Una semana en la ópera

De Italia me gusta todo menos il presidente del Consiglio. Berlusconi, vaya. A Berlusconi en cualquier tiempo pasado se le hubiera llamado abiertamente viejo verde, pero como en los tiempos actuales vale todo los italianos van y le votan. O sea, que cómo será la oposición.

Acabo de pasar una semana en Verona. Allí he gozado de lo bueno y de lo malo del país. Es difícil que un país adelantado, culto y económicamente poderoso tenga peores hoteles que Italia, claro que si los llenan todo el año para qué van a gastarse pasta gansa en renovarlos. He estado alojado en el Hotel Mastino durante una semana, qué error. No voy a describir la habitación para ahorrarme el dolor de memoria y una narración innecesaria a los lectores, pero a pesar de ello la ciudad merece la pena. La pena y el calor húmedo que algunos días hemos pasado. Santa Anastasia, il Ponte de Pietra o el río Adige lo merecen todo, lo soporto todo por pasear a la caída del sol por la piazza Bra, por la calle Mazzini o por tomarme una birra en la piazza dell‘Herbe. Para esto último la terraza del Café Coloniale tampoco estaba nada mal, fresca, agradable y bien atendida.

Me gusta un país donde los ciudadanos todavía sonríen y son, hablando en general, educados y respetuosos con los demás. Se vive despacio en una ciudad que es tomada por hordas de turistas ansiosos de tocarle una teta a Julieta, y perdonen el ripio. Colas de pálidos vikingos y de aguerridos mediterráneos esperaban pacientemente turno para sacarse la foto en tal circunstancia. Yo también lo hice, pero los que amamos madrugar nos pasamos las colas por el arco de la inteligencia. Le eché la mano a Julieta a tal parte, pero ni se inmutó, demasiado fría y metálica me pareció la pájara.

La piazza Bra, sempiternamente presidida por L’Arena, está llena de pizzerías y establecimientos del ramo. Yo había escogido ya el año anterior la pizzería Nastro Azzurro, donde con seguridad ofrecen las mejores pizzas e insalatone de toda Italia. Es imposible alabar en pocas palabras las atenciones de los camareros, especialmente de Gianpaolo, cuya profesionalidad, amabilidad y competencia nos hicieron repetir este año. Sin duda alguna la profesión de camarero tiene en Italia unas condiciones que no se dan en España, donde los camareros con frecuencia no son profesionales, sino que ejercen tal tarea siempre “a la espera de que me salga un buen trabajo”. De lo mejor de Verona, Gianpaolo, Nastro Azzurro y sus pizzas.

A Verona fui por segundo año a la temporada de ópera. Para que nadie se llame a engaño diré que de ópera entiendo lo justo. Simplemente hace tres años pasamos por Verona en una excursión “todo incluido” por toda Italia, vimos la piazza Bra un tanto de pasada y quedé enamorado. En el exterior de L’Arena estaban los decorados de alguna ópera que no recuerdo esperando el momento adecuado para ser instalados, supongo. El flechazo me hizo prometer que volvería al año siguiente y eso hice hace doce meses. Fueron mis primeras óperas, quedé impresionado de tanta sublime belleza y he pasado todo este tiempo deseando que volviera el verano para repetir.

He presenciado Turandot, magnífica, magnífica, Carmen, muy inferior a la representación del año pasado, quizá por los efectos de la crisis en el montaje de Franco Zeffirelli, y Aida, sublime, sublime de nuevo. Mi recién surgido amor por la ópera no hace más que aumentar. Con el tiempo aprenderé algo al respecto.

Pero lo más maravilloso ha sido la gente de Verona y el ambiente de alegría y despreocupación con que reciben al visitante. De Italia me gusta todo menos il presidente del Consiglio. Berlusconi, vaya. A Berlusconi en cualquier tiempo pasado se le hubiera llamado abiertamente viejo verde, pero como en los tiempos actuales vale todo los italianos van y le votan. O sea, que cómo será la oposición.

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Pedro de Hoyos

Escribir me permite disfrutar más y mejor de la vida, conocerme mejor y esforzarme en entender el mundo y a sus habitantes... porque ya os digo que de eso me gusta escribir: de la vida y de los que la viven.

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