Pacos

Paco Sande

Empiezo a pensar que es una batalla perdida.

Los nacionalistas insisten en corromper el sistema español a través del deporte. La selección vasca volvió a jugar fuera de España tras 69 años sin hacerlo. La última ocasión fue en plena Guerra Civil española, el 20 de junio de 1938, ante Cuba en La Habana. Allí han salido con una pancarta en la que ponía: «Somos una nación. » ¡Oficialidad!

En esta ocasión, se desplazaron ante Venezuela para jugar un partido amistoso como preparación de los sudamericanos para la Copa América, que empezará el próximo día 26 de junio.
El combinado de Euskadi aprovechó la celebración de los himnos para reivindicar la oficialidad de una selección del País Vasco. Los jugadores salieron con una pancarta que decía: ‘Somos una nación. ¡Oficialidad!’, que desplegaron antes de comenzar el encuentro.
Y en lo tocante a al tema de la lengua, todavía es peor, si cabe.

Se ha instalado como verdad oficial la ficción primigenia: la que prescribe que sólo una de las lenguas es «propia» y proscribe por impropia a la que es común a todos los españoles. Una ficción costosa. Cada vez más costosa.
¿Pero por qué?

Con lo bien que lo hacemos todos los españoles juntos. Con lo bien que nos va. ¿Pero por que hay unos seres enfermos de ese fanatismo chauvinista que les hace creerse mejor que los demás? Que le hace pensar a un vasco que es mejor que un gallego, o a un catalán que es mejor que un extremeño o un andaluz. ¿Qué les hace pensar a los nacionalistas que sus regiones, una vez convertidos en paisitos irían mejor sin la rémora del vecino?, -que no es el vecino, sino el hermano- ¿Qué me diga el mayor defensor del nacionalismo vasco o catalán que es lo que le hace pensar que él es mejor persona que yo?
Los nacionalismos son un cáncer, una lacra para los países que les toca vivirlos, una peste que parece haber caído sobre Europa en los últimos 150 años. Incluso los británicos empiezan a tener problemas con Escocia. Y esta plaga, esta desgracia, en España está ya en un estado muy avanzado. Aquí los nacionalistas-separatistas, cuatro monos, cuatro payasos que dicen ser demócratas y luchadores del pueblo, -de un pueblo que no los quiere, por cierto- cual virus nocivo están destrozando y matando nuestro país, pero no hay que desesperar España se ha salvado anteriormente de situaciones, mas desesperadas todavía, y esta vez también lo va a conseguir. Hay que seguir luchando, hay que salvar a España.
Y es qué, es incomprensible que la expresión «salvar España» goce de mala fama. Paradójicamente, la expresión «destruir España» no sufre el mismo estigma, e incluso se toma a chirigota. Pero ningún otro nombre sino precisamente ese, destrucción, puede darse a una política que consiste en relativizar la soberanía nacional, discutir que sus titulares sean los españoles, fomentar estatutos de autonomía que lesionan la cohesión del país, implantar un discurso de continua cesión –no sólo retórica– ante quienes buscan romper España a fuerza de bombas, promover iniciativas de revisión histórica que vuelven a enfrentar a los españoles en bandos inconciliables, instituir una mirada de perpetua vergüenza sobre nuestro pasado colectivo, perseguir el uso ciudadano de los símbolos nacionales, arrancar literalmente a España de su lugar tradicional en el concierto de las naciones para acercarla a modos de hacer política que nada tienen que ver con lo que fuimos ni con lo que queremos ser. Esa es la política que estamos sufriendo hoy. No ha empezado ahora, ni tampoco con Zapatero, pero ahora es cuando se han dado los pasos decisivos; ahora es cuando la abdicación nacional de España empieza a producir sus funestos frutos.
Por esto mismo me desgañito yo todos los días a quien quiere escucharme, y algunas veces también al que no quiere, pero ya empiezo a pensar que estamos peleando una batalla perdida, a seguir un camino sin salida, perseguir una meta imposible, pues ser nacionalista se ha puesto de moda, y los nacionalistas se creen con un derecho sobrenatural sobre los demás, a dictarnos y a exigirnos que hagamos y actuemos como ellos dicen, para algo son los guardianes de nuestras costumbres y nuestro folclore, y lo peor es qué, algunos, muchos, no nacionalistas, también empiezan a creérselo.

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