El drama venezolano de Maddie McCann

Antes de que el lector siga más adelante debo confesar que esta historieta que atiborra los periódicos de media Europa me importa un comino (También confieso que no era “comino” la palabra que iba a escribir). Más allá del dolor que supone pensar en el secuestro y asesinato de una tierna niña que todavía no ha empezado a vivir me preocupa la sinvergonzonería de determinada prensa europea y de los miles de lectores que están siguiendo las noticias relativas a este cruel asunto.

Hemos, casi todos, en mayor o menor medida, contribuido a convertir un asunto policial en un drama televisivo equiparable a cualquiera de los inacabables culebrones venezolanos que en una época no muy lejana ofrecían varias televisiones de España. Como en aquella ocasión, los enredos del guión, la proliferación de escenas lacrimógenas y la facilidad con que los héroes pasan a ser villanos en un remolino de acontecimientos demuestran la imaginación conspicuamente fecunda de los creadores de la trama.

Si lo unimos todo ello da como resultado un encadenamiento de inacabables capítulos que sólo se puede entender si admitimos que los guionistas tienen pensado volvernos locos a fuerza de retorcer el argumento para sacar todo el jugo a unos personajes presos de la desesperación propia de estas telenovelas. ¿Que no es un guión sino dura realidad? ¿Pero acaso no hay telespectadores que se conectan a cada informativo deseando fervientemente entretenerse mientras cenan con las imágenes de los atribulados padres e imaginando mil posibles desenlaces a cual más sorprendente? ¿No creen que ha llegado un triste punto, especialmente sombrío para quienes amamos la Prensa y seguimos su evolución, en el que realidad y ficción juegan penosamente a confundirse?

Hace tiempo que el asunto ha desbordado ya los límites del sentido común y, aireado por las primeras planas de cierta prensa, ha salido de los ámbitos policiales y judiciales para, tras pasar por los platós de las televisiones, inundar de inmundicia los cuartos de estar de una zafia clase social deseosa de tener en la vecindad una tragedia griega que llevarse al ¿cerebro? y tener así algo en qué pensar ese día, algo distinto de sus propias frustraciones, el precio del pan y de los huevos y dónde andará mi marido con las horas que son.

No sé si fue el huevo antes que la gallina o al revés. No sé si esa prensa existe por que tiene lectores que la compran y la devoran o hay lectores que la compran y la devoran porque está en el quiosco de ahí al lado con fotos y titulares llamativos. Lo que sé muy bien es que no es profesional dar informaciones exageradas y sin confirmar, leer anticipadamente y publicar sin el permiso correspondiente el diario íntimo de una madre, asesina o no de su propia hija, lo que sé muy bien es que la prensa que yo amo no debe elucubrar fantásticamente ni presentar especulaciones frívolas sobre las causas de la muerte de la niña, dónde se encuentra su cuerpo o los presuntos culpables.

¿Que la culpa la tienen los padres, no ya de la muerte sino de este infernal circo mediático? Muy posiblemente, muy posiblemente, quizá hayan obrado interesadamente por rescatar a su hija o por ocultar su muerte, pero lo que está claro es que ningún medio informativo publica los titulares o las fotos que no quiere publicar. Nadie le obliga a presentar como noticias aquello que no es más que un rumor.

Ni siquiera “el mercado”.

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Pedro de Hoyos

Escribir me permite disfrutar más y mejor de la vida, conocerme mejor y esforzarme en entender el mundo y a sus habitantes... porque ya os digo que de eso me gusta escribir: de la vida y de los que la viven.

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