EL MÁS TONTO DE LA CLASE HA DIBUJADO UNAS VIÑETAS

El asunto de las viñetas de Mahoma es un claro ejemplo de lo que el más bruto de cada clase puede lograr si le dejamos una tiza (o un lápiz) en sus manos.
Debo correr inmediatamente a aclarar que las violentísimas manifestaciones islamistas que están teniendo lugar en medio mundo no son más que un ejemplo de lo que la manipulación interesada y sabiamente dirigida puede hacer con nosotros. Con cualquiera de nosotros. Estas protestas, y estos muertos, le están viniendo muy bien a alguien y por eso las apoya, las promueve y las dirige.
Pero, dicho esto y todo lo que un lector avizado puede esperar de un cristiano occidental, demócrata y civilizado, creo que fue un mal día para la prensa aquél en que el dibujante danés publicó su primera viñeta. Sólo al más bobo de la clase, ése que nunca aprendió lo que eran las ecuaciones, ése que empecinadamente ponía «a ver» en vez de «haber», se le ocurriría asomarse con una vela a ver si quedaba gasolina en el depósito. Provocar estúpida, innecesaria e inconscientemente. Como si los ayatolás, sus acólitos y quienes lo manejan necesitasen un quintacolumnista occidental con pinta de vikingo.
Lo que pasa es que en el fondo el pobre infeliz tiene excusa, la excusa del mal estudiante, la excusa del mal hijo o del mal compañero: «¿Y los demás qué? Ellos también han sido». Estamos en esta sociedad libérrima tan acostumbrados a criticar los más nobles sentimientos, las más elevadas emociones y las más profundas convicciones religiosas de los cristianos sin que pase nada que ya creemos que todo el monte es orégano, que el ofendido va a callar siempre, que se va a resignar siempre, que todo lo va a tolerar siempre. Que podremos meterle siempre la cabeza en el váter impunemente porque es un pringao que nunca se queja. Todo en nombre de la sacrosanta libertad de expresión, que nos toquen todo menos la libertad de expresión, que nos hagan de todo menos ofender la libertad de expresión.
Pues que viva la libertad de expresión, coño. La hemos entronizado, la hemos subido a los altares y nos hemos creído que es el máximo valor por el que los «superdemócratas de toda la vida«, los «ultraprogresistasantitodo» deben luchar. Quizá deba ser así, o casi. Quizá la libertad de expresión deba ser la última bandera de la democracia que deba caer. O casi.
Porque nos olvidamos de algo que debe acompañar siempre a todos los derechos, a todas las libertades: Que tienen fin, que siempre limitan con los demás y sus derechos y sus libertades. Que al lado de mi libertad está la de los demás, que al lado de mis derechos están los de los demás y que tanta libertad no debe ser un paraguas que todo lo proteja, tape y oculte.
Hace tiempo se estrenó una obra en Madrid que se titulaba… (¿cómo se titulaba?) que además de ofender brutamente a los cristianos estaba subvencionada, tampoco consigo recordar por qué estructura gubernamental que, hay que ser burros, creyó que eso era arte. En la actualidad Leo Bassi, cuentan las crónicas, repite una ofensa semejante, tan burda, tan gratuita, tan innecesaria, tan molesta, tan absurda, tan fuera de lugar como aquella otra. Hemos ganado que esta vez, al menos eso creo, que no está subvencionado. Alguien se ha dado cuenta, por lo visto, de que no está bien subvencionar los insultos a las religiones, aleluya.
Ni entonces ni ahora nadie con suficiente autoridad social levantó la voz para protestar, nadie con suficiente autoridad social salió a defender a los insultados, nadie con suficiente autoridad social corrió a consolar a los ofendidos. Ambas ofensas son graves, pero los ofendidos y quienes podían representarlos callaron y simplemente se lamieron las heridas.
Quizá hicieron mal, quizá debieron tener el valor y la energía de protestar, porque aquella dejación de derechos pudiera entenderse como licencia para el insulto, como “barra libre” para la ofensa a los que piensan de determinada manera. Eso en una época en la que se presume que los derechos de las minorías están más y mejor protegidos que nunca.
¿Qué necesidad hay de ofender para hacer crítica? ¿Y para hacer humor?

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Pedro de Hoyos

Escribir me permite disfrutar más y mejor de la vida, conocerme mejor y esforzarme en entender el mundo y a sus habitantes... porque ya os digo que de eso me gusta escribir: de la vida y de los que la viven.

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