La corona sin cabeza

La Monarquía comenzó a derrocarse a sí misma el día en que decidió prescindir del Misterio. Dejar de ser Sagrado Enigma, Reverencial Símbolo, Poder Visible, pero sin carne, sin realidad material. La monarquía no puede ser democrática, igualitaria, humana, materia para gusanos como lo somos los demás. Es que entonces no tiene sentido. Se mantiene a una Familia Real precisamente para que no sea real, sino institución, aire, altar. La Monarquía ha de ser, en nuestros días, parlamentaria, pero no figura retransmitible. Los reyes pueden tener concubinas, que es una cosa de prestigio, pero para ti solo, que eres rey, y no amantes parecidas a cortesanas de muchas manos. La Monarquía puede ser campechana, pero sin bajar de donde la hemos colocado. Porque ha sido la voluntad del pueblo la que la ha colocado allí, para mirarla, para saber que está y que hay algo a lo que podemos apelar como voz del Sinaí antes de comenzar a matarnos otra vez. Cuando la Monarquía se casa con un jugador de balonmano, encima nacionalista vasco y del Barsa, su cualidad arbitral, su Majestad, desaparece. Ya es como todos. Incluso más plebeya que todos. La realeza siempre supo robar confiscando, que es como roban los reyes, por el Real Morro, y no como vulgares comisionistas. Y cuando terminas por llamar como abogados a los separatistas catalanes, que están buscando con denuedo cómo librarse de ti, entonces no sólo es que has perdido la Cabeza, sino algo mucho más grave: la Chola.

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