Este 25 de septiembre de 2015 se pone el punto y final a la campaña electoral en Cataluña. Ya sólo queda esperar 48 horas para que los colegios se abran y que el 27 de septiembre de 2015 los catalanes voten en conciencia y sepan a lo que se exponen si eligen en las urnas a la caterva de separatistas.
En este contexto, obviamente, la mayoría de las tribunas de opinión van en clave catalana como irán muchas el próximo 28 de septiembre de 2015 para hacer las primeras valoraciones de lo acontecido.
Arrancamos en esta ocasión en Twitter con un mensaje muy oportuno del periodista y eurodiputado de Ciudadanos, Juan Carlos Girauta, que exige a Pisarello, el mamporrero de Ada Colau, que quite sus sucias manos de la bandera española:
Saca tus sucias manos de mi bandera, @G_Pisarello
— Juan Carlos Girauta (@GirautaOficial) septiembre 24, 2015
Siguiendo con ABC, Luis Ventoso pone el foco en lo sucedido en la jornada del 24 de septiembre de 2015 en el balcón del Ayuntamiento de Barcelona. Un espectáculo separatista con el mamporrero de Ada Colau ejerciendo de sumo sacerdote antiespañol, un tal Gerardo Pisarello:
La plomada separatista es tal que hay quien piensa que el domingo España quedará finiquitada porque en Cataluña se celebran unas elecciones autonómicas. Sin duda el desafío independentista es preocupante: utilizando el aparato de poder de la Generalitat, unos nacionalistas fanatizados que usurpan el nombre de todos los catalanes han declarado una suerte de golpe de Estado contra la legalidad democrática española. Cataluña no se va a independizar (no esta vez), mayormente porque es un disparate, pero es lógico que cunda la inquietud.
Añade que:
Dicho lo anterior, confesaré que ayer se me escapó una sonrisa ante la escena del balcón del Ayuntamiento de Barcelona. Con motivo de las fiestas de La Mercè se reunían allí las más granadas autoridades locales para presidir una representación de castellets, esas formidables torres humanas. Pero aquello derivó en puro Berlanga, y no el de la etapa clásica, sino el de sus astracanes finales, como la disparatada «Moros y Cristianos» con su saga de turroneros mediterráneos. Todo empezó cuando Bosh, diputado de ERC al que le encanta llamar la atención, colgó una estelada. En el flanco derecho, Alberto Fernández Díaz, que es hermano del ministro Jorge y se pega unos castañazos tremendos en las urnas pero nunca lo relevan, respondió sacando una bandera española.
Y concluye que:
Los antisistema de Ada Colau, reconvertidos en agentes del orden, mandaron retirar las dos enseñas (mal, porque la española es legal y la otra no). En el centro del enredo, el amigo Artur, que tiene la seriedad de un niño de 6 años, se partía de risa, ataviado con ese inefable porte de vendedor pillín de un centro comercial del desarrollismo. A la vera de Mas, también desternillándose, el exalcalde Trías, un tipo que lleva 32 años en el coche oficial del poder nacionalista (no me extraña que se ría).
Por su parte, David Gistau llama chiflados, y con toda la razón del mundo, a todos estos actores de la cosa independentista porque, básicamente, pretenden romper con España para, acto seguido, poder tener pasaporte español, seguir percibiendo las pensiones de papá Estado y hasta jugar la Liga Española. Lo dicho, de locos.
A mí están ustedes estafándome con la degradación bufa del gran acontecimiento que me tocó en el reparto histórico. Lo único que me faltaba por ver es a otro líder separatista, esta vez Junqueras, defendiendo con vehemencia su derecho constitucional a seguir siendo español después de la independencia. Su derecho basado en la Constitución y en la ley que no acata, sino que aplasta con un concepto antijurídico de la legitimidad sentimental.
Asegura que:
Ya habíamos advertido que la independencia se volvía autoparódica en el instante preciso en que comenzó a consistir en destruir cosas que ya se tienen para poder aspirar a ellas, convirtiéndolas en anhelos de porvenir. La pertenencia a la UE, por ejemplo. Hasta jugar la Liga española. Pero no sabíamos hasta qué punto esta paradoja se había vuelto absurda. Resulta que los independentistas se afanan, con grandes estragos para todos, en destruir su condición de españoles para proceder a reclamarla en el día 1 de la independencia esgrimiento los textos jurídicos previamente profanados. Están ustedes chiflados. Me voy a comprar un frasco de ketchup para los próximos tres artículos.
Ignacio Camacho está convencido de que el 28 de septiembre de 2015 nada va a pasar, que Cataluña, independientemente de lo que se vote en la jornada del 27 de septiembre de 2015 seguirá unida a España:
No existe una España posible sin Cataluña, igual que digan lo que digan los separatistas tampoco existe una Cataluña viable sin España. El cansino «tema» de este incipiente otoño no es más que una vuelta más de la vieja, orteguiana «cuestión catalana»: la larga historia de un desencuentro histórico, de un roce familiar, de un trato difícil anclado en recelos de siglos. El nacionalismo, que vive de excitar esa incomodidad para ganar desleales privilegios de poder, decidió en plena recesión aprovechar en beneficio de su insaciable causa el marasmo crítico español.
Ante el desplome de la cohesión social los soberanistas levantaron su proyecto de ruptura para ofrecer a los suyos la sugestión de la huida. El zapaterismo, con su irresponsable política de centrifugación territorial, les había construido la pista de despegue. Y la inacción posterior del Estado, su falta de reflejos, su estrategia (?) vacilante y quebradiza, les facilitó el combustible. Aprovecharon el momento con intuición ventajista.
Insiste en que:
Ni Cataluña se va a separar el lunes ni España se va a romper; ambas, sin embargo, van a quedar maltrechas y descalabradas después de este desafío inútil de mutuas desconfianzas. El genio desparramado de la discordia ya es muy difícil de encerrar en la botella rota. Los secesionistas han sembrado odio. Y ni siquiera lo han hecho para cumplir una ensoñación que saben imposible, sino para tomar ventaja política. Para atornillar su hegemonía, para imponer un designio excluyente, incluso para escapar a la justicia que investiga la corrupción del régimen. Se han subido a la ola del sentimentalismo victimista como una vía de escape de su propia parálisis. Sería sarcástico si no fuese dramático: pretenden fundar un Estado quienes han fracasado en la administración de una autonomía.
En La Razón, José María Marco subraya que las elecciones del 27 de septiembre de 2015, aunque así lo vendan los soberanistas, no son un plebiscito:
Las elecciones en Cataluña se han convertido en un plebiscito. No lo son, como se dijo hace tiempo, pero ha prevalecido el órdago nacionalista que ha acabado determinando los términos de lo que se va a votar el domingo: independencia de Cataluña, sí o no. Sin embargo, y como era de prever, los argumentos, a medida que ha ido avanzando la campaña, han ido revelando más y más la irrealidad de la ambición nacionalista. Así hasta llegar a absurdos como que las pensiones de los inminentes catalanes-catalanes las vamos a pagar los españoles (esto tiene gracia, la verdad), o que la independencia de Cataluña no tiene nada que ver con la nacionalidad de los catalanes-catalanes, que en realidad lo serán sólo a medias porque piensan seguir siendo españoles (la verdad es que esto la tiene aún más).
Apunta que:
Quizá algunos catalanes, que siempre se han creído portadores de un plus de modernidad y sofisticación con respeto a los zafios y atrasados españoles, piensen que esto es el colmo de la inteligencia política.Y habrá quien piense, fuera y dentro de Cataluña,que esto de votar irrealidades demuestra que no está lejos la hora del sentido común, del «seny». Se equivocan los dos. Los primeros, porque ese supuesto plus de sofisticación maquiavélica y mediterránea va a llevar a la sociedad catalana a quedar en manos de los Junquera, los Romeva y los compañeros de las CUP y de Podemos, es decir, en el grado cero del discurso político.
Y en cuanto a los segundos, porque votar un imposible entraña una racionalidad destructiva que no debería ser despreciada. No es nueva. Los catalanes han dado muestras de ella a lo largo de su historia y ahora, además, se combina con la explosión de fantasía emocional-regeneradora que trajo la crisis. Nos encontramosen un periodo experimental, en el que se vota en contra de lo establecido porque es urgente encontrar una alternativa a la realidad. Excitante, sin duda, y devastador, en particular para los mayores cogidos en una trampa y la gente joven que va a comprometer su futuro en una estupidez.
En El Mundo, Federico Jiménez Losantos apunta que el líder de Podemos, ‘Coleta morada’ Pablo Iglesias, ha encontrado un filón en el separatismo para frenar su caída en las intenciones de voto:
Para frenar su caída en las encuestas, Pablo Iglesias ha encontrado dos vías: hacer el indio y unirse al separatismo de Esquerra Republicana. Hablando en apache del tebeo, le han vuelto a sacar en las televisiones, que ya no se acordaban de él más que para desconvocarlo. Y en una jugada de bolchevismo de manual, eficaz siempre que el bolchevique esté rodeado de kerenskis, Iglesias se ha unido al carro de Junts por el Sí, o sea, Unidos por el odio a España y lo ha hecho de forma inteligente: pide que ERC, PSC CUP, ICV y el monjío xenófobo voten a su candidato, Franco Rabell, para encabezar la revolución que Cataluña necesita, España sueña y Grecia olvidó.
Asegura que:
Pero al unir su suerte a toda la izquierda separatista, sabiendo que ERC tendrá más votos que su Potem, Guanyarem o Farem l’apache, lo que hace Iglesias es ofrecer sus votos a Junqueras para proclamar la República Catalana, punto de partida de esa revolución que, con base en los soviets municipales que le regaló el PSOE, le permitiría proclamar la II República Bis en Madrid. Porque Iglesias no quiere una República Española, como la I, sino la del Gobierno de la Checa de Fomento, con capital en Paracuellos.
Y señala que lo que hace Pablo Iglesias no es más que un corta y pega de lo que hicieron los socialistas tras perder las elecciones de 1933:
En realidad, Podemos no hace nada nuevo -siempre copia- y, en este caso, repite el mismo papel del PSOE en 1934, que, tras perder las elecciones en 1933, perpetró el golpe de Estado contra la República en toda España, no sólo Asturias, y que en Cataluña tomó la forma del golpe de Estado separatista de Companys. El Conde de Godó está reeditando el mismo cambio de liderazgo nacionalista; ayer, de la Lliga de Cambó a la ERC de Maciá y Companys; hoy, del «¡Mori Cambó! ¡Visca Maciá!» (el delicado seny català), al «¡Adéu Mas! ¡Benvingut Junqueras!».