Tuércele el cuello a la Ley (La ilegalización como una de las bellas artes)

Lo preocupante no es que mientan. Lo preocupante es que aún haya quien les siga. Incluso cuando han confesado que mienten, cuando han torcido el cuello a la ley como si fuera el cisne de Rubén Darío, cuando el Estado parece en sus manos un molde de chocolate del que puede salir cualquier cosa, cuando usan el dinero público para comprar votos y hasta en eso luego resulta que también mienten. Mintieron para lograr el poder y se irán mintiendo.

Cuando los hombres se habitúan a ella, la mentira se convierte en una segunda naturaleza, en una costumbre que va horadando, agusanando a los individuos y a las sociedades. Produce un mal insuperable en las relaciones personales y en las sociales: la desconfianza, un veneno que acrecienta el egoísmo y la soledad. Nadie puede fiarse ya de nadie. La mentira acaba con las parejas, las familias, la fe en los hijos, la amistad, que es la forma más refinada de la confianza y que resulta irrecuperable tras una traición. ¿Cómo podrías confiarte a quien, en secreto, a tus espaldas, te vendía o te procuraba el mal? Peor que los cuernos, con perdón, que muchas veces sólo son del cuerpo y no del alma.

La mentira y la insidia son detestables porque corroen. Eso le costó nada menos que la Presidencia del país más poderoso del mundo a Richard Nixon: la constatación de que era un tramposo. ¿Quién podía confiar en un fulero, capaz de espiar a sus adversarios? ¿Qué sería capaz de hacer con un ciudadano cualquiera? ¿Cómo podría defender la Ley quien incumplía la primera obligación moral de un gobernante: no mentir jamás a su pueblo? ¿Qué ejemplo sería el de un gobierno sustentado en el engaño, simulador, ambiguo, inmoral? La aceptación de la mentira por el pueblo norteamericano lo habría sumido en una crisis mucho más grave que la de la dimisión de un presidente. La de la fe en sí mismos, en la democracia, en los valores sobre los que habían construido la libertad y la prosperidad. Sabían que eso habría sido su fin. Y no dudaron.

La relación de engaños, embustes, falseamientos, tanteos y desmentidos de Rodríguez Zapatero y sus muy mediocres acólitos durante estos años es bien conocida de todos. Desde el Estatut de los privilegios, que deshace la Nación, al intento de regalar Endesa al nacionalismo catalán (“es medio Estatut”, que confesó Rubalcaba) para acabar vendiéndosela al Estado italiano; o que hasta sus ‘expertos’ les hayan tenido que decir que la desalación no es el camino, como ya sabíamos, mostrándolos en la plenitud de su ridículo. Bochornoso espectáculo el de los socialistas valencianos y murcianos, después de esas declaraciones de especialistas a los que habían contratado para justificar su desmán desalador, saliendo a sostener las mentiras que tanto daño han hecho ya a sus regiones y a España.

Pero la más grave, sin duda, además del trato sibilino y frío dado a las Víctimas del Terrorismo, que revela la verdadera naturaleza de ZP, es la que puso al Estado en almoneda cuando el Líder Supremo (esa Z seminazi con la que decoran sus escenarios, ese culto a la personalidad tan burdo, tan norcoreano para ‘progres’) creyó que podía pasar a la Historia como el Pacificador de la ETA y asegurarse un nuevo Reich milenario.

Esta ha sido una mentira incesante, que aún hoy rueda y rueda, intentando presentar ahora a los que antes negociaban con ellos como recién descubiertos cómplices de los asesinos. No sólo consiguen así dar munición al que fue siempre argumento fundamental del nacionalismo vasco: que a España no había llegado la democracia, sino sólo una pamema en la que convivían en pecado los tres poderes encubriendo una dictadura irredenta. La quiebra de la Justicia, su manifiesta utilización táctica, es lo más grave que se haya hecho nunca para alimentar esa creencia con la que ETA adoctrina a los jóvenes vascos. Lo que han aprovechado de inmediato los recogedores de nueces, el PNV, siempre tan honesto y leal a España, para salir a decir lo mismo en la última manifestación y reforzar las ‘razones’ etarras. Ahora les seguiremos mandando el Cupo: más de dos mil millones de euros que los pobres les donamos a quienes tienen la mayor renta familiar de España. Perdón, de España y de las ‘oprimidas’ naciones-sanguijuela.

La manipulación de la Justicia será más perniciosa que los GAL. Aquello, claro, nunca pretendió tener la ley de su parte. Se la pasaron por el forro, pero no la pervirtieron como han hecho estos maquiavelos de garrafa del zapaterismo. No la trataron de un modo que nos pone delante de los ojos lo que son capaces de hacer, la inseguridad jurídica que supone la evidencia de que la ley ya no limita al gobernante, sino que le sirve para sus ‘jugadas’. Como afirmó el mismísimo Fernández Bermejo que viene aquí a pedirnos el voto para seguir con las jugadas. Por lo demás, inútiles. Su calculado y miserable uso electoralista de la ley no va a quitarles ni un escaño a los etarras, ni una subvención de dinero público de las que ellos les concedieron cuando legalizaron lo que hoy ilegalizan. Con la misma sinrazón.

Y encima, el Gran Impostor se atreve a afirmar que nos engañó por un “impulso ético”. Qué indecencia. La ética convertida en coartada de la mentira. No se conforma con destruir el sentido de la Ley y la Justicia. Envenena y corrompe los valores, las palabras, los principios morales. Envilece cuanto toca y envilece a cuantos le sostienen.

Por supuesto, ni una lágrima por la representación democrática de los nazicomunistas etarras. Mancharían la democracia. Como la están manchando en cada ayuntamiento en el que están presentes gracias a ZP o en ese Parlamento vasco que se autodefine soberano cada diez minutos, revelando el mismo respeto a las leyes que Rodríguez. Ese es el efecto de la mentira: que se multiplica, que nos ahogará a todos.

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