LA BRUMA DE LA GUERRA

La revolución de los drones rusos y la alteración del clima, ponen en jaque a las saturadas defensas ucranianas

Rusia ha transformado su forma de hacer la guerra en Ucrania con el uso masivo de drones, forzando a Kiev a adaptarse a una nueva realidad en los frentes y a redefinir sus estrategias defensivas

Vladimir Putin con su ministro de Defensa Andrei Belousov (1)
Vladimir Putin con su ministro de Defensa Andrei Belousov. PD

La guerra en Ucrania ha entrado en una etapa completamente nueva, dominada por la presencia constante de drones.

En 2025, se estima que más del 70% de las bajas en ambos bandos son atribuibles a estos dispositivos aéreos no tripulados, según fuentes ucranianas.

Rusia ha mostrado una notable capacidad de adaptación al incorporar tecnologías como los drones Shahed y los FPV (First Person View), que han cambiado radicalmente la dinámica del enfrentamiento.

El uso de drones kamikaze y de reconocimiento ha permitido a las fuerzas rusas atacar infraestructuras clave y concentraciones de tropas a un coste mucho menor que el de los misiles convencionales.

Por ejemplo, un Shahed tiene un coste aproximado de 35.000 dólares, frente a los 2 millones que cuesta un misil Iskander M.

Esta ventaja económica ha facilitado que Rusia pueda saturar el espacio aéreo ucraniano, obligando a Kiev a redirigir recursos hacia su defensa antiaérea.

En los últimos meses, Rusia ha intensificado sus ofensivas con drones de precisión, especialmente en el frente oriental.

La creación de unidades especializadas como el Centro Rubikon y la formación de regimientos dedicados a drones en los distritos militares rusos han permitido una coordinación y efectividad superiores.

La niebla como escudo

En el corazón del invierno ucraniano, donde la niebla se erige como un aliado invisible, las fuerzas rusas han redibujado el mapa del Donbás con avances calculados y letales.

Bajo el mando del economista Andréi Belousov, el flamante ministro de Defensa que asumió en mayo de 2024, Rusia ha fusionado innovación tecnológica y astucia meteorológica para presionar las líneas ucranianas.

En el epicentro de esta ofensiva: el Centro Rubicón, una unidad élite de drones que ha convertido el cielo en un dominio ruso, permitiendo infiltraciones que explotan la bruma como un arma de precisión quirúrgica.

Belousov, un tecnócrata leal a Vladimir Putin y exviceprimer ministro, representa un giro radical en la maquinaria bélica moscovita.

No es un general de campo, sino un arquitecto de la economía de guerra, enfocado en inyectar eficiencia y recursos ilimitados al esfuerzo militar.

Su nombramiento, tras la salida del veterano Serguéi Shoigú por escándalos de corrupción y reveses en el frente, señala la prioridad del Kremlin: transformar el Ministerio de Defensa en un motor de innovación, donde el gasto militar –que ya devora el 6% del PIB ruso– se multiplique sin fisuras.

Analistas occidentales lo ven como una señal alarmante: Belousov no solo abastece al ejército, sino que lo reinventa para una guerra prolongada, integrando inteligencia artificial y producción masiva de drones.

En su discurso inaugural, recogido en el Anuario Militar Ruso 2025, prometió «una base bélica sostenible» que eluda sanciones y eleve la industria de defensa a niveles inéditos.

Bajo su tutela, Rusia ha escalado la producción de vehículos de combate y sistemas antiaéreos, mientras el Centro Rubicón emerge como su joya más afilada.

Fundado en agosto de 2024 por orden directa de Belousov, el Centro de Tecnologías Avanzadas No Tripuladas Rubicón es el cerebro detrás de la «revolución zumbadora» que aterroriza a Kiev.

Esta entidad clasificada, con sede en Moscú y desplegada en los frentes clave, no es solo un taller de drones: es un laboratorio de guerra asimétrica.

Especialistas rusos interactúan con la «industria de defensa popular» –iniciativas civiles que generan ideas disruptivas– para probar y refinar vehículos aéreos no tripulados (UAV).

En sus hangares, se fusiona IA con tácticas de enjambre: drones FPV de fibra óptica, inmunes a interferencias electrónicas y con alcances de hasta 25 kilómetros; municiones en forma de X para bombardeos silenciosos; y sistemas de navegación óptica que burlan radares.

Según informes del Ministerio de Defensa ruso, Rubicón ha aniquilado cientos de vehículos ucranianos, aviones y operadores en Kursk y Donetsk, reduciendo el radio de reconocimiento enemigo a la mitad.

Pero el verdadero genio de Rubicón radica en su sinergia con el clima.

La niebla otoñal-invernal, densa como un sudario sobre Pokrovsk y Zaporiyia, ha paralizado los drones ucranianos, dependientes de visibilidad clara para sus FPV y Shahed mejorados.

Mientras Kiev lucha por adaptar sus sistemas –recurriendo a robots terrestres improvisados–, Rusia ha convertido la bruma en cobertura perfecta para infiltraciones.

Videos filtrados muestran escuadrones rusos –dos o tres soldados en motos, quads o buggies civiles– emergiendo de la niebla como fantasmas, cruzando vías férreas y penetrando barrios sureños de Pokrovsk sin alertar a los sensores aéreos.

El Estado Mayor ucraniano lo admite: «La niebla es el principal problema; los drones no vuelan, y los rusos avanzan», declaró el comandante Oleksandr Syrskyi, culpando al tiempo por la pérdida de tres aldeas en el sur.

UNIDADES DE ÉLITE

A comienzos de 2025, el ejército ruso contaba ya con 41 unidades de ataque equipadas con drones FPV, capaces de llevar a cabo ataques simultáneos y coordinados, en lugar de lanzarlos en oleadas.

La situación en los frentes bélicos ha cambiado drásticamente. Las tropas ucranianas se ven obligadas a no concentrarse ni moverse libremente, ya que cualquier agrupación es rápidamente detectada y atacada por drones. La dispersión y el camuflaje se han convertido en la norma del día. En regiones como el Donbás, las fuerzas rusas han conseguido superioridad en el uso de drones, lo que les permite aislar posiciones ucranianas y cortar sus líneas de abastecimiento.

Ucrania ha reaccionado aumentando la producción de sus propios drones FPV, pero la capacidad industrial rusa y la colaboración con Irán han permitido que Moscú mantenga la iniciativa.

Además, Rusia ha desarrollado sistemas ligeros y portátiles de guerra electrónica para contrarrestar los drones ucranianos, incluyendo jammers montados sobre vehículos y rifles diseñados específicamente para derribar estos dispositivos.

Entre los recientes avances rusos destaca la recuperación de territorios como Kursk, facilitada gracias al uso de drones equipados con cables de fibra óptica que pueden operar incluso en zonas con intensa interferencia electromagnética. Esta innovación ha sido crucial para neutralizar las defensas ucranianas y avanzar en el campo.

Este conflicto ha puesto de manifiesto que la guerra moderna ya no se basa únicamente en la cantidad de tropas o potencia destructiva; ahora es vital innovar y adaptarse rápidamente. Rusia está demostrando una flexibilidad y capacidad para aprender que desafían las nociones tradicionales sobre su ejército.

La revolución impulsada por los drones está reconfigurando por completo la manera en que se libra la guerra, mientras Ucrania se encuentra bajo una presión constante para mantenerse al día en esta carrera tecnológica.

La lucha por el dominio aéreo y terrestre ya no se sostiene solo con tanques y aviones; ahora involucra miles de pequeños dispositivos capaces de decidir el rumbo del conflicto.

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