No más Mentiras

Antonio García Fuentes

Lección sublime

Lección sublime

En el “grandioso misterio cuál es la vida y dentro de ella nosotros los monos humanos”; cuesta trabajo discernir sobre, “qué es lo antiguo y qué lo moderno, que es el progreso y qué el retroceso”; ¿qué representa en realidad, todo lo que hay “fuera de la piel de ese mono y todo cuanto ha inventado, tejido, creado, si al final e intrínsecamente seguimos siendo aquellos monos, aunque ya perdiéramos el rabo que se nos asigna, y cuyo testigo aún lo llevamos al final de la espina dorsal”?. Estas y muchas otras meditaciones, me surgieron, la lectura de lo que les copio hoy; extraídas de un libro “inagotable”, el que leído bastantes veces, siempre, “encuentro algo valioso al releerlo”. Es tan importante dicho libro, que compré tres ejemplares y los regalé a mis tres hijos, pero nunca me han hablado de él ¿lo habrán siquiera ojeado? Veamos lo que hoy me ha sorprendido de dicha lectura, de un libro que hace muchos años, “me acompaña a donde voy, sea cerca o lejos; puesto que me ha producido mucho alimento del alma”; y por ello siempre lo tengo a mano y cerca de mi almohada.


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“No hay hombre alguno que de manera natural, no posea cierta noción del bien y del mal, de lo honrado y de lo infame, de lo justo y de los injustos, de la felicidad y de la desgracia, del cumplimiento de los deberes y de los males de la negligencia. ¿Cómo puede ser entonces que nos equivoquemos tan frecuentemente al juzgar hechos aislados relativos a estas cuestiones? Pues, sencillamente porque aplicamos mal nuestras nociones comunes y solemos juzgar por juicios mal establecidos; es decir, por prejuicios. Lo bello, lo malo, lo justo, lo injusto, son palabras que todo el mundo emplea indistintamente sin haber aprendido el modo de emplearlas con razón y equidad. De ello nacen las disputas, las riñas y hasta la guerras. Yo digo: esto es justo. Otro replica: es injusto. ¿Cómo ponernos de acuerdo? ¿Qué regla seguir para juzgar con certeza? ¿Bastará la opinión para guiarnos? No, puesto que somos dos y sustentamos opiniones opuestas. Por otra parte, ¿cómo puede la opinión ser juez seguro? ¿Acaso los locos no tienen también su opinión? Y, no obstante, es necesario que exista una ley para conocer la verdad, porque no es posible que los dioses hayan dejado a los hombres en completa ignorancia de lo que deben hacer para regirse. Busquemos, pues, esta regla que ha de librarnos de caer en el error y curar la temeridad y la locura de la opinión. Esta regla consiste en aplicar a la especie los caracteres que se conceden al género, al fin de que, conocidos y aceptados estos caracteres por todos los hombres, nos sirvan para enderezar los perjuicios que hayamos formado para cada caso concreto; por ejemplo una vez formada la idea del bien, tratamos de saber si la voluptuosidad es un bien; para ello no hay sino examinarla del modo expuesto; sopesarla en esta balanza. Yo la peso con los caracteres del bien que son mis pesas, y si la encuentro ingrávida, la rechazo porque el bien es una cosa muy sólida y de gran peso. Quizá alguna vez te vuelvas contra la Providencia; vuelve en ti enseguida y verás cómo la justificas. ¿Te parece que el malvado lleva mejor parte que tú? ¿Tal vez porque sea más rico? Si es así, examina su interior, mira qué vida lleva y verás cuanto te pesaría ser como él es. Esto mismo le decía el otro día a un joven a quien la creciente prosperidad de Filostorgo irritaba: -¿Te acostarías con Sura con tal de verte como él se ve? -¡No lo permitan los dioses! ¡Antes muerto! –Y entonces ¿porque te irrita que Filostorgo se cobre lo que vende a Sura? ¿Por qué ha de parecer feliz si lo que posee son cosas que tú aborreces? ¿No te ha favorecido la Providencia más que a él, puesto que te ha dado lo mejor que podía darte? ¿No vale más la sensatez que todas las riquezas del mundo? Anda, no te quejes, que tú eres el que posee lo más precioso.
¡Cuán ciego e injusto eres! En ti está no depender nada más que de ti mismo, y te esfuerzas en depender de un millar de cosas que te son ajenas y que te alejan de todo verdadero bien.
Vas a Roma y emprendes tan largo viaje para alcanzar en tu patria un empleo más lucrativo que el que desempeñas. Pero dime, ¿qué viaje has emprendido jamás para mejorar tus opiniones y sentimientos? ¿Se te ocurrió consultar a alguien siquiera una vez para corregir tus defectos? ¿En qué tiempo ni a qué edad te has tomado el trabajo de examinar tus opiniones? Recorre los años de tu vida y verás que siempre has hecho lo mismo que haces hoy”. (De las Máximas de Epicteto) (1)
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¿Hoy en día y en “tan avanzadísimas escuelas tecnológicas”; y de inventos que no sirven para nada útil a la sociedad actual; hay algún Maestro, que de verdad enseñe “cosas” similares o parecidas, a las que este sabio de hace más de dos milenios, enseñaba a sus discípulos? Sonriamos compadeciendo “a tan avanzadísimos profesores”, de las escuelas de todas las categorías y que padece el mundo actual. Amén.

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(1) Epicteto, o Epícteto: (nacido en Hierápolis 55 a. de C.- murió en Nicópolis 135), fue un filósofo griego, de la escuela estoica, que vivió parte de su vida como esclavo en Roma. Hasta donde se sabe, no dejó obra escrita, pero de sus enseñanzas se conservan un ‘Manual’, y sus Discursos, editados por su discípulo Flavio Arriano.


Antonio García Fuentes
(Escritor y filósofo)
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Antonio García Fuentes

Empezó a escribir en prensa y revistas en 1975 en el “Diario Jaén”. Tiene en su haber miles de artículos publicados y, actualmente, publica incluso en Estados Unidos. Tiene también una docena de libros publicados, el primero escrito en 1.965, otros tantos sin publicar y mucho material escrito y archivado. Ha pronunciado conferencias, charlas y coloquios y otras actividades similares.

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