La resistencia silenciosa: clubes de lectura y redes digitales

Los talibanes prohiben todos los libros escritos por mujeres en las universidades de Afganistán

La vida bajo el régimen de las prohibiciones

Los talibán, el burka y las mujeres
Los talibán, el burka y las mujeres, PD

El régimen talibán mantiene que muchas de estas restricciones son temporales y podrían revisarse si se establece el clima islámico adecuado.

Sin embargo, la tendencia en los últimos meses apunta a un endurecimiento, no a una relajación.

Cada nueva norma refuerza el control y la censura, cerrando aún más las puertas a cualquier avance.

Pese a todo, la resistencia de las mujeres afganas persiste, adaptándose al nuevo entorno.

Los clubes de lectura, las redes digitales y la educación clandestina son testimonio de su capacidad para reinventar la lucha por la libertad intelectual.

En palabras de una activista, las mujeres afganas no se han rendido, solo han cambiado su manera de resistir”.

El futuro es incierto. Pero mientras haya quienes arriesguen su seguridad por mantener viva la palabra escrita, la historia de Afganistán seguirá contando con voces femeninas, aunque de momento solo se escuchen en susurros.

La realidad en las universidades afganas está marcada por el silencio impuesto.

El régimen talibán ha dado un paso más en su campaña de represión al prohibir los libros escritos por mujeres en las instituciones de educación superior.

En las aulas, donde antes se debatían ideas y se leían autoras afganas y extranjeras, ahora solo quedan estanterías vacías y estudiantes temerosos. La orden no solo afecta a la literatura, sino a cualquier obra firmada por una mujer, lo que restringe drásticamente la oferta académica y cultural.

Esta medida se suma a una larga lista de prohibiciones que han ido arrasando con los espacios de libertad y expresión, especialmente para las mujeres.

Desde 2021, el acceso de las afganas a la educación universitaria y secundaria ha sido completamente vetado, una política que sitúa a Afganistán como el único país del mundo que niega de forma total este derecho a la mitad de su población.

La censura de libros escritos por mujeres, lejos de ser un hecho aislado, forma parte de una estrategia metódica de control ideológico y social.

La escalada de las prohibiciones

El regreso de los talibanes al poder supuso un retroceso inmediato en los derechos fundamentales, con un impacto devastador en la vida de las mujeres. Tras las primeras semanas de su nuevo mandato, comenzaron a cerrar bibliotecas, confiscar libros y restringir toda actividad pública femenina. Las autoridades talibanes declararon que los textos con “temas controvertidos desde el punto de vista ideológico o religioso” o que incluyeran imágenes de seres vivos serían retirados de las bibliotecas, dejando los anaqueles cada vez más desiertos.

El ambiente de miedo se intensificó con registros puerta a puerta, detenciones y casos documentados de torturas y abusos sexuales a mujeres que desobedecían las normas. Las familias viven bajo la amenaza de represalias si alguna mujer es sorprendida leyendo o participando en actividades educativas clandestinas.

La prohibición de los libros escritos por mujeres no es la única restricción reciente. El régimen ha vetado también la práctica de deportes como el ajedrez, argumentando motivos religiosos, y ha prohibido el acceso femenino a la mayoría de los empleos, espacios públicos y actividades culturales.

La resistencia silenciosa: clubes de lectura y redes digitales

Frente a la represión, muchas mujeres afganas han optado por la resistencia discreta. Los clubes de lectura clandestinos han proliferado, especialmente a través de aplicaciones como WhatsApp y Telegram. En estos espacios virtuales, se comparten archivos PDF de obras prohibidas y se celebran debates bajo estrictas medidas de seguridad. Las organizadoras examinan cuidadosamente a cada nueva integrante, temiendo la infiltración de espías del régimen.

“Aunque no se las vea manifestándose en las calles de Kabul, eso no quiere decir que hayan dejado de protestar. Significa que la represión talibán se ha intensificado y las mujeres se han adaptado a la nueva situación”, relata una de las impulsoras de estas redes.

El riesgo es alto: almacenar libros prohibidos puede conllevar palizas, detenciones y castigos a toda la familia. Sin embargo, la determinación de estas mujeres desafía la narrativa oficial que insiste en que sus derechos están protegidos. Para muchas, la lectura se ha convertido en un acto de desafío y supervivencia.

El impacto de la censura en la sociedad afgana

Las consecuencias de esta política son profundas y duraderas. La exclusión sistemática de las mujeres de la educación y la vida pública no solo vulnera sus derechos, sino que condena al país a una crisis de desarrollo. Según datos recientes de la UNESCO, más de 1,4 millones de niñas han sido apartadas de la educación secundaria desde 2021, y la matrícula universitaria femenina ha caído un 53%.

La censura literaria limita el acceso a referentes culturales y profesionales, lo que a largo plazo empobrece el tejido social e intelectual afgano. Las nuevas generaciones crecen sin modelos de mujeres escritoras, médicas, científicas o pensadoras, perpetuando un ciclo de invisibilidad y dependencia.

La comunidad internacional, aunque sigue condenando estas restricciones, ha perdido fuerza en su presión diplomática. La atención global se ha desplazado a otras crisis, dejando a las mujeres afganas cada vez más aisladas y sin apoyo efectivo.

La vida bajo el régimen de las prohibiciones

El día a día en Afganistán está marcado por un sinfín de prohibiciones que afectan cada aspecto de la vida de las mujeres:

  • Imposibilidad de asistir a escuelas secundarias y universidades.
  • Prohibición de acceder a empleos fuera del hogar, salvo excepciones muy limitadas.
  • Restricción para viajar sin la compañía de un mahram (familiar varón cercano).
  • Prohibición de entrar en parques, gimnasios, cafeterías y bibliotecas públicas.
  • Prohibición de mostrar la voz y el rostro en público.
  • Prohibición de practicar deportes como el ajedrez, incluso a nivel amateur.

La justificación oficial habla de proteger la dignidad y los derechos de las mujeres según la ley islámica y las tradiciones locales, pero la realidad es un encierro forzoso que ha borrado a las mujeres del espacio público y del relato nacional.

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