Y Obama deja el protocolo en casa para su visita oficial a México

Y Obama deja el protocolo en casa para su visita oficial a México

Saludó con efusividad a los niños y casi pasó por alto las banderas de México y EE.UU. en la revista militar, pero los desencuentros con el protocolo solo lograron que Barack Obama luciera cercano durante su fugaz visita oficial a México.

El mandatario estadounidense -sin su esposa Michelle- sacó a pasear la mejor de sus sonrisas y recorrió regio el alfombrado rojo sobre el césped de Los Pinos, morada oficial de la Presidencia mexicana.

Acompañado por su homólogo mexicano, Felipe Calderón, llegó al estrado y se lanzó cálido a estrechar la mano de la primera dama anfitriona, Margarita Zavala, plena de alegría.

A su lado, el habitualmente serio y adusto secretario mexicano de Gobernación (Interior), Fernando Gómez Mont, esbozó una tenue sonrisa.

El presidente de EE.UU. se llevó solemne la mano al corazón con el primer acorde de las «Barras y Estrellas», mientras la explanada Gustavo A. Madero, flanqueada por gradas de niños y acicalados invitados, enmudecía para contemplar el momento.

Fotógrafos y cámaras, apelotonados, batallaban para captar cada pose, cada gesto, cada sonrisa de Obama. El mandatario adelantaba sus manos, o señalaba un punto y, matemáticamente, se escuchaba una algarabía de «clicks».

Tras los discursos en los que ambos presidentes se declaraban mutua admiración, Obama desfiló como una estrella de Hollywood junto a Calderón y se detuvo entusiasta junto a las gradas de niños, como tentado de ofrecerles dulces si los llevara en el bolsillo.

Al llegar ante la bandera mexicana, Calderón se paró, lo que pilló a Obama un paso por delante, a punto de volarse el protocolo. Diligente, se paró y secundó el saludo militar del mexicano a su lábaro patrio con una inclinación de cabeza.

Segundos después se adelantó también a la bandera estadounidense y, como antes, hubo de retroceder dos pasos para rendirle homenaje. Un último trecho ante la tribuna de los reporteros gráficos y ambos presidentes se pierden en la lejanía.

La calidez de Obama contrasta con el carácter relámpago de su visita, de menos de 24 horas, antes de la Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago.

El Air Force One aterrizó pasada la una de la tarde en el aeropuerto capitalino. De ahí, Obama subió a un helicóptero que lo trasladó al militar Campo Marte, y recorrió el corto trayecto hasta Los Pinos a bordo de «la Bestia», su limusina ultrablindada.

Las recepciones a líderes extranjeros tienen lugar por norma en Palacio Nacional, majestuoso inmueble del corazón capitalino, el Centro Histórico; junto al Zócalo, la mayor plaza pública de América Latina, de peregrinaje obligatorio para cualquier manifestante.

El cambio fue agradecido por los automovilistas de la ya de por sí congestionada metrópoli, fortificada por miles de policías.

Ambos mandatarios ofrecieron una rueda de prensa, en la que el estadounidense respondió calmado a las andanadas de los periodistas sobre el muro fronterizo, Cuba, y las armas de asalto en EE.UU.

La agenda continuaba por la noche con una cena en el Museo de Antropología -apenas una hora y cuarto según el programa- causa de polémica entre la clase política mexicana por las escasas invitaciones cursadas.

México se convirtió así en la primera aventura latinoamericana de Obama, quien, a falta de baños de masas como en su gira por Europa, concentró su simpatía en una soleada mañana para los presentes.

Tras la efímera visita, un periodista lamentaba con una fingida mueca de desencanto «¿Dónde esta Bo?», en referencia al can adoptado por los inquilinos de la Casa Blanca, convertido ya en estrella mediática.

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Autor

Paul Monzón

Redactor de viajes de Periodista Digital desde sus orígenes. Actual editor del suplemento Travellers.

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