La idea vendría a ser ésta: ahorrar es de derechas; gastar, de izquierdas. A partir de esta simpleza, empezarían los matices. La derecha limitaría el llamado gasto social (pensiones, sanidad, educación, subsidios varios), y reduciría el Estado, privatizando servicios y bajando los impuestos para dar oportunidades de negocio a la clase dominante a la que pertenece. Al contrario, la izquierda incrementaría el gasto social, subiría los impuestos y agigantaría el Estado, creando cada vez más nichos de compromiso público (lo que otros llaman el pesebre), extendiendo sus tentáculos y subvenciones a todos los ámbitos de la sociedad, ocupando crecientemente los espacios de libre iniciativa, e invirtiendo ingentes cantidades en aparatos ideológicos que convenzan al ciudadano de las ventajas de la estatalización, para ser guiados en la vida por el Estado Gran Hermano que les proveerá de cuanto necesiten.
La derecha liberal, por tanto, dejaría a los hombres abandonados a su suerte, les haría dueños y responsables de su destino; la izquierda les resolvería la vida.
Así, cuando desde la izquierda más ortodoxa se reclama una salida social para la crisis, lo que se está pidiendo es más gasto público, más impuestos, más subsidios, más endeudamiento que permita seguir tutelando a la sociedad. Esta misma semana lo reiteraban desde Izquierda Unida (a la que ya le están preparando la traición desde dentro sus socios catalanes) aprovechando la presencia en Murcia de Felipe Alcaraz, buen novelista, del que en su día me leí “Sobre la autodestrucción y otros efectos” (Akal, 1975), relato marxista sobre la decadencia ‘científica’ de la burguesía, que, en efecto, se hizo de izquierdas.
Y una semana antes, invitado por un sindicato de obreros de la enseñanza –en la enseñanza ya no hay maestros ni profesores, se llaman a sí mismos “trabajadores de la enseñanza”, lo cual define muy bien la proletarización de la docencia-, aparecía por estos lares un economista de la Universidad Autónoma de Barcelona que demandaba las siguientes medidas para hacer frente a nuestra ruina: más impuestos y más funcionarios. Como lo están leyendo y en titulares.
El genio, aun de aspecto no muy espabilado, se llama Albert Recio, y es nada menos que “trabajador de la enseñanza” de ¡Economía Aplicada! El dato y el genares podrían, quizás, explicarnos por qué no hay una sola de nuestras universidades entre las primeras trescientas del mundo, por qué hemos llegado a donde estamos dirigidos por tales eminencias, y acaso también por qué a la Generalidad de Cataluña ya no hay banco en el mundo que le fíe un puñetero euro.
Ya lo saben ustedes. El que pensara que Zapatero nos había arruinado por gastarse lo que no tenía ni era suyo, y que la única salida posible era ahorrar los gastos innecesarios, todo ese ingente aparato de compra de voluntades y conciencias que ha dispuesto cual hijo pródigo, con el apoyo inmarcesible de sus clones autonómicos, estaba equivocado: la solución es endeudarse más y contratar a más servidores públicos. Luego se les deja de pagar y tampoco pasa nada. No es necesario que cobren, puesto que tienen garantizado el trabajo.
El zapaterismo, de hecho, ha emprendido este camino, esta auténtica tercera vía con la que el Líder Zupremo siempre soñó. Un socialismo liberal y hasta libertario, un socialismo flexible para el que bajar impuestos era de izquierdas hasta que se lanzó a subirlos, un ZoZialismo de rostro humano, de mucho rostro, capaz de adaptarse a la cambiante realidad como hace él cada día.
No estoy, por ello, de acuerdo con quienes dicen que Z se ha pasado a la derecha: Zapatero no se ha puesto a ahorrar, no ha eliminado ninguno de esos gastos ideológicos que para él son imprescindibles. Además de que la izquierda y la derecha posmodernas ya no se definen por lo que hacen, sino por quién lo hace, lo que ZP ha abierto es un camino nuevo: recortar, que no es lo mismo que ahorrar. Recortar lo que sí es necesario: los sueldos de la gente, las pensiones de los viejos, las prestaciones por una dependencia que nunca llegará a independencia, las inversiones productivas. Pero las subvenciones no se tocan.
Confieso mi estupor ante lo que queda de la izquierda, una agonía travestida, un mero sectarismo al que su incompetencia ha dejado desnudo, y que aún se atreve a insistir en su morralla ideológica post-berlinesa. Ríamos por no llorar. Zapatero no es más que el niñato rico que dilapida la herencia de sus adustos padres hasta que los bancos dejan de prestarle. Es una historia tan vieja como el mundo. ZP ha sido escrupulosamente de izquierdas, según los baremos de sus voceros, durante todos estos años: gastó, compró, contrató e invitó a la fiesta a sus amiguitos autonómicos (incluyendo a los socialdemócratas de derechas), a la Alianza de Civilizaciones y a media humanidad. Y cuando los negocios que lo alimentaban se hundieron, a lo que él mismo contribuyó desacreditandolos, siguió gastando en alocada espiral hasta dirigirnos a la ruina, que no pagará él, sino nosotros.
Así pues, si las salidas de izquierdas para la crisis consisten en llevarnos a la ruina o recortar los salarios y las pensiones, que viene a ser lo mismo, entonces la sinistra saldrá de esta crisis muerta para muchos años. Y Zapatero será su enterrador: él, que ha reconocido, con su giro imposible, con su desvergüenza, que el socialismo sólo es una imparable maquinaria de gasto, de pesebre expandido, incapaz de crear riqueza, que hace del Estado no un instrumento de equilibrio social, sino un botín para piratas.