LA NAVIDAD PERJUDICA SERIAMENTE LA SALUD

Queda usted advertido, lector: No siga leyendo este artículo, puede perjudicar seriamente su salud mental. Déjelo, abandone, estoy seguro de que en otras páginas de este periódico digital va a encontrar usted materia suficiente para seguir alimentando sus sueños de una blanca y perfecta navidad. La mía no es así, lo siento.
Miren, yo ya me he cansado de tonterías, tengo demasiados años y he vivido demasiadas navidades, todas me parecen estúpidamente iguales. Bueno, no, no tengo demasiados años, todavía estoy en una ruinosa madurez, pero para el caso es como si los tuviera. Sinceramente: estoy harto de la Navidad, me deprime, me agobia, es monótona, repetitiva y cansina. Y encima viene mi cuñao. Estoy harto, me satura, tengo empacho de navidad, qué le voy a hacer. Ya, ya veo a quien me ha encargado este trabajo frunciendo el entrecejo y arrugando la nariz, esto no es lo que él me había pedido, ni siquiera es lo que esperaba. Pues por este año basta de cuentecillos pretenciosos con una estúpida familia alrededor de la chimenea en unos idílicos campos nevados. Aclaremos que en Navidad casi nunca nieva. Empezando por ahí todo es más falso que un escenario de cartón piedra.
A ver, seamos sinceros, ¿cuántos de ustedes celebran en la Navidad una fiesta religiosa y piensan en ella mientras devoran kilos y kilos de cordero o marisco? ¿Cuántos se han olvidado completamente de los orígenes religiosos de estas celebraciones y lo que les importa es ponerse ciegos de güisqui y meterle mano a la Maripuri en el cotillón? En el cotillón o más arriba. ¿Cuántos montan todo este tinglao solamente porque es costumbre?
Bueno, pues a mí me cabrean estas fiestas, qué se le va a hacer, coñe. Todos los años, igual. Todas las familias, igual. Todas las sonrisas igual. ¡Pero si es que parece que tenemos que movernos a golpe de corneta! Me molesta que me digan lo que tengo que hacer, me molesta tener que ser bondadoso porque lo dice el calendario, me molesta tener que ser feliz a toda costa porque lo dice la tradición, me molesta tener que comer y beber y dar besos a todo bicho viviente porque es Navidad. Como son estas fechas hay que salir a la calle con una meliflua sonrisa, como si estuviésemos satisfechísimos de una vida que en realidad nos trata como mujerzuela por rastrojo y desear beatíficamente muy felices días a todo lo que nos encontremos por la calle, aunque casi ni lo conozcamos. O los banquetes: Es 24 de diciembre, toca comilona y borrachera, hala, lo dice el calendario, suena la corneta…. Y luego lo mismo el 25 y el 31 y el 1 de enero y …. Pues no, yo paso de sociedad globalizada, o sea, de sociedad aborregada.
Miren, yo estos días no los aguanto. Si me encuentro en el ascensor con el gilipollas del piso de arriba, el mismo que se pasa todas las reuniones de la junta de vecinos haciéndome la puñeta, parece que de pronto le ha dado un aire extraño y le ha vuelto más gilipollas. Más gilipollas pero en sentido contrario, aclaro. O sea que si antes disfrutaba negándome el saludo aunque casi tropezáramos, si antes me reprochaba que sacara la basura cinco minutos antes, va ahora y como es Navidad me sonríe bobaliconamente, me da una palmadita en la espalda y me espeta: “Muy buenas, vecino, qué tal, cómo vas, que pases muy felices días.” Falso, más que falso, pero si no me ha hablado en todo el año… Y encima tengo que aguantarle noches enteras taconeando y cantando lo de los peces en el río con su folklórica hija y sus llorones nietos.
Porque ésa es otra…, en estos días la familia, la mía al menos, se empeña en venir… y durante tres semanas tengo a mi cuñao instalado en mi sillón. ¿Por qué todo el mundo se empeña en ir a casa de todo el mundo? ¿A qué viene esa especie de histeria colectiva que consiste en vernos todos, los mismos de todo el año, pero en sitio distinto al de todo el año? ¿Y el dineral que nos ahorraríamos?
Bueno, pero quería hablarles de mi cuñao, que también es gilipollas. Más que el vecino de arriba, si cabe. Cree que para divertirse hay que emborracharse. Porque podía pensar que emborracharse es consecuencia de pasarlo muy bien, pero no: él cree que pasarlo muy bien es consecuencia de emborracharse, que manda narices. Nunca entendí por qué mi hermana tuvo que casarse con alguien como él, aunque siempre he sospechado que fue por quitárselo a la bobalicona de la hija del vecino de arriba. Sí, el gilipollas. La pobrecita se casó tarde y mal y así tiene los hijos de ruidosos y de taraos. Hablo de la vecina, conste.
Cuando bebe le gusta meterse conmigo y con mi lustrosa cabeza (supongo que por esta página andará mi foto, échenle un vistazo) y cuando después de varios intentos fallidos consigue articular palabra se mete con mi flequillo, feliz oportunidad que yo aprovecho para decirle que lo importante de la cabeza es lo de dentro y que ahí le llevo más ventaja que Fernando Alonso a un dominguero. Ahí mismo le empieza a entrar la depre, se pone a llorar y cuando parece que nos va a fastidiar la noche convenzo a mi hermana para que lo arrastre a la habitación y lo deposite relativamente cerca de la cama, momento en que todos respiramos satisfechos porque sabemos que el dolor de cabeza le impedirá volver a atormentar nuestras respectivas inteligencias en las siguientes veinticuatro horas.
¿Y la fiesta de fin de año? Como suena la corneta, ésa que nos marca cuando tenemos que divertirnos, ésa que nos dice qué tenemos que hacer en cada momento, ésa que nos dice que hoy toca pasarlo bien o eres imbécil, nos ponemos todos de acuerdo para comer doce uvas al mismo tiempo, corriendo el riesgo de que la población española muera por atragantamiento toda a la misma hora. Me gustaría que el edificio en el que vivo, que en realidad es una colmena mal acabada, fuese como las casitas de las muñecas, que una de las paredes se pudiese girar y abrir de arriba abajo, mostrándonos a cincuenta clónicas familias moviéndose como marionetas acompasadas, come que te come uva tras uva al ritmo que ese año el da la gana al campanero de la Puerta del Sol.
Miren, si ustedes pueden pásenlo bien, pero porque a ustedes les da la gana, porque ustedes son felices, no porque se lo diga un puto calendario.
Ya les dije que no siguieran leyendo. Siento haber tenido razón.
http://pedrodeh.blogspot.com

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Pedro de Hoyos

Escribir me permite disfrutar más y mejor de la vida, conocerme mejor y esforzarme en entender el mundo y a sus habitantes... porque ya os digo que de eso me gusta escribir: de la vida y de los que la viven.

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