Palpito Digital

José Muñoz Clares

Mustafá Hitler

Alguna vez habrá que tomar una postura seria respecto de los Estados Unidos de América: obligarlos a ser la policía del planeta u olvidarnos de tal quimera indeseable. De momento Biden es víctima de tal contradicción: si se quedan sus tropas, malo, pero si se van peor porque los afganos son incapaces de hacer frente a la chusma que reincide en la sinrazón. Y no sólo -aunque sí especialmente- respecto de las mujeres.

Nadie, ni hombre ni mujer, podrá escuchar ningún tipo de música. Tampoco podrán ver televisión ni vídeos. Prohibido celebrar el año nuevo y el día del trabajo por ser fiestas «comunistas», y quien no tenga un nombre islámico habrá de cambiar el que le dieron sus padres por uno adecuado a los caprichos del profeta, que afectan igualmente a la vestimenta: nada de pantalones que ponen de relieve el culo, con la indecencia que eso supone. Todo hombre habrá de llevar cubierta la cabeza -si estudia, con un turbante-, y la barba, recogida con un puño, debe sobresalir por debajo de la mano que la sujeta. Siendo arbitrario todo, la cumbre de la sinrazón reside en la prohibición de volar cometas y criar pájaros por ser antiislámicos. La mera tenencia de literatura cuestionable conduce a la ejecución. Si a eso añadimos la destrucción del patrimonio artístico que pronto veremos, el gobierno talibán quiere hacer del país un páramo de incultura y obsesión  religiosa, un mundo de seres orantes y observantes. Y lo más significativo: quien no sea musulmán deberá portar cosida a la ropa una insignia del mismo color que en su día impusieron los nazis a los judios: amarillo.

Todo está ocurriendo delante de nuestros ojos y ha precipitado a la asociación de malhechores en el poder a ridículas contradicciones. Quienes no acertaron en su día a calificar a Cuba de dictadura no aciertan ahora a ver que ser mujer en Afganistán es una desgracia espantosa que da lugar a matrimonios forzados, amputación de dedos por pintarse las uñas, corte de orejas por llevar pendientes, burka obligatorio -esa cárcel textil-, nada de estudiar ni de trabajar -las viudas son así condenadas al hambre y a la muerte por inanición- y lapidación de las adúlteras. La irascible e inepta Montero calla; Narcisánchez calla en un entorno de políticos relevantes horrorizados con lo que está pasando. Narcisánchez se ha recluido con su Falcon en una propiedad del estado y ha impuesto un apagón informativo sobre él, sobre quien dice él que es su mujer y sobre las hijas que dice haber tenido con la mentada/do, y sobre tal base de mentiras imperdonables anda buscando respuestas que justifiquen su silencio y el de los títeres que maneja bajo amenaza de otra noche de cuchillos largos.

A estas alturas las más conspicuas feminazis se van enterando de que España es un muy buen lugar para ser mujer, pero Montero calla por no molestar a sus idolatrados islámicos, tan amplios de miras, tan delicados si se les compara con esos delincuentes cristianos que a todos nos atormentan. En el paquete de la sumisión a cambio de poder lleva Sánchez el silencio ante semejantes desmanes, no sea que se le revuelvan los amnistiados indepes que lo sostienen, que inexplicablemente prefieren a un talibán antes que a todo lo que les suene a español, y por tanto a franquismo. Callan ante los talibanes como los paniaguados de los nazis callaron ante los SS, la infamia, la tortura y la muerte. Callan como los bellacos que son. Callan para que la historia recoja su cobardía y su miserable existencia, sólo caracterizada por la falta absoluta de principios más allá de su propio medro.

Creíamos que no se podía llegar más bajo, creíamos agotado el pozo infame en que se retuercen. Y lo creíamos para que los hechos nos hicieran ver el inmenso error en que estábamos, pasmados como estamos por el «no será posible» y luego resulta que sí.

 

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José Muñoz Clares

Colaborador asiduo en la prensa de forma ininterrumpida desde la revista universitaria Campus, Diario 16 Murcia, La Opinión (Murcia), La Verdad (Murcia) y por último La Razón (Murcia) hasta que se cerró la edición, lo que acredita más de veinte años de publicaciones sostenidas en la prensa.

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