Voy al banco lo menos que puedo. Me molesta, me siento incómodo y prefiero los cajeros. Estuve hace dos meses en mi sucursal. Empleados nuevos. Dos. Desconocidos. Ordené una transferencia e indiqué el concepto por el que se hacía, unas obras en mi cocina.
Ayer tuve que volver. A mi pesar. Me sonrieron de oreja a oreja, me tutearon y me llamaron por mi nombre, me volvieron a sonreír, me dieron una palmadita en la espalda, me preguntaron muy atentamente por el resultado de las obras y me despidieron por mi nombre, también.
Pesaos. Torpes. Huyo despavorido. Me molestan. ¿Por quién me toman? Se creen que me lo creo, se creen que me lo trago. A la próxima cambio de sucursal. O de banco. Prefiero los cajeros, son más callados.
Y discretos.