El Entierro del Socialismo Murciano

El Partido Socialista de la Región de Murcia murió hace algunos años, para mayor precisión el día en que se derogó el Trasvase del Ebro con su asentimiento, su silencio, su obediencia culpable. Permanecía desde entonces en estado de embalsamamiento egipcio en un velatorio inacabable que llegaría a su fin, hace un par de semanas, con la votación socialista a favor de la eliminación también del Trasvase del Tajo, y las palabras de Barreda en las Cortes castellano-manchegas cachondeándose del socialismo murciano y de su líder, Pedro Saura. El Entierro tuvo lugar el día en que los muertos, en rueda de prensa en el Tanatorio, celebraron su éxito y se dirigieron desde allí mismo, en vuelo progresista, al Limbo de los inocentes.

Ustedes los ven andar, pero son zombies políticos. Han quedado sus deudos y plañideras, albaceas de su legado, memorias vivas –aunque cada día más desencantadas, menos agrestes- que nos recuerdan que alguna vez hubo un partido allí. Me refiero a Rosique, una auténtica profesional de los sepelios, que ya inhumó a Izquierda Unida; y Begoña García Retegui, que ha terminado por ser la auténtica viuda del PSRM y, debo decirlo, su más digna representante. Es verdad que parece que ya no queda casi nadie más, salvo algún otro parlamentario, como el responsable de educación, Jesús López, que aún respira entre el resto de cadáveres de la Asamblea, pero ella se ha ganado el respeto. Es arriscada, quisquillosa, siempre atenta a su obligación, que es darle vara al PP. Son sus lágrimas políticas las que mantienen la esperanza en la Resurrección y el Juicio Final. El resto es ya ultratumba, esas voces que dicen que permanecen cuando uno ha sido asesinado y el que los mató sigue suelto y sin castigo.

Y el que les dio la boleta, Zapatero, el que les ha clavado todas las dagas, Zapatero, el que los ha usado y sangrado sin piedad, Zapatero, no sólo sigue suelto, para desgracia de todos, sino que cuenta con el agradecimiento de sus asesinaditos. Es un caso único en la Historia, un suceso que conmovería a las masas, si las masas no estuvieran ocupadas yéndose al paro entretenidas por María Antonia Iglesias desde su charca. Se trata de un prodigio, un comportamiento tan abnegado y cristiano que debería elevar al santoral a todos los dirigentes del PSRM, que ya están en los cielos.

Es cierto que el socialismo murciano nunca alcanzó en vida, en general, ni siquiera el grado de Federación. Casi siempre fue una sucursal. No se le podía pedir tampoco, y menos quienes hemos defendido siempre que lo más progresista que habíamos construido los españoles era el Estado, que se lanzara por el camino de la disgregación, el soberanismo, la taifa feudal pura y dura de otras federaciones socialistas. Un PSOE unido, centralizado y centralista, o sea, verdaderamente republicano, constituía una garantía para España, para la igualdad, para contener la deriva foral que había caracterizado siempre a las derechas tradicionalistas españolas, antecesoras e integrantes del nacionalismo en aquellas regiones que advirtieron las grandes ventajas para las burguesías autóctonas que el juego antiespañol les reportaría. Pero la sumisión de que hicieron gala casi siempre, con algún pequeño amago levantisco, solo revelaba la falta de fuerza y de personalidad de la federación murciana en el socialismo español.

La resignación de hoy, sin embargo, carece de precedentes. La evidencia de que su partido ha querido arruinar a esta tierra, provocar una emigración masiva, limitar toda posibilidad de futuro en estos momentos de desastre, los condena a la inanidad, a pedir, al paso que van, su integración en Izquierda Unida y que les hagan un bautizo por lo civil, que es la última petición-bufonada con que se aliena hoy el comunismo expañol.

Así pues, lo único que les queda es la rebelión, un último acto de decencia contra ZP. No se trata siquiera de fundar otro partido, sino sólo de refundarlo antes de fundirlo del todo. Se trata de que hagan -con la intención contraria- lo que Maragall primero, y ahora Montilla, les han enseñado a todos: que es la hora de que Zapatero se coma el fruto de la cizaña que sembró también en su propio partido, engallando a los socialistas catalanes, dándoles cuerda para pagarles su elección como Secretario General.

Lo que se está poniendo en escena estos días es la definitiva consagración del PSC como el partido distinto que es, coaligado, capaz hasta de dirigir una sublevación cuasi golpista contra una de las instituciones esenciales del Estado, el Tribunal Constitucional, amenazando con quiebras y rupturas de España. Lo que está haciendo visible Montilla, ese cordobés asimilado al que da grima escuchar con su constante gangoseo (eahh, eahh eahh…) en la peor versión del acento catalán, es que el PSOE ya no existe tampoco como partido nacional. Que, al contrario, es hoy un elemento esencial en el desleimiento de España. Esta misma semana, un destacado socialista madrileño, en su defensa de Tomás Gómez, llamaba ya al partido en Madrid a un funcionamiento tan autónomo contra el PSOE como el del capitán Montilla. Esto ha de llegar, sin remedio, porque el zapaterismo ha corroído cuanto nos unía y las luchas personales terminarán envolviéndose en las nuevas banderas jíbaras.

¿Qué mal le haría, entonces, al PSRM plantarle cara al carota? ¿No perciben que acaso el único modo de sacar al PSOE de su deriva nazionalista sea, paradójicamente, utilizándola? ¿Qué puede haber peor que la existencia fantasmal a que el lagarto leonés los ha condenado? ¿Perder los cargos? ¿Y no es mucho peor haber perdido la vergüenza y arrostrar la indiferencia o el desprecio de sus conciudadanos?

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