De Mas a Menos

Corremos el serio riesgo de que Cataluña no se nos independice de una vez. El rostro compungido de Mas en su aparición de hoy como jefe de un estado extranjero así parece revelarlo. No era la faz alegre de un capitán almogávar conduciendo sus ejércitos hacia la nueva Neopatria, sino el de algún Capitán Araña dispuesto a abandonar la nave tras haber embarcado a los suyos, acaso el gesto estreñido de un fabricante de calcetines que ha perdido un pedido. Tampoco es que Rajoy les haya dicho que no, ni que haya deshecho, una a una, las razones separatistas, los engaños melifluos de una casta de comisionistas al 3% que sueñan con ser los jefes únicos de la empresa. Eso sería demasiado para la Esfinge. Lo único que les ha dicho es lo propio de un burócrata: vuelva usted mañana. Pero si en verdad, después de esto, los separatistas catalanes no tienen un auténtico plan y emprenden su marcha para siempre, entonces es que no son más que el pueblo pequeño de un país pequeño con sueños pequeños que siempre sospechamos, aunque alguna vez consiguieran engañarnos y hacernos creer que eran algo más que una agrupación nostálgica de viajantes de embutido. La verdad es que yo ya me había hecho la ilusión. Pasar dulcemente los pocos años que me queden de vida sin el run-run de vascos y catalanes. Como si después de haber vivido siempre junto a unos vecinos chantajistas, ricos sin clase, envidiosos, engreídos y ruidosos, uno pudiera acomodarse junto a una familia sueca, por ejemplo, de la que no se escuchara otra cosa que el deslizarse del cuchillo sobre el salmón. Cosas así hacen la felicidad.

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