Brasil nos ganó desde el himno

Unos cantaban, dejándose el alma. Otros, disimulaban. Eso fue el partido. Ellos, los brasileños, sí sabían por lo que jugaban: por su nación, por su patria. El fútbol nunca es sólo fútbol. Lo sabemos los españoles, que sublimamos nuestro cainismo, la taifa eterna y la lucha contra los separatistas a través del fútbol, aunque algunos jueguen a no enterarse para no tener que admitir que sienten los colores de los enemigos de España. Del enemigo interior, el peor, el que sueña cada día con nuestra destrucción. Lo saben, mejor que nadie, los separatistas, porque han usado el fútbol casi desde su origen para compensar en él sus fracasos históricos, la frustración de quienes se creyeron naciones, imperios, sin haber pasado nunca de ensoñaciones autistas. Lo saben países como Brasil, que encontraron en el fútbol el motivo de orgullo que su injusta sociedad y su condición neocolonial les negaron durante siglos: en el fútbol estaba todo lo bueno y bello de un pueblo de maravillosa alegría de vivir, aun en la adversidad, de un pueblo que había hecho de la música, el baile y la fiesta auténticas joyas incomparables. Todos los que tuvimos la suerte de ver al Brasil del 70 y, sobre todo, al Brasil del 82, el de Falcao, podemos decir que hemos visto lo más hermoso que se ha creado sobre un campo de fútbol. Ellos sí saben por lo que juegan y a qué juegan.

Los españoles, no. Sólo algunos, Ramos, Arbeloa, Torres, Casillas, parecían emocionarse con su himno, o al menos ser conscientes del honor que se les hacía, ante algo tan grande como representar a su país en el estadio más importante del mundo. Los demás, la mayoría, bajaban la cabeza o se mostraban indiferentes, porque, ¡ay!, o no lo sienten, o les está prohibido sentirlo en sus regiones de origen o en los clubs en que juegan. Recordemos que a Villa se le ‘invitó’ a quitarse las botas con la bandera de España al fichar por el Barcelona. O que la prensa catalana ha celebrado y presentado el triunfo de Brasil como un triunfo barcelonista vía Neymar. Así son.

Lo que se vio en el campo fue a once jabatos, los brasileños, que luchaban por el respeto a su nación campeona y a sí mismos. Y once jugadores de fútbol, muy buenos, pero que no pueden combatir por una nación que les dicen que no existe, y de los que seis se desenvuelven habitualmente en un estadio, el Camp Nou, que un día antes se había llenado para gritar contra España. En una ciudad en la que ayer se lanzaron cohetes por la derrota española. Quienes les aplauden cada domingo, les odian vestidos de rojo. Salieron sin corazón. Hace mucho que lo perdimos.

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído