Mazonger Z, el justiciero de Monteagudo

Lo peor que le puede pasar a la Justicia es que se le llene de justicieros. Ningún otro síntoma revela con tanta claridad su esclerosis como la producción de héroes o bufones convertidos en carne mediática, jueces de la horca reencarnados o simples tontos con avaricia y ambiciones, tales como los que el sistema judicial español viene produciendo desde que dejó de ser independiente y se hizo felpudo político. Nada distinto, por otra parte, de lo que ha pasado en tantas facetas de la vida española que hoy purgamos. Una Justicia decente, eficaz, libre y justa, vaya, ha de ser como los árbitros: mejores cuanto menos conocidos.

Pero muerto Montesquieu, como nos anunció Guerra en 1985 en el momento mismo en que lo asesinaba, y rematado por aquel ministro-lumbrera del PP, Michavila, la Justicia española se ha especializado, para su dolor, en producir ‘starlettes’, justicieros que usan la Ley para dotarse de una aureola titánica que les permita dar conferencias por todo el mundo a peso de oro.

Hasta el día en que lo oí hablar por primera vez, a raíz de su petición de desmontaje del Cristo de Monteagudo (Murcia), había creído que Mazón era un hombre guiado por la sana intención de airear la putrefacción de las sentinas en las que tenía que batallar cada día. Excúseme Mazón el chiste del título, pero no he podido resistirlo porque me gustaban mucho aquellos dibujos japoneses de Mazinger Z, el gigante que lanzaba sus puños a distancia contra el mal. Y hubiera querido usar tan entrañable referencia en sentido muy distinto al que me veo obligado a aplicarle al abogado de Orihuela desde que escuché sus torpes y malintencionadas sinrazones. Muy significativas, por demás.

Mazón es, para su desgracia y la nuestra, algo muy distinto de lo que parecía según algunas de sus estimables iniciativas. O estamos ante otro justiciero con ansias de protagonismo, o quizás ante algo peor: un mesías, una nueva niña del exorcista, un anticristo de plastilina, producto de este progresismo zapatero que se cree llamado a redimirnos, a guiarnos hacia la luz desde las sombras cavernosas y ‘sotánicas’, usando sus palabras, en las que vivimos, pobres de nosotros.

Lo interesante de toda esta historia no es, pues, tanto Mazón, que ha descubierto de sí mismo que no da para mucho, sino el contexto que ha hecho posible a esta nueva hornada de Mazingers de una izquierda que parecía superada por la historia (por la infinita vergüenza del Muro de Berlín, por ejemplo, o por los millones de crímenes de los regímenes socialistas en todo el mundo), una izquierda que, al menos en España, sigue anclada en el apogeo del resentimiento anticatólico que suele anidar en antiguos meapilas, siempre los más furiosos detractores de lo que Cristo ha significado. Nunca podrán perdonarle que viniera a salvar a la Humanidad antes que ellos. Sin Zapatero, los mazones no se habrían atrevido a erigirse en vengadores en nombre del derecho contra la voluntad de todo un pueblo.

La segunda cuestión que me atrae de nuestro Mazonger Z es precisamente esa: “Preeminencia del Derecho”, llama a su plataforma, una agrupación de integristas que, de ser musulmanes (y hay que ver lo preocupados que están por el castillo árabe), estarían sosteniendo la aplicación rigurosa de la sharia, es decir, la “preeminencia del derecho”, de la Ley islámica, por encima de la vida. A cualquier jurista verdadero lo que debe preocuparle es que las leyes sirvan para hacer justicia, no para aplicarlas a sangre y fuego contra los hombres. Por ejemplo, contra el derecho a que la gente pueda convivir con su historia, con sus símbolos, con sus sentimientos sin que ningún iluminado venga a decirle lo que puede o no creer cada mañana. El de Mazón, y no lo oculta, es un fanatismo en el que la Ley está por encima de la Justicia y de los hombres. Por eso, hablar de Mazón como quijote es ofender al hidalgo manchego que siempre puso, al contrario que el letrado, la Justicia por delante de la Ley.

Y este es el tercer asunto que Mazón nos ha actualizado, si no lo estuviera bastante con casos como el de Sandra Palo: el distanciamiento soberbio hacia el pueblo, ese despotismo por el que el sistema jurídico se cree legitimado para disponer medidas contrarias a lo que los ciudadanos consideran punible o perdonable, a través de leyes concebidas por santurrones que ejercen de damas de la caridad y se dan golpes de pecho fariseo sobre el dolor de otros. Leyes que olvidan que el único derecho legítimo es aquel que pone siempre el dolor de las víctimas sobre el de los verdugos. O que se arrogan la facultad de decirnos cómo debemos vivir, si podemos fumar, beber vino o ir a los toros. Mazón se sirve de la Ley, al modo de aquellos a los que dice combatir, para satisfacer su gusto personal frente a la inmensa mayoría de gentes que quieren que el Cristo siga donde está. La Razón es aquí un trágala para ocultar el capricho sectario de quien se cree ungido de superioridad moral sobre el resto de los mortales.

Mazón es, en fin, uno de estos productos de la nueva izquierda, que no es otra cosa que la más antigua, la estalinista, antidemocrática y revanchista que arruinó la esperanza republicana, y que creíamos de recuperación imposible. Si lo dejan, en vez de ‘sotánica’ nos hará una dictadura ‘togánica’, y esa sí que nos puede joder la vida, porque tiene poder. La otra, ya no. Nada tiene que ver esta izquierda con la de quienes soñábamos la democracia en aquellos días ilusionados del final del franquismo. Estos cejudos suponen un regreso de signo contrario a un pasado totalitario, ordenancista, una tiranía de la corrección política ejercida por tontos de capirote que no cejan en su empeño de tocarnos los cojones a los demás. Y en esto estamos.

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