Cuando la quijada más a escuadra de occidente – con permiso del espectro de Mussolini – suplicó el voto a tutti quanti alegando que, caso contrario, el resultado sería “tururú” nadie estuvo a la altura: empezaron a hacer el indio y a hablar como si indios fueran, Pablemos incluido, que ya nos ha cantado, hecho el tic-tac del cocodrilo de Garfio y, a última hora, ha hablado en infinitivos cuando lo suyo eran los futuros salpicados de condicionales. ¿Qué será tururú?, hermano con hermano se decían como en la cantata de Santa María de Iquique. Las amas de casa, inquietas, preguntaron a las vendedoras de mercadona: ¿Tenéis tururú o algo? El caso es que nos dejaron sin saber qué era ese engendro recién accedido al mundo de la estadística electoral. Por lo que resultó del recuento de votos no sé si podría definir exactamente a qué equivale pero algunos verbigracias quizás nos inspiren. En cuestión de sexo – con permiso del arzobispo Cañizares- vendría a ser como aquello de la puntita nada más; en cuestión académica, suspenso por los pelos o aprobado cum laude pero a expensas de cupo, o sea, un vivo sin vivir en mí y, más llanamente, un sindiós.
Se aferra el suplicante Mas a los acuerdos alcanzados entre él y Juntspelsí, con olvido consciente – willful blindness dicen los ingleses – de que un acuerdo entre la suegra y una nuera no afecta, por ley, ni al resto de nueras ni a los cuñados. Los cuñados, esa masa votante transversal por fin puesta bajo el foco de la atención pública, pueden ser unos coñazos pero a la hora de defender sus derechos se vienen arriba, como la secretaria de la Gurtel con tres copas, y acaban mentándole a la suegra común el árbol genealógico apenas pretende la nuera esquirola imponerles lo que acordó aquella tarde maldita con la maldita suegra.
Tururú podría ser lo de la miel en los labios, vagamente relacionado con las margaritas y los cerdos. O quizás la sensación que tuvo Moisés cuando le dejaron echar una ojeada a la tierra prometida pero ni una más. Para ese viaje, dijo Moisés, mejor me hubiera quedado en Egipto beneficiándome a una hermana del faraón. Para este viaje, dice ahora Mas, mejor me dejo de líos con los antisistema de ERC – de la CUP ni hablamos – y vuelvo a la herencia fastuosa que me dejó el honorá-bla, cuando Cataluña prosperaba a base de hacerle a España lo mismo que ahora me está haciendo a mí la CUP. Y es que Mas es un tipo con marchamo de derechona meapilas que lo más cerca que estuvo de poner en cuestión el orden fue aquel domingo de montería en que nadie hizo nada por regresar a tiempo de llegar a misa de 9, y ahora se las ha de ver con una CUP encastillada como Rouco en palacio ajeno, que le exige profesión de fe anarcocomunista o no hay nada que hacer y a votar se ha dicho.
Bueno, pues cuando ya creíamos que iba a entrar el tururú en la sima de los misterios he aquí que los de la CUP han definido la criatura: para armar una independencia hay que montar un pollo jurídico y político, ha dicho Baños. Un pollo polijuri – por sus siglas en inglés – y una vez formado el pollo y criado a dieta de consignas prosecesión se dijeron para ellos mismos: ¿este pollo cantará, no? Claro, se contestaron, a dónde va un pollo que no píe o no tenga plumas. Así que pusieron al pollo en mitad de la asamblea y lo exhortaron con voz imperiosa: pía, pollo, le decían, oh gran pollo polijuri, ¡manifiéstate!
El pollo hinchó el pecho, ahuecó las plumas, preparó el pico como para marcar pedorreta y al cabo emitió un “tururú” que aún le quema las entrañas al pobre Mas.