La debacle

España está en quiebra y esto no ha hecho más que empezar. Y la ha quebrado él. Quienes planearon un cambio histórico sobre los cadáveres de 196 personas, quienes ejecutaron una venganza que apartara a España de la prosperidad y la destruyera, no pudieron encontrar un mejor intérprete que el sectario, rencoroso, embustero hasta el vómito e iluminado que pusieron al frente de la Nación. Su labor ha sido fructífera. Ha dilapidado la riqueza acumulada por varias generaciones, dedicando los ahorros de los españoles a alimentar a sus clientelas políticas y culturales y a la banca y los grandes capitales, que hasta ahora marchan indemnes en su responsabilidad y provisionados para sus riesgos con todo lo que nos han expoliado. Y con la esperanza.

No percibo ni siquiera ira, la indignación esperable en un pueblo que creyó en la democracia y que ha visto cómo las castas políticas, intelectuales, artísticas y económicas lo han dirigido al abismo mientras convertían el Estado en un botín inagotable. Ha vuelto la resignación, el mito del “buen vasallo, si oviesse buen señor”, la España barroca que prolongó su agonía durante tres siglos y que hoy regresa en la plenitud de su hambre anunciada, en su fantasiosa hidalguía de falsos ricos que no quieren trabajar y en esa forma de sumisión religiosa que la izquierda ha implantado como nueva clericalia, con sus listas de pecados, sus censuras, sus prohibiciones, ordenando la vida y las mentalidades como los totalitarios que nunca han dejado de ser.

Durante seis años el zapaterismo ha puesto en marcha una ingente Educación para la Ciudadanía, una maquinaria de adoctrinamiento ideológico a través de sus televisiones amigas, hasta el actual bochorno de TVE; de sus ministerios doctrinales, Igualdad y Cultura, a los que por eso no piensa tocar en absoluto; y de esos apaciguadores bien nutridos que son los sindicatos, a los que no en vano este año 2010 llegarán 193 millones de euros, más las incontables subvenciones para cursos de formación inútiles, que es de donde maman a gusto los tales.

Todo este entramado, junto al seguidismo ideológico del PP, aferrado también a sus taifas, lento como un elefante dormido, inane para plantarle cara en el terreno de unas ideas que no tienen, han conseguido desarmar a la sociedad española, acarnerarla, consolidar el sentimiento de orfandad, de abnegada impotencia que siempre nos impidió cortarles la cabeza a los malos gobernantes. Zapatero ha logrado devolver a un pueblo que se soñó libre a su vieja condición de súbditos de la Providencia y muertos agradecidos. “¡Vivan las caenas!” para recibir una vez más a Fernando VII.

Pero entonces, aun miserable y errática, había una Nación. Y unas élites que anhelaban la libertad, un Estado para todos. Hoy no nos quedan ya ni Nación ni Estado. El segundo efecto milagroso del zapaterismo, sobre el sometimiento a los poderosos y sus secuaces socialdemócratas de todos los partidos, ha sido recuperar en plenitud el cainismo y los cantones. Y así en vez de dirigirnos a la Moncloa con las hoces y las facas nos entretenemos matándonos entre nosotros. ¡A la Guerra civil!, gritan los subvencionados de la zeja, las ratas de la revancha, los reescritores del Ministerio de la Verdad. ¡Bon cop de falç! (buen golpe de guadaña), aúllan los catalanes contra Castilla (eso que llaman la Meseta) y la mera posibilidad de acabar con la centrifugación nacional, causante principal, por demás, de esta caída imparable.

Echan la culpa, como Franco, a la nueva conspiración judeomasónica de los mercados. Pero hemos quebrado nosotros solos. El disparate autonómico, la ocupación de la sociedad por los partidos, la bulimia sindical, la muerte de la justicia, el aplastamiento del mérito, que han regresado en plenitud desde los socavones de nuestra desdichada historia, no los han traído los mercados. Sólo han olido la pobreza, el rencor y la desunión atizados desde un Gobierno que nos ha hecho vulnerables de nuevo. Han olido que Zapatero tendría que poner en liquidación sin remedio lo que previamente arruinó. España entera se ha ido al Monte de Piedad de los tiburones a empeñar los cuadros.

Nos piden un esfuerzo nacional, pero solo para los más débiles: parados, entre los que hay tantos que nunca volverán a trabajar; pensionistas, dependientes y funcionarios, acosados por una opinión que no distingue entre los que llegaron a dedo y quienes se lo ganaron estudiando. Y además, ¿de qué nación? ¿Renunciarán las naciones vasca y navarra a sus privilegios forales? ¿Disolverá la nación catalana, consagrada por Zapatero, sus ¡69! embajadas, sus neonazis políticas lingüisticas, sus 43.000 funcionarios contratados por el tripartito (han tenido que colocar por tres), sus ¡2.700 empleados! de la Corporación Catalana de RTV? ¿Se van a eliminar el PER y las 30 delegaciones andaluzas en el extranjero o los desvergonzados contratos de militantes en las diputaciones? ¿Van a bajar la soldada de las policías autonómicas que cobran, literalmente, una millonada más que la Guardia Civil y la Policía Nacional? ¿Se va a dar fin a las infinitas mamandurrias de los de la zeja, la sgae, el zine, los alquileres para jóvenes, el bono libro y los ordenadores para todos, pobres o ricos, los gays y lesbianas de Zimbabue (esto es literal) o los traductores para el Senado? ¿Van a terminar con la política de festejos gratis total a que se entregaron todas las administraciones para engañar a un pueblo de majos y figurones? ¿Va a gravar a las SICAV y las pensiones millonarias de sus amigos banqueros?

Lo más grave es que de nada ha de servir este sacrificio. Sólo nos hundirá más. Retraerá el escaso consumo que queda, nos acobardará. Y aumentarán el paro, el déficit, la deuda que nos está comiendo. Será una explosión en cadena, un vértigo de ruina. Si continúa sin hacer nada para que volvamos a producir alguna cosa y la exportemos, y la gente vuelva a trabajar y a vivir, iremos al abismo sin remedio. Y entonces sí que entrarán a saco los bandidos en la ciudad indefensa. Pero él estará a salvo. Y eso es lo peor de esta pesadilla, que cuando despertemos el dinosaurio todavía estará allí.

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