Los atentados de París y la reacción de Francia intensificando los bombardeos sobre Siria para destruir objetivos de ISIS y Daesh conforma la médula espinal de las columnas de opinión de la prensa de papel de este 18 de noviembre de 2015.
Varios columnistas debaten sobre el rédito electoral que le puede suponer al Gobierno de España entrar o no en esta conflicto armado y recuerdan lo sucedido hace ya casi tres lustros cuando el Ejecutivo de José María Aznar se alió con Reino Unido y Estados Unidos en la guerra de Irak y lo que supuso de desgaste de imagen a la hora de acudir a las urnas (agravado, eso sí, con los atentados del 11-M de 20014 que tan bien supo aprovechar el alambicado Pérez Rubalcaba en aquella infausta jornada de reflexión del 13-M de 2004).
Sobre este aspecto reflexiona sabiamente Ignacio Camacho en ABC, que es de lo que opina que el gabinete de Mariano Rajoy no se quiere pillar los dedos a un mes de las elecciones. Ni de lejos quiere ver de nuevo las calles con políticos y actores progres recuperando la pegatina del ‘No a la guerra’:
Con pies de plomo camina el Gobierno sobre el empedrado de la crisis siria, con el temor de pisar una mina política. Los estrategas de La Moncloa, que miran con satisfacción relativa unas encuestas en las que el marianismo recobra poco a poco un papel de referencia, atisban el peligro de una emboscada electoral antibelicista y se mueven con suma cautela en el marco diplomático. La deprimida izquierda radical ha creído encontrar en la emocionalidad pacifista de las redes el elemento que necesita para reactivarse. Y Rajoy, al que el «no a la guerra» ya le birló una victoria, no está dispuesto a resbalar con la misma cáscara de plátano. Ante la corajuda reacción francesa al atentado, con el ejercicio implacable del derecho de represalia, el presidente ha dado orden de marear la perdiz y parapetarse en la legalidad internacional y en el pacto antiterrorista. Máxima solidaridad política, firmeza retórica y absoluta cooperación policial, que lleva tiempo funcionando, pero España no mandará más tropas sin las bendiciones europeas y el visto bueno de una oposición de la que el PP no acaba de fiarse.
Apunta que:
Pedro Sánchez está atado a su firma en el acuerdo antiyihadista y a la afinidad ideológica con Hollande, pero puede verse tentado a buscar escapatorias para evitar la fuga de votos hacia Podemos, que enarbola con soltura la bandera relativista y meliflua del pacifismo, el diálogo multicultural y la alianza de civilizaciones. Pablo Iglesias es un táctico nato y ha detectado un estado de opinión en el que puede moverse solo. No ha perdido un minuto para liderar el discurso del remordimiento y las responsabilidades occidentales, lanzando al debate a sus peones territoriales y a sus ciberactivistas. Su partido domina en internet y está sobrerrepresentado en la televisión; con esas armas le puede achicar el campo al PSOE si el conflicto sirio se encona. No le importa quedarse aislado, lo prefiere porque su intención es volver al discurso que mejor le ha funcionado, el de ariete contra la casta.
Concluye que:
Con todo, hay un escenario mucho más grave, que es el de un posible atentado con el consiguiente de emotividad y una previsible fractura social. El Gobierno está en vilo ante la eventualidad de que la campaña estalle por alguno de sus puntos sensibles, Cataluña o el yihadismo, y se produzca una convulsión de la opinión pública que lleve al 20-D en condiciones de excepcionalidad fuera de control. Queda un mes de máxima tensión latente, con una atmósfera política inflamable. Fiel a su talante estable, el presidente ha renunciado a explotar la sobreactuación en el convencimiento de que le basta con mantener el statu quo de ventaja relativa, pero hay en el entorno gubernamental un recelo contenido, una carga de electricidad estática. La sensación intangible de que cualquier chispazo de anormalidad puede provocar un cortocircuito.
David Gistau le da hostias como panes a esos políticos socialistas y podemitas que encuentran justificaciones en los atentados de París del 13 de noviembre de 2015:
El minuto de silencio que concejales cordobeses de Podemos y PSOE guardaron por los muertos del ISIS. La acusación a Hollande de practicar el terrorismo formulada por el teniente de alcalde barcelonés, señor Pisarello. Así como otros síntomas que revelan un nuevo brote bubónico en el paradigma moral de la izquierda que conserva los automatismos antioccidentales de la Guerra Fría. Todo ello me obliga a admitir que cometí un gigantesco error de apreciación.
Antes de que golpeara en Europa, cuando esta secta, la más impaciente de cuantas masticaron la espera del fin del mundo, comenzó a clavar en verjas cabezas de otros musulmanes, a quemar vivos a prisioneros encerrados en jaulas, a fusilar a hombres tumbados ya en sus fosas comunes y a arrojar homosexuales desde azoteas, pensé que al menos, esta vez, el enemigo de Occidente era demasiado espantoso como para que la izquierda se las arreglara para construirle un relato protector. Obviamente, me equivoqué. Se lo han encontrado incluso después de que el ISIS agregara a esos horrores otros cometidos ya en las terrazas y en las salas de conciertos de nuestras calles.
Recuerda que:
Desde la caída del Muro, la izquierda radical busca un personaje al que encomendar sus odios y sus prejuicios que tenga el empaque de superpotencia y la solidez ideológica de la Unión Soviética o al menos la fotogenia del Che. Ese papel, adjudicado en los experimentos de poder más ambiciosos al castrismo y al chavismo, propició también el advenimiento de personajes menores como el subcomandante Marcos, a cuya selva peregrinaban rapsodas entusiasmados con el hallazgo de un juguete nuevo.
Ocurrió que el 11-S estableció una bipolaridad nueva que, en el bando antioccidental, ofrecía a la izquierda un material humano de manejo más difícil. La ideología era sustituida por fanatismo religioso. La fotogenia y la pipa poética, por el horror. Era inútil perseverar incluso en el tópico marxista de la miseria engendradora de violencia y legitimadora del internacionalismo de clase: esta violencia, escatológica, procedía de otro hemisferio cerebral e imponía otro internacionalismo, el del califato. Aun así, se las fueron apañando con Bin Laden, con Sadam, sobre todo contra Bush y su digresión iraquí. Pero aparecieron las primeras decapitaciones a cuchillo grabadas en vídeo, las de Zarqawi y la franquicia iraquí de Al Qaida que luego fue embrionaria del ISIS, y pensé, se acabó, a esto no se le puede encontrar un sentido ni una justificación ni aunque uno haya acumulado resentimiento contra Occidente desde la derrota en la Guerra Fría.
Finaliza así:
Insisto, me equivoqué. Les siguen encontrando un sentido -el de la eterna militancia en cualquier azote antioccidental- a las cabezas clavadas en verjas, a las ejecuciones públicas con alfanje, a los asesinatos homófobos, a los genocidios como el yazidí, a los ametrallamientos en nuestros bares y discotecas. Se harán de los alienígenas el día que vengan a exterminarnos, y guardarán por ellos minutos de silencio.
En El País, Manuel Jabois se marca una columna que más bien parece un retrato amable sobre lo sucedido el 13 de noviembre de 2015 en París. Poco más y se presenta el propio columnista a llevarle comida y bebida a los dos hermanos malnacidos de los que habla en su tribuna:
Son muy interesantes las declaraciones del hermano de dos de los terroristas de París, Salah e Ibrahim. A falta de poder entrevistar a Dios, de momento, hay que ir escuchando a su gente. Son «una familia normal», de eso no había duda. Después de un crimen suele extenderse la normalidad como garantía de exculpación de terceros, una suerte de «a mí que me registren».
De alguna manera, la normalidad de una familia se altera en el momento en que dos hermanos salen a la calle a matar y suicidarse, no digamos si los hermanos lo anuncian en la mesa. Eso no sucedió, que se sepa, así que no hubo nada que hiciese sospechar del comportamiento de Salah e Ibrahim. Seguro que saludaban a todo meter.
Subraya que:
Hay algo más, esto sustancial. A la normalidad, el hermano de los terroristas se refiere a la relación que cada uno de ellos tenía con el islam. Eran musulmanes practicantes. Sin embargo, el hermano entrevistado no lo es. «Yo soy musulmán pero no practicante. No rezo. Digamos que soy un musulmán que no cumple con sus obligaciones». Esos deberes sí los cumplían sus hermanos. Salah, el terrorista en fuga, era «alguien que no faltaba a sus obligaciones: él rezaba, no bebía», pero eso sí: no iba siempre a la mezquita y se vestía con vaqueros y camisetas. «No con ropas que hicieran pensar que era un radical».
Una de las características más perversas de la religión es que su cumplimiento parece conllevar una sospecha. Se esgrime lo que se hace mal como atenuante, y se admite que las exigencias menos llevaderas podrían apuntar a una deriva. Esas turbulencias llevan a juzgar el interior del alma de una persona mediante los vaqueros. Hacen pensar las ropas, hacen pensar los horarios y las costumbres. Hace pensar cualquier aspecto exterior de acuerdo con Dios para saber si en el interior se oculta el asesinato y el terror. Lo primero se desencadena con la misma pasión que lo segundo: ambos asuntos son designios divinos para sus exégetas. No equivocados ni tergiversados: son designios divinos tan inventados como los buenos.
Remacha:
El hermano de los terroristas cuenta a la cadena francesa BFMTV que la familia, preocupada, le pide que se entregue a la policía. Lo hace una inquietud muy propia de una familia normal, casi se diría que la normalidad en su plenitud: el hermano del terrorista más buscado del mundo se pregunta si «está bien, si tiene miedo y si come».
En El Mundo, Federico Jiménez Losantos también es de la opinión que en este país, desde las elecciones de 2004, se ha implantado un espíritu antibelicista que suele reportar réditos en las urnas a aquellos que montan algaradas callejeras:
Desde el 14 de Marzo de 2004, media España aceptó encantada que los terroristas tenían razón, siempre que acertaran con su objetivo, que no podía ser otro que evitar que mandara la otra media. En una guerra civil, esa argumentación es normal: el enemigo de mi enemigo será mi amigo mientras evite que mi enemigo me mate matándolo antes. Pero en una democracia, que es el régimen que asegura el cambio pacífico de gobierno sin recurrir a la violencia, aceptar el terror como palanca electoral arrastra fatalmente a la degradación de las libertades y a la tiranía de un tipo de Poder político que no admite alternativa, sino complemento o asistencia. Es el sistema del PRI, que quiso imponer en España Felipe González y que, con el terror como agente electoral, implantó el PRISOE tras el 11-M.
Rememora que:
El PP, tras una legislatura de oposición, sobre todo callejera, se rindió en 2008 -sólo así el derrotado Rajoy se mantuvo al frente del PP- al argumento priísta o prisaico, asumió que el PP sólo debía llegar al poder si el PSOE fracasaba aparatosamente, pero no para cambiar de política. Ah, y que su tarea básica era la de eliminar de su bando a los políticos y periodistas que no aceptan el dogma infalible e implacable de la Izquierda: salvo emergencia, la Derecha está para pagar impuestos y callar, que para eso son los asesinos de Lorca, los invasores de Irak y la Guardia de Franco.
Esto empezó cuando el PSOE se echó a la calle para derribar al PP con la excusa del Prestige y la II Guerra de Irak -a la primera habíamos ido con reclutas y Marta Sánchez- y se acuñó en las jornadas del 11-M al 14-M, culpando al Gobierno de la masacre. Una atrocidad repetida tras el dizque suicidio en Leganés de los islamistas del 11-M, cuando una manifestación encabezada por el PSOE, IU, los Bardem y toda la titiritería, culpó de nuevo a un PP en la oposición ¡de la muerte de los terroristas!
Y asegura que tiene muchas dudas de que el PSOE esté por la labor de unirse a la causa contra el yihadismo:
11 años después, tras gobernar el PSOE dos legislaturas y el PP una, España debe rehacer un consenso contra el terrorismo islámico. Pero eso empezaría por reconocer que la culpa del nazislamismo, islamofascismo o como se le quiera llamar no es de Aznar, Bush, Hollande u Obama, sino de los que matan en nombre de Alá, aleccionados por Ryad o por Teherán. ¿Está la Izquierda dispuesta a renunciar a ese discurso? Iglesias, no. Y Snchz, lo dudo.
Raúl del Pozo recuerda en su tribuna que estamos en una guerra permanente, que lo que está pasando en Francia o en Siria es continuación de lo que viene sucediendo desde hace más de un milenio:
No es nueva, es la guerra de los mil años. Especialmente en España, donde dura desde la batalla del Guadalete a las guerras del Golfo y de Irak, pasando por las guerras de África donde pelearon nuestros padres. Desde que San Agustín defendió la virtud de la guerra justa y Mahoma llamó a la yihad, estamos matándonos. Esta misma generación ha escuchado los silbidos de los scud y los vuelos de los B-52 y se ha dividido entre los pacifistas de buen corazón y los partidarios de la guerra justa. Hoy, la ferocidad del IS da argumentos a los estados mayores para emplear la legítima defensa después de los ataques a las ciudades de Nueva York, Londres, Madrid y París.
No es buen momento para los pacifistas. Como dice el gran teórico de la guerra Carl von Clausewitz: «Algunas almas caritativas podrían hacerse la idea de alguna manera milagrosa para desarmar o derrotar al enemigo sin causar dolor». Ahora, eso parece imposible. El enemigo no es, como podría parecer, un foco irregular. Tiene detrás millones de reclutas potenciales y una gran facilidad para financiarse con la venta de petróleo, con secuestros, la toma de rehenes y atracos a bancos. Como en Vietnam, los insurgentes se han apoderado de la espantosa máquina militar que dejaron los americanos en Irak. Es verdad que no hay que confiar sólo en la fuerza de las armas, sino en la fuerza de la razón, de la moral, pero el primer deber de un país amenazado es la ofensiva y el contraataque.
Recalca que:
Es lo que ha hecho Francia. Los cazas galos han atacado Raqqa, capital del IS, Estado Mayor de los insurgentes, depósito de armas. En el arsenal destruido no estaba el arma invencible de los yihadistas: el terror. En la guerra no se trata de convencer, sino de vencer; y el enemigo, además de ser una bomba atómica de terror, posee otra arma tan poderosa como la bomba atómica: los combatientes suicidas. Como los kamikazes que iban al santuario Yasukuni, los del IS rezan antes de matar y luego se inmolan. Los teóricos de la guerra analizan ese terrible poder basado en la desesperación y la locura.
Otra cosa es la fascinación por el abismo de los jóvenes europeo-árabes educados en democracia. Resulta asombrosa esa seducción, esa epilepsia bárbara, ese resplandor de la muerte que hipnotiza. Después de Auschwitz o Treblinka, creíamos que nunca más volveríamos a ver el matadero de Europa, pero hemos vuelto a verlo. Dice algún joven-viejo filósofo que la fascinación por el terror y la crueldad nace de la filosofía y pone el ejemplo de Heidegger, que vio a Hitler como un Dionisio de Siracusa, el tirano que debe acompañar la reflexión del filósofo.
Pone el punto final en que:
Europa se ha hipnotizado con el terror desde las hogueras de la Inquisición a los campos de exterminio. Para Albert Camus, en el viejo continente los cadáveres apestan, hiede la memoria de los sádicos, verdugos despiadados, que practican el tiro disparando a los ojos de los judíos del campo de prisioneros. Esta matanza continúa. No se consiguió el hombre nuevo, sino un hombre cada vez peor.