PRIMERA COMUN… ¿QUE QUÉ DE QUÉ?

Resulta que la nieta del Matías, mi buen vecino, ha hecho su primera comunión, y, por más que le he rogado, implorado y llorado no he podido evitar ser invitado a la consiguiente celebración.
Me armo de paciencia y rebuscando en el baúl de los recuerdos consigo encontrar una vieja corbata y una chaqueta medio decente que ponerme. Quisiera ahorrarme el esfuerzo de acordarme de todo lo que pasó durante el ágape, porque no quiero que me vuelva a doler la cabeza (y porque más o menos todo el mundo ha pasado alguna vez por trago semejante), pero mi siquiatra me recomienda exteriorizar mis sentimientos para poder reconciliarme conmigo mismo. Debo empezar por decir que ni siquiera el hijo del Matías, Matiítas, me cae bien, pero que lo sufro con alegría porque su padre es uno de los mejores tipos que conozco, y por él y por Doña María merece la pena cualquier sacrificio.
A regañadientes tengo que sentarme al lado de alguien a quien ni conozco ni me apetece conocer. Con alivio caigo en la cuenta a lo largo de la comida de que los sentimientos son mutuos. Ambos procuramos estar muy correctos, y hablamos del tiempo y de fútbol lo justo para no ser maleducados y darnos cuenta de que ninguno de los dos somos expertos en dichos temas. A partir de ahí uno y otro nos dedicamos a callar y entendérnoslas con el menú.
Como la celebración es íntima y no pasamos de los cincuenta o sesenta invitados, en el primer plato decido seguir a la mayoría de los comensales (ya se sabe que la mayoría tiene siempre la razón) y me deshago de corbata y chaqueta, escondiéndolas bajo una butaca con la esperanza de que se me olviden.
La comida va progresando y los seguidores de Baco empiezan a hacerse notar, animados por los asistentes al banquete de al lado, de los que nos separa un tenue biombo. Aprovechando que, como ya suponía, mi paladar rechaza las exquisiteces que nos han preparado, procuro huir del follón y cumplo con el ritual de acercarme a decir unas cariñosas palabras a la novia. Vano intento. Cuando ya estoy llegando el padre de la criatura me lanza un abrazo de oso, más que abrazo , una doble Nelson. En el aliento se le nota que ha hecho una excepción a su costumbre de sólo una copita.
Logro zafarme de la afectuosa agresión y vuelvo a mi asiento antes de que sea demasiado tarde. Allí me espera la prima de una vecina de los tíos de la niña, que se queja del largo viaje, de que acaba de llegar, y de que ya tiene que irse para llegar pronto a Ciudad Real, que tiene cita con el callista. Entre callo y callo me suelta que si este chico, que si ahora con la comunión de la niña, a ver si cambia y por lo menos va a misa algún domingo…
El gracioso oficial de la familia viene a rescatarme, invitándome a cantar con él. Dudo entre los callos y el canto, pero prefiero los callos. La diosa Fortuna se hace presente y la de Ciudad Real se ofrece para cantar.
Me quedo solo, y pienso en aquellas comuniones de hace años, cuando todo se quedaba en una solemnidad religiosa, con una pequeña fiesta en la estricta intimidad familiar, cuando nuestra sociedad, no necesitaba de hipócritas ceremonias sociales para mostrar su opulencia.
No fumo, pero recojo el puro que me ofrecen y con la excusa de pedir fuego al camarero huyo a sumergirme en la intimidad de mi casa.
Se me han olvidado la chaqueta y la corbata.

http://pedrodeh.blogspot.com

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Pedro de Hoyos

Escribir me permite disfrutar más y mejor de la vida, conocerme mejor y esforzarme en entender el mundo y a sus habitantes... porque ya os digo que de eso me gusta escribir: de la vida y de los que la viven.

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