En nombre de lo políticamente correcto censuremos a Cervantes

El hombre empezó a pintar, a cantar, a escribir cuando ya tenía asegurado todo lo imprescindible. A nadie le dio por pensar en ritmos y armonías, cadencias y melodías mientras tenía que preocuparse de salir al bosque a ver si encontraba algo que cazar. O mientras tenía que defenderse de la tribu de al lado. Sólo cuando lo más elemental está asegurado el ser humano se pude dedicar a pensar.

Según lo cual en Inglaterra alguien tiene demasiado tiempo libre para dedicarlo a pensar en solemnes chorradas. Alguien está demasiado desocupado para dedicar ese, para otros, escasísimo tiempo a buscarle tres pies al gato. Alguna mente parcialmente tarada ha decidido que los cuentos de Tintín, o al menos uno de ellos, es políticamente incorrecto. “Tintín en el Congo” concretamente. Eso pasa cuando alguien “se la coge con papel de fumar” y se siente ofendido por los demás, aunque no quieran los demás, quiero decir.

Alguien, seguramente un ocioso nuevo rico, el propio Tony Blair ahora que se ha jubilao anticipadamente, tal vez algún multimillonario jeque árabe, ha descubierto que este cuento de Tintín es profundamente racista, ofende porque describe en clave de tebeo (casi se me escapa ese anglicismo innecesario que ustedes conocen) a los ciudadanos, salvajes, sí, salvajes, del Congo de principios del siglo XX y ha pedido que sea retirado de las librerías. Y la Comisión británica para la Igualdad Racial (CRE, en sus siglas en inglés) ha lanzado una iniciativa para prohibir la venta de este libro. Hay que joderse con la tontería del siglo XXI. Yo me siento ofendido por el giliprogresismo políticamente correcto de ese señor, que lo retiren a él.

Hergé, el autor de esa pieza de la cultura popular del siglo XX que es Tintín, creó al personaje en 1929 y lo creó como no puede ser de otra forma conforme a las pautas culturales de esa época, siendo lógicamente un producto de su tiempo, que responde a los clichés, a los conocimientos y a las circunstancias del momento histórico en que fue escrito. Pretender que responda a las circunstancias actuales es propio de quienes creen que el mundo debe adaptarse incesantemente a sus propias creencias y opiniones.

Sin pretender comparar a Cervantes, Lope o Quevedo, ¡o Shakespeare!, con Hergé quizá esas mentes calenturientas se llevarían una desagradable sorpresa si leyeran (¿leer ellos? Vade retro) las…, esto…, las…. “curiosas” opiniones que estos grandes autores universales manifiestan en su abundante obra sobre algunas razas (judíos, gitanos), gremios o clases sociales de su época. ¿Deberíamos censurar a estos enormes genios literarios?

Apuesto a que más de uno diría que sí. Y luego pasarían a otro foro a defender la libertad de expresión de cualquier autor antirreligioso. Tan campantes. Y es que a algunas mentes calenturientas les sobra demasiado tiempo para pensar. En lo políticamente correcto. En lo convenientemente político.

Vivimos en una época en que pensamos demasiado. No, no, en general se piensa poco, demasiado poco, pero algunas mentes delirantes ven la maldad por doquier. Como un vecinito de mi infancia que pidió a su padres que le compraran un guante para hacer pis sin tocarse. Les hay que se empeñan en ver el pecado, religioso o social, allá donde posan la mirada. Y encima exigen que se pida perdón, por ejemplo, porque los conquistadores españoles no respetaron los Derechos Humanos en América. Pero oiga, el de la cabeza a pájaros, ¿qué Derechos Humanos existían en el siglo XV o XVI?

A ver si va a tener usted que pedir perdón a Colón por no haberle prestado el GPS.

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Pedro de Hoyos

Escribir me permite disfrutar más y mejor de la vida, conocerme mejor y esforzarme en entender el mundo y a sus habitantes... porque ya os digo que de eso me gusta escribir: de la vida y de los que la viven.

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