Palpito Digital

José Muñoz Clares

La pescatera

Se ha perdido el arte de insultar. Y no es por falta de voluntad,  que sobra, sino por falta de formación. Cierto es que no hay cursos que preparen al personal para el oficio – nos han condenado al empeño autodidacta – pero se echa de menos el ejemplo: el insulto bien y sutilmente ejercido sustituye con creces a la docencia. Haber vivido rodeados de gente bieninsultante es una suerte que uno tiene o no tiene, de ahí tantas vidas despediciadas en el intento vano de insultar cabalmente a sus enemigos más allá del improperio. En los patios de vecinas – hoy, redes sociales – tengo constatadas letanías compulsivas: puta zamarra entre mujeres y cabrón hijoputa entre varones, carne de las extintas faltas, hoy desaparecidas del Código penal. Y no son maneras. La ira corrompe la intención y acaba uno por ser vulgar.

Uno de los apodos insultantes más acertados que recuerdo se lo puso un redactor a su directora. El menda, aficionado al wisky y a las putas como Dios mandaba antaño, acertó a llamar a su directora «la pescatera». El apodo cundió entre la plantilla y una noche de copas, apoyados en una barra que apenas nos sostenía, nos confesó la enjundia última del asunto: con un solo apodo he conseguido describirla por dentro y por fuera, nos dijo, y era verdad. A aquella directora la habían puesto tan alta no porque escribiera o dirigiera bien sino porque la empresa tenía que cubrir la cuota femenina y lo hizo en una hoja parroquial de provincias cuya misión no era vender ejemplares sino servir de drenaje fiscal a la cadena, que por entonces ganaba pasta de más, lo que chocaba con su pretensión de pagar impuestos de menos, así que montaron la cabecera para que perdiera pasta a montón, lo que desahogaba mucho las cuentas. La moza había nacido adornada con una cumplida estética de botella de butano – sería una 110-110-110 desde los hombros hasta los tobillos – y, para colmo, se llevaban por entonces las hombreras, que remedaban muy bien las asas de la botella naranja de nuestros amores invernales. Mas sabedor el taimado de que no todas las pescateras respondían ni responden a tal presencia, se cuidó muy mucho de analizarle el alma y descubrió que los entresijos del engendro eran más pescateros que las trazas. Lo suyo no era pinta: tenía alma de pescatera. Aquéllo, señoras y señores, era insultar de verdad y con estilo, si dejamos aparte que para cuando llegó a oídos de la ofendida el muy ladino renunció a la gloria y me atribuyó a mí la invención. Excuso decir que ella me odia desde entonces pero yo le estoy agradecido al que renunció a un buen insulto en provecho de un colega, aunque fuera para taparse las vergüenzas.

Ahora un académico ha rescatado el insulto para aplicárselo a la Colau, a la que le sobran virtudes para haberla insultado en forma y no de esa mala manera en que lo ha hecho el de la RAE, que parece mentira, hombre. Primero por ser mujer, que en ocupando poltrona se vuelve especie protegida. Y segundo porque me trato yo con pescateras, peluqueras y miembras del personal de administración y servicios que están de toma pan y moja, aparte de ser listas e inquietas como hienas. Así que ha errado el académico desde el birrete hasta la hebilla del zapato. Ha escupido al cielo, lanzado el boomerang que le vuelve al cogote y se ha degradado como faltón. Y no le han de valer arrepentimientos. O aprende uno a insultar como Felipe Golfales, que  llamó marmolillo a Aznar, o se calla uno y le hace vudú al enemigo, pero insultar tontamente es cosa necia que en nada contribuye a la formación de la ciudadanía.

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José Muñoz Clares

Colaborador asiduo en la prensa de forma ininterrumpida desde la revista universitaria Campus, Diario 16 Murcia, La Opinión (Murcia), La Verdad (Murcia) y por último La Razón (Murcia) hasta que se cerró la edición, lo que acredita más de veinte años de publicaciones sostenidas en la prensa.

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