Palpito Digital

José Muñoz Clares

Mi tía Sole, la inclusiva

Se llamaba Soledad, uno de esos nombres femeninos apoyados en la fe que dio lugar a las Angustias, Dolores y Soledades a las que la IC nos acostumbró y luego la población civil se vengó en forma de Yolandas, Yaizas, Ainoas, Chenoas y lindezas semejantes, ninguna superada por una exalumna mía que ostentaba el setentero nombre de Dulce Libertad, sólo comparable a una calle de Murcia que se llama Calle de las Nuevas Tecnologías. Cosas de los tiempos cambiantes.

Si viviera ahora mi tía Sole se reiría largamente -era de risas largas y muy celebradas- al ver que el nombre con que usualmente la llamábamos anda en boca de la ignorante irredenta I. Montero, la, de momento, consorte feliz del pelanas moñudo que en paz descanse. 

Impactados como estamos por el lenguaje encasquillado de le esperpéntica ministra de igualdad, que igual lo pudo ser del Amor Hermoso, no reparamos con suficiente ahínco en el hecho de que estas feministas pasadas de rosca, conocidas como feminazis, lo que quieren es reventar la institución «nombre» (José, me llamo José) para que incluya otros datos esenciales de modo que el espíritu de igualdad se extienda por la población de forma reparadora. Ya no basta que el nombre indique el sexo de la persona, no; ahora el nombre debe hacer referencia a la opción sexual del sujeto, de su origen y naturaleza, si fue mujer de siempre o si nació Mariano y luego se hizo Laura, si le da a pelo y a la lana, a pelo o lana sólo o si le da a todo lo que se menea; si es poliamoroso o no, si se acuesta con la vecina y hace manitas arrebatadas con el marido de la vecina en el ascensor. Lo que quiere esta caterva de asnos, asnas y asnes tiene un nombre y una historia: la estrella de David en la solapa y un código de barras en el antebrazo para tener a la población civil convenientemente encasillada en los roles sociales, sexuales, etc., que ha asumido en su existencia actual y en la precedente. Pasamos de que Antonia nos hable de una mujer que se llama Antonia a una expresión omnicomprensiva de la biografía de Antonia, la que se fue con el hijo de la Juana y volvió preñada porque el hijo de la Juana se hizo talibán y a ella la cosa islámica no la terminaba de convencer, mayormente por el burka, siendo como ella era una choni de gran superficie y barrio de churros en la calle, con su chándal, sus arracás y sus tacones por aquello de la informalidad dentro del ir arreglá.

Así que  los críos -ahórrenme el encasquillamiento- lo que hay que hacer es no ponerles nombre, tan relacionado con tradiciones religiosas, y pasar directamente a grabarles un código de barras en la frente para que todo el mundo sepa datos esenciales de su personalidad como si es trans o no, si es hetero, bi, cis o cualquier otro matiz que presente el nacer con pene o vagina que, al final, es lo determinante del resto de la retahíla de añadidos ideológicos.

Y mientras tanto el felón ocupado en convencer a Aragonés y sus secuaces de que yo, Sánchez, tengo las mejores intenciones respecto de vuestra pacífica causa pero ni la derecha de este país ni los míos me dejan  hacer lo que me pide el cuerpo, que es acabar con España, echarla a la túrmix junto con su lengua y su historia y hacer una sopa de 17 republiquetas al estilo de la que quieren para sí los catalanes más obcecados que la historia ha conocido. 

Ya saben la consigna: mazo blandido y a estacazos con la estupidez traidora. Hasta enterrarlos en el mar. De momento, ya hemos pasado un día más y no nos han vencido.

 

 

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José Muñoz Clares

Colaborador asiduo en la prensa de forma ininterrumpida desde la revista universitaria Campus, Diario 16 Murcia, La Opinión (Murcia), La Verdad (Murcia) y por último La Razón (Murcia) hasta que se cerró la edición, lo que acredita más de veinte años de publicaciones sostenidas en la prensa.

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