo a ecuatorianos, que es lo que al Fiscal General del Estado le parece que es “casi” no matar. Hemos perdido diez años de apretar los dientes y enterrar a los muertos, populares y socialistas –y son cada vez más, sobre todo vascos, los socialistas que abandonan a este ZP-, mientras acorralábamos a los asesinos y los con-vencíamos (sic) de que no tenían más salida que entregar las armas y escribir sus memorias.

Hoy, ese socialismo que se dice de los derechos arroja toneladas de basura sobre los españoles que han decidido manifestarse para no tener que vomitar. Para defender la democracia y la libertad que este presidente barbie-maquiavélico, ambicioso y sin escrúpulos, ha entregado a una organización terrorista como culminación a tantos años de chantaje, de extorsión, de asesinatos, pero también de resistencia y un heroísmo que habrán sido inútiles si se confirma esta agonía final. España fue demasiado generosa con quienes sólo querían destrurila. Se les concedió un estatuto con privilegios inconcebibles, un Concierto económico por el que la autonomía vasca no sólo se convertía prácticamente en un Estado, sino que ese Estado lo pagábamos los demás: los pobres manteníamos a los ricos, poníamos los muertos y la pasta. Defendimos sus ventajismos fiscales ante Europa, mantuvimos -hasta la mayoría absoluta de Aznar en el 2000- unos beneficios penitenciarios inconcebibles en cualquier democracia verdadera frente a sus enemigos, asunto que hoy esconde este PSOE que se opuso hasta diez veces en las Cortes a cambiar el código penal para evitar ese escándalo, mientras arramblaban con los millones de los fondos reservados para sus fincas y sus putas y para pagar mercenarios chapuza y gastos de casino.

Y cuando el pueblo, el pueblo, sí, que se os ha olvidado en los chaletes de ‘disseny’, el pueblo se echó a la calle con sus manos pintadas de blanco para decir basta a los asesinos de un muchacho de 27 años que tocaba la batería, un hijo de inmigrantes gallegos en Ermua que había querido ser concejal de su pueblo, entonces acudieron los amigos del PNV, esos demócratas, y los chicos de Izquierda Unida -que no se nos olviden, para mi vergüenza, que los voté durante muchos años-, y firmaron el Pacto de Estella para salvar a la ETA, para dar el golpe de mano definitivo contra una España que se los comía. Esos mismos son hoy algunos de los sostenes principales de ZP.

Aquel espíritu de las manos blancas -del que salieron Basta ya y El foro de Ermua- supuso un maravilloso movimiento democrático que empujó al PP, como ha hecho ahora, contra todo lo que Zapatero ha vuelto a traer: la claudicación ante el terror, la dignificación de los asesinos, la entrega de España a los nazis regionales. Allí se inició lo que ayer brotó otra vez de las calles: un grito de decencia, el estallido de una nación que no está dispuesta a desaparecer. Es decir, todo lo contrario a una extrema derecha, neutralizada y residual desde el 23-F, con cuyo espantajo pretende este PSOE asustar en una nueva reedición del doberman.

La que ayer acudió fue la España democrática, la que defiende la igualdad ante la ley, el fin de los privilegios y las cesiones ante los treinta años de chantajes de las auténticas extremas derechas con boina con las que el zetapismo de los progres ha construido su alianza de hierro: ERC, CiU, Nafarroa Bai, BNG, la Chunta, y el resto de la corte independentista de los que ya han comenzado a despìezar el Estado gracias a ZP. Ellos son la reacción y la caverna, los enemigos de esta libertad que nos dimos, y de una Constitución que la encarna y a la que los nazional-socialistas del líder sonriente le quiebran el cuello cada día.

Lo que ayer vimos fue a millones de españoles afirmando que queremos seguir siéndolo, que no estamos dispuestos a que nadie, nunca más, nos imponga el destino con una pistola.

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