Pedro Saura frente a su derrota

No han querido pasar sus falsas guadañas de segadores de pega por el cuello del líder helado. Todavía. A Pedro Saura, el candidato del Partido Socialista de la Región de Murcia, que llegó para salvar un partido de cartón-piedra gobernado por el trío de los malayos, lo dejaron sin sangre el 27 por la noche, cuando ya en la debacle las facas se abrían entre güisquis y sueldos perdidos. ¿Quién le hizo creerse a un muchacho moderado y discreto, tranquilo y afable, un economista cuya lengua son las tasas y los déficit, que era la reencarnación de Largo Caballero, el nuevo Lenin de los resorts atizado por consejeros de diseño y manos de señorito?

Entre él y los verdaderos trabajadores pusieron el muro de los plañideros, las cohortes de funcionarios, sindicalistas en nómina e intelectuales de la ceca a la meca, ecologistas de manual y evocadores del botijo, que forman hoy el socialismo. A las Facultades cooptadas, en el bosque de los enchufados, de los sectarios que se promueven mutuamente contra la maldad capitalista de la que comen, no llega la vida, los árboles secos, los jóvenes inanes que su educación y las ideologías à la page del zapaterismo van dejando como rastro de Pulgarcito. No llegan los ecos de las mezquitas, las discriminaciones ‘positifas’ que les han llevado a construir una democracia del género, el colectivo, las nacioncicas, el origen o la religión, siempre que no sea católica, y no del número y de la igualdad individual. Ya no les llega España.

Pedro tuvo un acierto esencial para la mejora de esta Región y de su partido: le dio al PSRM un sentido y una esperanza, lo puso a hacer oposición. Y le enseñó los dientes al Gobierno, lo despertó de su aburrida mayoría, lo que llevó a Valcárcel a su mejor legislatura y a colocar a la Región de Murcia en una situación histórica que no habíamos conocido: ser alguien en España, poder mostrar con orgullo un desarrollo envidiable (y envidiado) y cohesionar alrededor de esa idea compartida de prosperidad a una comunidad que nunca había existido.

La Región invertebrada se sentía por primera vez unida en un proyecto común, aunque sólo fuera por joder al Zapatero que quería condenarnos a la inexistencia. Y si hacer oposición fue su gran virtud, la oposición que hizo fue el gran error de Saura: no escuchar la voz de la gente, el salto y la coyuntura histórica en que nos encontrábamos, y ponerse del lado de ZP y no del de su región. Del lado de un presidente sin escrúpulos que ofrecía nuestro futuro como ofrenda para las salomés nacionalistas.

Y así, el cambiazo de posiciones del PSRM fue tan radical que reveló su condición coyuntural, su falsedad zapatera. No se podía asumir sin castigo la derogación del trasvase del Ebro, las humillaciones de la Narbona, las agresiones de Barreda con la connivencia del Gobierno y de Ferraz, el descrédito y la difamación para demostrar que esta era una región de sinvergüenzas depredadores y no un pueblo humilde que por fin veía salida a la tradicional marginación a que se le había reducido, que por fin no tenía que emigrar, que por fin podía mirar de igual a igual a los señoritos racistas de las regiones privilegiadas. Y sobre todo, no se podía potenciar esa auténtica campaña desde dentro. Y, encima, rematarla acusando de corrupción a quienes te han dicho, democráticamente, que te metas por donde te quepan los tormos y las lagartijas, y que ya está bien de que todos los instalados se presenten como defensores de un pueblo del que todo lo ignoran. Son los doctrinarios que tanto han hecho para que Saura se estrellase.

Y es que, mi querido Pedro, imitando a ZP, te olvidaste de los socialistas para rodearte de progres, de culos fríos de café hartos de hacer la revolución en sus apartamentos de la playa, a los que sólo ellos tienen derecho. No hablo, claro de los escuderos que han venido a pedirte cuentas a la calabresa, escuela que ya les resulta familiar. Ni de ese Gómez de Abarán que jugaba a hiperprogre autorizando, nada más llegar a la alcaldía, el concierto de los proetarras de Soziedad Alkohólika, para luego proyectar chaletes hasta dentro de la Plaza de Toros, si le llegan a dejar, y que viene ahora quejoso de la “política nacional” a llorar su derrota.

Hablo de alguien que ha demostrado cuál es el camino y qué debe ser un proyecto socialista de hoy, por encima de esquemas ideológicos que ya son arcaísmos, por encima de los resabios marxistas de los nostálgicos reaccionarios tan abundantes aún en la izquierda. Hablo, claro, de Jesús Navarro, que supo desde el primer momento que lo que su pueblo, Calasparra, necesitaba era futuro, prosperidad, esperanza, trabajo, ilusión, orgullo. Eso es lo que una secular marginación exigía para aquella tierra, que es la mía. Y ahí han confluido, con etiquetas distintas, todos los buenos alcaldes que han sido refrendados.

El pueblo, el de verdad, ese en cuyo nombre habláis en la “vanguardia del proletariado”, vota a aquellos con los que vive mejor. Es indignante que cuando una región que ha sido siempre sierva y fuente de mano de obra para los ricos, decide igualarse con ellos, vengan los progres plurinacionales y pluritontos a decirte que la culpa del cambio climático la vas a tener tú y no los ochocientos campos de golf de la Costa Brava y el bosque de desaladoras que te están montando ellos. Y que aquí les hagamos de eco.

Apártate, Pedro, del Zapatero que soñaste ser, que te dijeron que eras. ZP es nuestra desgracia. Recupera a la gente de verdad y líbrate de impostores. Para el buen gobierno es necesaria una buena oposición, ni sumisa, ni insumisa. “Después, sal a la calle y observa/ Es la mejor escuela de tu vida.” (J.A. Goytisolo).

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