POTENCIA IMPAR DEL ALMA ES LA MEMORIA
POR ESO LA MOTEJAN LOS ESTULTOS
Parece meramente imposible, increíble, y aun una mentira, pero hoy he vuelto a recordar, con fidelidad inusitada, medio siglo después de ser impartida, una lección que nos brindó, gratis et amore, fray Ejemplo, en el interior de un aula del inolvidable seminario menor de Algaso. Seguramente, la citada aconteció al final de mi primer curso allí, Sexto de la extinta Educación General Básica, EGB, o al inicio de Séptimo, porque yo ya conocía de qué pie cojeaba Eusebio Arteaga Piérola, o sea, qué respuestas le agradaba escuchar o que contestaras a las preguntas que te formulaba. Aquella mañana, durante la segunda hora lectiva del día, lanzó al aire la siguiente interrogación (pero no para que la contestara este, el aire, sino para que sirviera de medio de trasmisión y fueran nuestras bocas y lenguas, las de sus atentos y silentes discentes, las que se encargaran de responder): “¿Cuántas ideas creéis que se pueden tener al día?”.
Como nadie levantó la mano, gesto preceptivo para que él te concediera la palabra y que tú pudieras intervenir, él me preguntó directamente:
—A ver, a ti (y profirió mi primer apellido, no mi nombre de pila, para que me diera por aludido, pues, aunque él nos tuteaba, nosotros lo tratábamos de usted), ¿cuántas ideas, aunque no sean, sensu stricto, cien por cien originales, crees que eres capaz de canalizar o tamizar al día?
Y yo, como conocía el percal, o sea, el hábito negro que él vestía, contesté lo que fray Ejemplo, poco más o menos, esperaba que respondiera, sin salirme del guion o papel pautado y menos aún por peteneras:
—Acaso pueda alumbrar muchos pensamientos, pero, en el ámbito del raciocinio, conviene racionar, ya que no cuenta la cantidad, sino la calidad; de nada sirve parirlos, como usted ha proclamado que adujo Sócrates, el primer filósofo propiamente dicho, de nombre conocido, si luego no logro darles forma. He comprobado, de manera fehaciente, que soy capaz de cazar al vuelo o pescar sin anzuelo varios pensamientos, pero también he constatado, de modo fidedigno, que estos suelen caer en saco roto si no los desarrollo, “si no los paso por el cedazo de la mano”, como le hemos escuchado aseverar a usted más de una vez. Las ideas que nos brotan o nacen quedan en agua de borrajas o cerrajas, en nada, si solo nos limitamos a anotarlas en nuestra libreta de apuntes o en cualquier otro sitio. Tengo la certeza de que los pensamientos que nos surgen, cuando los apuntamos quieren decir una cosa y cuando los leemos, al volver sobre ellos, días, semanas o meses después, tal vez quieran decir otra cosa distinta de la primigenia, que puede ser más enjundiosa o menos que la prístina.
—¿Qué os ha parecido la reflexión de vuestro compañero? —preguntó a mis colegas, cuando acabé mi disertación.
Y como nadie alzó la mano, tras abrir mi libreta de apuntes, y localizar cuanto buscaba escrito en ella, levanté la mía otra vez, a fin de leer en voz alta las líneas que había trenzado, porque él las había dicho en clase.
Cuando fray Ejemplo me otorgó la palabra, leí:
—Fray Ejemplo cree, a pies juntillas —si no marré a la hora de recoger sus fieles palabras, agregué—, que, “procedan de donde provengan, las ideas, aunque algunas pueden haber quedado suspendidas en el aire, latentes, hay que esforzarse en hacerlas patentes. No basta con apuntarlas, hay que apuntalarlas; esto es, conviene madurarlas para que digan lo que nosotros queremos que digan”.
—Con la primera intervención, había puesto un signo más en la libreta de notas a vuestro condiscípulo; con la segunda, me veo obligado a ser justo, de nuevo, y adjuntar al anterior signo otro —adujo fray Ejemplo para estimularles. Y formuló otra pregunta:
—¿Creéis que he sido ecuánime con vuestro émulo?
Como no volvió a ver ninguna mano levantada, dijo otro apellido y le interrogó:
—Cerezo, ¿qué hubieras escrito tú en tu libreta, si hubieras estado en mi lugar?
—Dos signos de adición más, a los que es adicto nuestro compañero, como deduzco que acaba de hacer usted.
—¿Entendéis ahora por qué es importante e inexcusable aprender algunas cosas de memoria, las que cada quien considere imprescindibles, necesarias? Potencia impar del alma es la memoria. Por esa razón la zahieren los idiotas —apostilló y concluyó fray Ejemplo, segundos antes de que sonara el timbre, que ponía fin a la clase.
Ángel Sáez García