Palpito Digital

José Muñoz Clares

El rector disfuncional y otras especies

Tuve un cliente de la peor calaña comercial, forjado en mil madrugadas de mercados de pueblo, que solía intercalar en su conversación una frase que me rompía los esquemas: “me cago en dios y que el Señor me perdone”. A base de mayúsculas y minúsculas he intentado traducir a palabras los sentimientos encontrados que la frase despertaba en ambos, el que la profería – que se veía inclinado a exorcizarla con una jaculatoria – y el que la escuchaba, que no sabía si estaba ante un blasfemo consumado o ante un dualista ingenuo de vela al Señor y vela al diablo. Según aquel cliente lo sagrado tenía dos versiones lingüísticas, blasfemable la una – dios – e imprecable en paralelo la otra – el Señor -, de modo que simplificada la ecuación la blasfemia quedaba anulada por la inmediata invocación piadosa. El estado de la cuestión es sencillo de describir: se puede decir que fulano es un hijo de puta siempre que a renglón seguido se añada “mis palabras no lo ofendan”, o bajo el argumento de que se puede insultar a Ramón siempre que uno se excuse ante Cajal.
En esas anda ahora el rector de la Rey Juan Carlos, pillado en plagio al por mayor por cinco profesores y sin ánimo alguno de dimitir como es debido. Páginas y páginas que él ni investigó ni escribió las hizo pasar por suyas dentro de un trabajo que el demasiado humano rector incluyó entre sus méritos para ser habilitado como catedrático. Los curriculum de papel tiene esa virtud: que son falsificables; los hechos, sin embargo, son difíciles de falsificar. El sabio pillado en falta alega en su descargo humanidad, mientras uno de los profesores plagiados señala 35 páginas de 38 en un solo capítulo: 3 del rector, 35 del profesor. Pero el acusado de plagiario se parapeta tras su carácter humano y falible y, ya que estamos, en el acoso de “los de siempre”, total por unas pocas “disfunciones”. Otros recurren a “fue un caso puntual” o, directamente, que sus expresiones “se han sacado de contexto”. Cuando la podemita concejal de Alicante apodada “la roja” llamó borracho, asesino y ladrón al Rey emérito D. Juan Carlos se excusó en el contexto, lo que no le sirvió de nada a la hora de que la condenaran como de nada deberían servirle al rector señalado sus “disfunciones”. Pero a nosotros nos pone en el brete de elegir entre llamar disfunción al plagio o seguir llamándolo plagio para que todos nos entiendan.
La falta de respeto hacia el trabajo intelectual que cristaliza en publicaciones marcha paralelo a nuestro récord europeo en materia de robos violentos, figura en la que destacamos quizás por la herencia bandolera que portamos en los genes. Hace un tiempo me llamó una catedrática de Penal para preguntarme por un artículo muy sesudo que había publicado yo unos años antes en una revista de gran difusión entre el gremio. Iba sobre el iter criminis de un determinado delito especialmente enrevesado al respecto. Se lo envié y al poco me llamó para decirme que tenía un tribunal de tesis esa semana y le había sonado mucho la parte dedicada al iter criminis y, en efecto, añadió, varias páginas estaban directamente copiadas de mi artículo sin cita alguna de autoría. Una disfunción más. Guerrera ella, le planteó al presidente del tribunal que se rechazara la tesis hasta que se drenara de plagios, cosa que en modo alguno admitió aquel insigne catedrático. La tesis se defendió, mi compañera dijo lo que había detectado y, bajo pretexto de “falta de exhaustividad en las citas”, el tipo que, dicho sea de paso era juez, se llevó su cum laude. Un rasgo de decencia tuvo: quitar el plagio de la posterior edición impresa y citar al autor del iter criminis como debió hacer al principio. Y así anda el juego, entre blasfemos piadosos, plagiarios disfuncionales e insultadores sin mala intención. También contamos con gastadores de black con alma white y toda suerte de contradicciones en los términos que componen un país difícilmente asimilable desde una perspectiva de seriedad.

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José Muñoz Clares

Colaborador asiduo en la prensa de forma ininterrumpida desde la revista universitaria Campus, Diario 16 Murcia, La Opinión (Murcia), La Verdad (Murcia) y por último La Razón (Murcia) hasta que se cerró la edición, lo que acredita más de veinte años de publicaciones sostenidas en la prensa.

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