Nietzsce nos lo advirtió: el primer impulso humano va demasiado lejos y el segundo queda indefectiblemente demasiado cerca. Y lo está cumpliendo escrupulosamente el TC: primero ha pretendido lucir esplendentes las plumas de su pedantesco respeto por la soberanía del parlamento catalán; luego vendrá excitar del ejecutivo, que es el que debe hacerlo, que aplique las medidas que son propias para parar el delito que se plantea cometer el secesionismo catalán. Y para evidenciar los paños calientes con que pretende el TC eludir sus responsabilidades basta con considerar lo siguiente: si el parlamento catalán se planteara debatir el lunes una propuesta sobre si asesinar o no al señor arzobispo de la diócesis del Rincón de Beniscornia, ¿habría esperado el TC a que tomaran la decisión o habría impedido el debate mismo al ser la propuesta constitutiva de delito? Pues lo mismo debió hacer en esta ocasión y no lo ha hecho para lucir plumas democráticas, aparentar un respeto – que no tiene de forma tan absoluta – por el orden constitucional que dice defender, y propiciar luego que sea el gobierno quien le dé el estacazo a los golpistas; y tal estacazo no podrá ser otro que ordenar la detención de quienes persistan en su voluntad de desmembrar España y formar el pollo político y jurídico que conlleva la desconexión. Y es preciso tener en cuenta que Marruecos celebra en estas fechas el cuarenta aniversario de la marcha verde, que desembocó en la fractura del que por entonces considerábamos territorio español, y que cualquier signo de debilidad del Estado a la hora de defender su territorio es correctamente interpretado por el entorno como el momento propicio para acometer iniciativas de mayor calado.
El TC, se vista de mona o de seda, apenas escapa del papel de voz de su amo que le ha asignado el bipartidismo. Ni PP ni PSOE han sido capaces de asumir una justicia constitucional independiente, al servicio de la Nación y no del gobierno, así que pretenden fabricarse un TC a la medida de sus aspiraciones a base de troquelarlo con material tipo Enrique López, el de la moto sin casco y con exceso de alcohol vagando por la madrugada madrileña, todo un ejemplo de probidad que ahora pretendían usar para reñirle a Bárcenas suavemente. Acabará de juez de paz allí donde el PP tenga una disputa que pueda resolver tan enjundiosa jurisdicción. Acostumbrado, por tanto, a la farsa de aparentar pero no ser, el TC, al maquiavélico modo, ha querido en la cuestión catalana aparentar ecuanimidad y falta de prisas y, a la vez, anticipar que apenas se les ocurra aprobar el dislate lo anulará. Pero algo más habrá después del anular porque están los sediciosos hartos de decir que a ellos le importa un rábano lo que diga el TC sobre una materia – el orden constitucional español – respecto de la cual están desentendidos por completo. Así que esto, si se ha de enmendar, será a base de detener a los autores, llevarlos a la Audiencia Nacional y allí instruirles una causa como la que en su día se instruyó a Tejero (pero a ver si esta vez pudiera hacerse bien y no con el ánimo de componenda con que se preparó aquel otro juicio); y antes o después habrá que hacerlo, sea el TC o no, y dejar claro qué tipo de país conformamos, si uno decidido a defender su Constitución a base de lo que haga falta o si, más bien, uno sin conciencia de sí mismo, débil frente a quien lo amenaza y abierto a cualquier fractura. Porque si es esto último lo que transmitimos deberíamos irnos preparando para que ejerciera su derecho a decidir hasta el último barrio molesto con su pedáneo. Y si no, al tiempo, que tampoco tendrá que pasar mucho.