Se nos quema el río

Soy uno más de los cientos de ciudadanos que usan con frecuencia los senderos marcados por la orilla del Carrión. Uno de los momentos más importantes de mi día es el del paseo cotidiano desde el Camino de la Torrecilla hasta San Miguel y vuelta por el parque de la Isla Dos Aguas. Si la Naturaleza tiene algo bonito en las proximidades de nuestra ciudad está ahí sin duda alguna.

Somos muchos los habituales que nos reencontramos una y otra vez, día tras día a lo largo del verano. Ya nos conocemos y si alguno se ha ido de vacaciones se le echa de menos y se le pregunta a la vuelta. La paliza, muy fuerte si se es muy exigente, permite mantener el cuerpo y la mente en forma. La de kilos que he ido dejando a lo largo del camino, la frescura mental que le embarga a uno al acabar las dos horas de caminata. Ya digo que somos muchos los adictos, entre los que podemos contar alguna importante autoridad local.

El sendero peatonal, siempre extraordinariamente llano, es fácil, ameno y, en algunos rincones, de gran belleza, siempre presumo de él ante amigos y familiares, incluso los llevo a verlo y acompañarme en el camino. Además, si fuera necesaria, en la ruta entra una parada en la fuente de la Salud, miel sobre hojuelas. El único problema lo encuentro en la permanente presencia de perros sueltos que, con su relajado dueño a cierta distancia, originan la toma de ciertas precauciones en el resto de paseantes. Mis quejas ante la policía municipal tuvieron cierto éxito… temporal.

Y sin embargo… ay, todos los asiduos coincidimos en lo mal cuidado que está todo el recorrido, la suciedad, la dejadez, el abandono que todo lo invade. ¿Por qué “la Perla del Carrión” es tan sucia? ¿Por qué a ninguna autoridad parece importarle? Desconozco a qué estamento público corresponde atender las riberas del río Carrión a su paso por nuestra ciudad, pero eso a los ciudadanos no debiera importarnos, ¿qué más da quién se ocupe de atender nuestras necesidades, quién presida o cómo se llame el organismo pertinente?

Porque frecuentemente el lugar está lleno de maleza y suciedad, grandes hierbas bordean buena parte del recorrido, kilómetros y kilómetros aparecen alfombrados de hojas caídas y grandes plantas de metro y medio de altura amenazan con “devorar” el espacio de los andarines. Si además piensa el lector que buena parte de esa maleza está ya reseca, agostada y totalmente muerta entenderá fácilmente que de uno de los lugares más agradables de Palencia estamos haciendo algo parecido a un pequeño estercolero. Esto ya no se muestra con tanto interés a los forasteros, cuando yo lo hago siento apuro (¿puedo decir “vergüenza”?), que el abandono y la desidia suelen ser mala publicidad para la ciudad que tú quieres.

Pero eso no es todo, está además el peligro de incendio, toda esa acumulación de hojas y ramas secas, más otros restos, son presa fácil de cualquier desaprensivo o de cualquier accidente fatal, pues con frecuencia se ven colillas que cualquier paseante arroja al acabar su cigarro. De hecho ya hemos tenido dos conatos de incendios, cuyas negras consecuencias están al alcance de cualquier visitante. En ambas ocasiones las llamas han alcanzado las primeras ramas de los chopos allí existentes, solo unos minutos más y estaríamos hablando de algo más serio. La rápida intervención de quien tiene la obligación de hacerlo evitó mayores males, pero el peligro persiste mientras la suciedad no se retire.

No pido que se conviertan nuestras riberas en un cuadro impresionista, sólo que se cuide el espacio y se mantenga limpio y atendido. El entorno puede ser privilegiado a poco que alguien se lo proponga, puede ser espejo de la calidad de vida europea que los españoles hemos ido alcanzando en pocos años, pero de momento sólo es reflejo de nuestra incultura, de nuestra falta de civilización y de nuestro grosero modo de vivir.

¿Y de nuestra idiosincrasia?

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Pedro de Hoyos

Escribir me permite disfrutar más y mejor de la vida, conocerme mejor y esforzarme en entender el mundo y a sus habitantes... porque ya os digo que de eso me gusta escribir: de la vida y de los que la viven.

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