Pipas, caramelos y procesiones de semana santa

Estimado lector: éste no es un artículo más. Ni siquiera es un artículo, es un desahogo, y carece de mayor interés que permitirme exteriorizar mis sentimientos. Así que tal vez sea mejor que no siga leyendo.
Matías y yo hemos estado, como varios miles de ciudadanos, presenciando el arranque de la procesión en la Plaza de la Catedral. Dado que el tiempo, frío y lluvioso, amenazaba con arruinar la procesión, decidimos que si El Cristo barroco procesionaba, ése era el punto más seguro para contemplarlo.
El tiempo parecía, vana ilusión, haber mejorado definitivamente y ante nosotros desfilaban las primeras cofradías. Sólo los secos redobles, sólo las chirriantes cornetas se oían en el silencio de los reunidos en aquella plaza para presenciar la escena en que Jesús es prendido por soldadesca.
¿Sólooo? Noooooooo, ni mucho menos, faltaría más, oiga usté. Delante de nosotros, pues sí, hijamujer, es una casa muy soleada, desde el water y la cocina hasta el cuarto de Jhonatancito, dos mujeres (lo de señor o señora son títulos que hay que saber ganarse) hablaban incesante, incontinente, imparable, irremediable, insoportable, inaguantable, insufrible, impertinente, incansablemente, de las múltiples y felices circunstancias que rodeaban a no sé qué peculiar casa. Y el Cristo barroco asomando mientras tanto por la puerta del Enlace.
La exagerada cháchara, la indisimulada verborrea, la impertinente facundia, la insoportable verbosidad, la trápala sin fin, la garla zarrapastrosa, tenía lugar con absoluta indiferencia de lo que allí ocurría y de los que allí estábamos, que forzados por el elevado, atosigante, estridente tono de voz de las dos patanas – mira, mira, ya sale la Virgen, ¿o es un Cristo? – nos veíamos apremiados a soportar estoicamente una tras otra las supuestas excelencias de aquel asombroso cubículo, al menos según opinión desmesurada de las chismosas cubicularias.
En un momento dado, cuando ya las comadres se disponían a «repasar» el cuarto de Jhonatancito, Matías no pudo contenerse, juntó las manos ante su pecho y rogó: «Por favor, señoras, ¡que está todo el mundo en silencio!» Volviéronse ambas mujerucas, miraron a Matías de cabo a rabo buscando el culpable de tanta arrogancia….. y calláronse. De nuevo el silencio de quienes intentábamos presenciar la procesión era sólo cercenado por el espeso y rítmico sonar de los tambores. Se acabó el soleado water y se acabaron los alicatados hasta el techo, y hasta el Cristo barroco debió obtener permiso de las dos locuaces charlatanas para iniciar su camino. Sólo, algo más allá, con voz queda, alguien susurró «mira cómo se saludan todos los «estardantes»»
De nuevo volvieron a pasar cofrades y penitentes, de nuevo las cruces a cuestas pudieron reemprender su camino, de nuevo los pies descalzos se animaron a buscar el frío suelo, de nuevo las cornetas lanzaron a los cuatro vientos su penoso gemido, de nuevo los rígidos redobles reclamaban atención. De nuevo Semana Santa en Castilla.
Cuando las primeras gotas caían, antes de que todos echásemos a correr, aún Matías llegó a oír a las dos gárrulas parlancheras: » …. y ellos solos se juntan, hijamujer.» Triste, se encogió de hombros, metió las manos en el bolsillo y agachó la cabeza. Después, ante un café bien cargado, explicaba que no se trataba de un súbito y desproporcionado sentimiento religioso, sino de Cultura y respeto a los demás.
Pero yo tampoco le entendí.

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Pedro de Hoyos

Escribir me permite disfrutar más y mejor de la vida, conocerme mejor y esforzarme en entender el mundo y a sus habitantes... porque ya os digo que de eso me gusta escribir: de la vida y de los que la viven.

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