Palpito Digital

José Muñoz Clares

Manadas y manadas

No es fácil matar a un ser humano. Un periodista holandés recibió cinco disparos hace unos días; de momento sobrevive y esperamos que cure de sus heridas. No han sobrevivido las 150 víctimas que cayeron en cuatrocientos tiroteos el pasado día 4 de julio, mientras el resto de los estadounidenses celebraban el día de la independencia que otros decidieron celebrar con una lluvia de balas contra su entorno.

Sólo un tercio de los homicidios y asesinatos intentados en España (unos 400 al año; los datos están en el INE) alcanza la consumación y da lugar a la muerte de la víctima. Pero la esperanza de que la víctima sobreviva a un ataque, y eso lo saben muy bien los lobos, depende de si el ataque es en manada y, entre humanos, del «argumento» que incendia la saña que se pone en dar muerte al otro.

España -no lo sabíamos- está llena de manadas. Últimamente creíamos que sus fines eran esencialmente sexuales; la realidad nos demuestra que no es así. Manadas de delincuentes jóvenes estuvieron incendiando Barcelona durante semanas y nadie supo qué hacer para poner fin a la barbarie. Ni hubo, por otra parte, voluntad de hacerlo: ya estaba en marcha el proyecto «indultos por permanencia en el poder». Otras manadas no menos irresponsables se están dedicando frívolamente a revertir lo que parecía un triunfo sobre la pandemia. Tal como ellos lo ven, después de vacunar a lo ancianos debieron vacunarlos a ellos para que pudieran hacer su vida normal, porque, preguntan, ¿no van a salir de copas lo viejos de cuarenta para arriba, no?

Que varios de esos jóvenes, disuelta su identidad y su responsabilidad en la acción de la manada, incendien contenedores, acosen y apedreen a la policía o, como es el caso que nos ocupa, pateen a una víctima indefensa durante 150 metros de martirio, requiere esa saña especial que sólo se sacia cuando la víctima queda muerta en el suelo y la hazaña se consuma. Se trataba, por lo visto, de eliminar a una persona (¿cuya forma de vida no compartían?) por ser diferente. Y lo hicieron. Al menos quienes iniciaron el ataque; el resto se unieron cuando dejaron de pensar y se abandonaron a la inercia de una manada enloquecida, dentro de la cual patear hasta la muerte a un muchacho caído resulta ser un buen final para una noche de copas.

La evolución ha invertido millones de años en hacernos libres y responsables. Se valió primero de dioses y religiones hasta que dio con la fórmula de los códigos penales y los sistemas de justicia. La estrategia resultó ser un éxito, al menos en España y en los países de nuestro entorno, donde la delincuencia violenta resulta ser residual si la comparamos con la que se ha generalizado en otros países en que la muerte al por mayor se ve facilitada por el libre acceso a las armas de guerra y la coartada que facilita la ideología/religión oficial: matar disidentes, herejes, infieles, mujeres, peligrosos homosexuales…

La izquierda más descerebrada culpa de los crímenes homófobos o con víctima mujer a quienes no comulgan con lo que ellos llaman sus «ideas». Quien no entre por el aro ideológico de esa llamada «violencia de género» -violencia selectiva por sexo contra la mujer, ese es su verdadero nombre- o no suscriben las extremas concepciones de una identidad sexual a la carta, son los responsables de que algunos hombres maten a su pareja o apaleen a un homosexual, en ocasiones hasta la muerte. La izquierda más descerebrada, y hay mucha, celebra esas muertes porque dicen que les dan la razón. Podrido razonamiento que resulta inútil desmontar: quien piensa no lo necesita y a quien no piensa le da igual que le argumenten: él responde a tiros, con un bate de baseball o a patadas, y será celebrado por los ideólogos que lo alientan, los «apreteu» del difunto Torra, los asesinos apoyaasesinos que amenazan de muerte al hijo de Iturgáiz, las manadas de Putin, de Ortega, de Maduro o de Xing. O de la policía americana si se trata de negros

Éramos sociedad, ahora nos quieren reducir a manada.

 

 

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José Muñoz Clares

Colaborador asiduo en la prensa de forma ininterrumpida desde la revista universitaria Campus, Diario 16 Murcia, La Opinión (Murcia), La Verdad (Murcia) y por último La Razón (Murcia) hasta que se cerró la edición, lo que acredita más de veinte años de publicaciones sostenidas en la prensa.

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