El nuevo catecismo (II): repaso a la ‘reeducación’ de los descarriados.

En medio de esta polémica de la Educación para la ciudadanía, tan hábilmente dirigida por el Gobierno hacia la puesta en escena de una supuesta conspiración católica (falsa, sólo una parte de la Iglesia está en contra, mientras toda la enseñanza confesional está a favor: los adoctrinadores se reconocen), ha venido la OCDE a iluminarnos sobre la verdadera naturaleza del sistema educativo que padecemos: ocupamos el puesto 26 de 29 países en cuanto al número de jóvenes que consigue una formación superior a la obligatoria, la desastrosa ESO. Es decir, nuestro sistema no prepara para enfrentarse a nada, mucho menos a la vida. Entonces, ¿cómo va a lograrse con una asignatura educar para la democracia a quienes, sencillamente, no se educa? ¿Qué es realmente lo que se persigue?

Hay muchas gentes de buena fe que no han leído el programa de estudios y han terminado por creer la propaganda gubernamental sobre la neutralidad de la asignatura, y su conveniencia para paliar el desvarío educativo que perciben. Hay que tener, en efecto, muy buena voluntad después de casi cuatro años de zapaterismo para pensar que esta gente inventa algo sin intención sectaria.

En primer lugar, ¿alguien cree en la eficacia de una prédica sobre principios que no se practican, que no regulan la vida cotidiana de los jóvenes en las instituciones a las que asisten, que no perciben con el ejemplo, que se decía antes? ¿Cómo van a respetar la Constitución o las leyes quienes han crecido en el incumplimiento impune del Reglamento de su centro? ¿De qué valdrá predicar ciudadadanía a quien no sabe lo que es el respeto, a quien ha ejercido el capricho, la zafiedad y la insolencia sin corrección alguna, a quien ha aprendido que da igual que estudie como que no, a quien ha visto predominar a los tramposos y los violentos, y esconderse a los estudiosos para no ser acosados? Cada día y cada hora se gastan miles de discursos inútiles para quienes saben que sólo son palabras.

Por lo demás, he aquí algunas de las ideas que recorren, de modo más o menos explícito, todo el programa de la asignatura (ahora, gracias a Dios, con perdón, será casi la única que podrá llamarse así, la única a la que habrá que asistir y aprobar, la única que van a vigilar a muerte, se podrá suspender todo menos la Ciudadanía):

• Occidente es culpable de la pobreza y el mal en el mundo: la globalización es el arma del imperialismo. Hay que acabar con eso. Lo afirma el propio Victorino Mayoral, diputado del PSOE y preboste de la Fundación CIVES, que es la responsable del programa de estudios y la formación de los miembros de la nueva Compañía de Jesús o Compañía de Gregorio, destinada a impartir la verdad revelada, y en la que Jesús ha sido sustituido por Peces Barba: “La materia debe contrarrestar los valores del neoliberalismo conservador”. O sea, de Norteamérica, dicho en español. Doctrina para los pobres que no tienen otra salida que la enseñanza pública, claro, porque ellos, además de estarse forrando con los cursos y los libros de ‘ciudadanía’, van a seguir mandando a sus hijos a formarse en las escuelas de negocios del neoliberalismo conservador, es decir, del odioso capitalismo en el que tan bien viven y contra el que calman sus almas atormentadas mientras se fotografían con Botín.

• El cristianismo y las iglesias en general, sobre todo la Católica, son de la misma especie que el Islam: guerra, fanatismo, intolerancia.

• Sin embargo, el Islam y las argollas tribales, indigenistas y nazionalistas deben ser respetados (multiculturalismo), aunque vayan contra la razón ilustrada y democrática, y contra el marco constitucional, porque, al fin, es ideología de los oprimidos (¡los jeques saudíes!), mientras que la Iglesia Católica representa a los opresores.

• El comunismo-socialismo, a pesar de sus crímenes, el Irán antijudío, el chavismo ‘bolivariano’ o cualquier cosa que se oponga al capitalismo y a Occidente siguen siendo la única esperanza del otro mundo posible, el recurrente sueño del hombre nuevo donde se alcanzará la perfección, aunque hasta ahora en todos sus intentos sólo se alcanzó el horror.

• La sexualidad no tiene nada que ver con la naturaleza: es una pura decisión personal en la que todas las opciones no sólo han de ser respetadas –asunto que ya nadie discute y que, por cierto, debería ser recíproco- sino algo muy diferente: valoradas del mismo modo, puestas en pie de igualdad y ofrecidas a la juventud como caminos igualmente deseables.

En fin, que de lo que se trata es de liberar al hombre de la afección a la opresiva civilización occidental y cristiana, para convertirlo en siervo del Estado ambizurdo, que vive del capitalismo pero renegando de él y cavando, a ser posible, la ruina de lo que administra.

No basta, pues, con enseñar que el buen ciudadano es el que respeta el marco legal y los derechos de los demás, sino que se busca que no pretenda cambiarlo, que no se rebele intelectual ni éticamente contra la ideología que el Estado pone en práctica a través de las leyes, siempre que sea la ideología correcta, dialogal y tripartita. No basta, por poner un ejemplo, con que se respete la adopción de niños por los matrimonios homosexuales, o la discriminación legal de los hombres ante el mismo delito, sino que hay que estar convencido de su bondad si quieres ser considerado un buen ciudadano. Y, lo que es más grave, si quieres que te aprueben la asignatura.

Antes eras un pecador y ahora un facha, pero es la misma disposición intelectual: la verdad les pertenece. Y si pudieran, montarían un buen gulag para corregir las conductas y, como se decía en los regímenes comunistas de manera harto explícita, “reeducar” a los desviados. No quisimos la democracia para esto. Para convertir la enseñanza pública en un arma del Gobierno.

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