Los casos de corrupción que han surgido en los últimos días, los que son una verdad indiscutible y los que, aun teniendo visos de poder serlo, han de pasar aún por el tamiz de una investigación más profunda, animan este 14 de abril de 2016 las columnas de opinión de la prensa de papel.
Arrancamos en ABC y lo hacemos con Ignacio Camacho quien, entre otras cosas, cuenta en su tribuna que los vicesecretarios del PP ya están hartos de tener que bregar día sí y día también con los escándalos que afectan al partido y de dar la cara para que se la partan en los medios:
Ya es como el ruido de la lluvia. En el PP se han acostumbrado al caso semanal de corrupción como una especie de repiqueteo natural al otro lado de los cristales. A veces, como en estos días, llegan de dos en dos, por abajo (ayuntamientos) y por arriba (Gobierno), desde lejos (Panamá) y desde cerca (Granada), con grande alboroto de telediarios y tertulias. Los jóvenes vicesecretarios, a los que Sáenz de Santamaría menosprecia como simples portavoces de plató, están desalentados; no encuentran paraguas argumentales para tanto chaparrón y encima les exigen que sigan el guión minimizador y relativista de La Moncloa. Quizá por eso han dejado al ministro Soria que se defienda solo. (Y no lo ha hecho nada bien, con problemas de credibilidad, con versiones contradictorias de un día para otro y la fulminante orden marianista de explicarse en el Congreso velis nolis). El que ponga la mano en el fuego se abrasa.
Señala que:
Desde un punto de vista cínico o pragmático -es decir, electoral- la cascada de escándalos acaba por amortizarse a sí misma; la reiteración la ha convertido en parte del paisaje político. La corrupción ya le ha quitado al PP todos los votos que podía costarle. Las encuestas certifican que hay siete millones y medio de españoles dispuestos a votarlo con la nariz tapada; un suelo sociológico estable de ciudadanos que no apoyarán otra opción por razones biográficas o ideológicas. Un voto útil atornillado que sólo puede sufrir mediante la abstención, y no es probable.
Aclara que:
Eso sí, los sectores que se han escapado en los últimos años no van a volver porque se han embalsado en Ciudadanos. Con ese capital menguado pero tan sólido como el que acumuló el felipismo durante los tormentosos años noventa, Rajoy se siente fuerte para ir a las elecciones sin hacerse el harakiri, y hasta para presentar un resultado similar al de diciembre como una suerte de absolución en las urnas.
Con un poco de fortuna, el crecimiento de C´s puede proporcionar una mayoría de centro-derecha, aunque obligaría al presidente a firmar pactos de cláusulas regeneracionistas férreas. La idea de entregar su cabeza ni se le pasa por la mente. Por eso no quiere mover pieza. Si un acuerdo in extremis de la izquierda lo saca del Gobierno habrá un terremoto, una catarsis inevitable, pero hasta que eso no suceda pretende aguantar en la trinchera.
Y remata:
Sin embargo, aunque salve los muebles del poder, la regeneración ética de la derecha española es inaplazable y ya sólo puede producirse a la escala necesaria mediante un relevo generacional que aparte a toda la nomenclatura de los últimos años. Incluso a costa de que paguen justos por pecadores, asunto al que Rajoy se muestra en extremo reticente. Pero cuanto más tarde el partido en decidirse a afrontar esa limpieza de sus cañerías, más riesgo corre de que sea la UDEF la que haga de fontanero.
Isabel San Sebastián alaba la labor de la Guardia Civil para echarle el guante a Mario Conde y su ponzoñosa fontanería financiera:
Los agentes de la UCO que han detenido a Mario Conde representan lo mejor de esta España envenenada de podredumbre y postrada. El exbanquero-presidiario encarna todo lo peor. Ellos forman parte de un Cuerpo que tiene por divisa el honor y entiende el significado último de ese concepto en desuso. Él fue en su día el emblema de la «cultura del pelotazo»: el desprecio absoluto al esfuerzo, la constancia y la decencia, sustituidos de un plumazo por el culto a la especulación aliada a la falta de escrúpulos. Después cayó víctima de su exceso de codicia, con el agravante de fingirse víctima de una supuesta conspiración del «sistema» cuando en realidad ese sistema se mostraba muy generoso poniendo un precio barato, de apenas cinco años de cárcel, a una estafa que arruinó a millares de ahorradores. Y ahora vemos que, lejos de arrepentirse, seguía empeñado en burlarse de nosotros blanqueando (presuntamente) con sofisticada ingeniería el fruto de su rapiña. Un propósito que habría alcanzado si la Guardia Civil no lo hubiese impedido, como antes había hecho en el caso de los ERE andaluces o el «pitufeo» valenciano.
Recuerda que:
España siempre ha retribuido con mayor generosidad al pícaro que al honrado. Recién cumplidos los 45, Conde presumía de una fortuna estimada en 40.000 millones de pesetas (250 millones de euros actuales) conseguidos básicamente en una única operación saldada con beneficios astronómicos. A esa misma edad, un teniente coronel de la Guardia Civil con titulación superior, mando en plaza y más de veinte años de servicios, gana unos 3.000 euros netos al mes. Sus subordinados, bastante menos. Lo que no les ha impedido pasarse cerca de dos años desenredando pacientemente la madeja liada por el financiero a fin de repatriar su botín, hasta conseguir las pruebas necesarias para permitir a la Justicia actuar.
Ellos no cobran «complementos» en función de las cantidades recuperadas, como hacen los inspectores de la Agencia Tributaria mediante un complejo sistema de «incentivos» que termina incentivando las actuaciones fáciles y rápidas en detrimento de los grandes fraudes. Ellos cumplen con su deber a cambio de una retribución modesta, especialmente en relación con la altísima responsabilidad que asumen. Y, pese a ello, no se conoce un solo caso de corrupción económica que afecte a miembros de la Benemérita, ya que su exdirector, Luis Roldán, era civil, político y socialista. El Honor es su divisa. Honor, escrito con mayúscula.
Y remata:
En octubre de 1993 entrevisté a un Mario Conde en el cénit de su gloria para este mismo periódico. El titular entrecomillado de esa entrevista resulta revelador a la luz de lo acaecido: «A mí, ganar dinero no me parece inmoral». La última de sus respuestas, trágicamente profética: «Si yo tuviera la sospecha, que no tengo, de que mis hijos pretendían vivir de las rentas de lo que he hecho yo, tomaría disposiciones para que no sucediera». Han pasado 23 años y los hijos del hombre arrogante que me recibió en su regio despacho de Banesto han acabado en el calabozo, junto con él, por prestarse a servir de peones en las turbias maniobras de su padre. Maniobras no solo ilegales, digamos que presuntamente, sino por supuesto inmorales. Tan inmorales como las lecciones de ética política que no ha dejado de impartir mientras blanqueaba, repitamos que presuntamente. Tan indecentes como las recetas que preconizaba en ese octubre de 1993, cómodamente instalado en su sillón, al quejarse de «las insostenibles alzas de salarios». Mario Conde es el paradigma del veneno que nos ha corroído el alma. La Guardia Civil y su gente simbolizan lo mejor de España.
Jaime González también hace un retrato de Mario Conde y asegura que no le sorprende en exceso lo que ha sucedido con el exbanquero:
Conocí de cerca a Mario Conde en 2010, cuando lavaba su imagen a 1.200 revoluciones por minuto. De aquel frenético centrifugado recuerdo su empeño por borrar cualquier sombra de vanidad o codicia, estigmas que combatía subrayando el valor de una fortalecida espiritualidad que -según decía- le había servido para redimirse de todos sus pecados.
Añade que:
En apariencia, el nuevo Mario Conde era el opuesto del viejo Mario Conde, un hombre que había conquistado el bien más preciado, mucho más que el dinero: una paz interior inquebrantable. Es difícil saber cuánto de verdad había en sus palabras, pero aquel afán desmedido por mostrarse por dentro me provocaba tantas dudas que opté por tomar una prudente distancia y no subirme, por si acaso, al carro de la loa y la lisonja. Mario Conde se había encarnado en un Mario Conde mejorado en todos los aspectos. Había visto la luz y quería hacernos partícipes de la buena nueva, guiándonos por el camino de la salvación con un proyecto regenerador de amplio espectro en el que la sociedad civil debía ser la gran protagonista.
En boca de Conde, la palabra regeneración es un gigantesco oxímoron, pero su poder de persuasión obró el pequeño milagro de que unos cuantos decidieran seguirle en procesión. Tal vez le faltó perspectiva para adivinar que su relativo éxito en la pequeña pantalla no era extrapolable al paisaje nacional, porque entre el nuevo y el viejo Mario Conde la gente optó por el recuerdo. Ignoro si tanta paz interior le ayudó a digerir el fracaso electoral, aunque sospecho que no. Más bien creo que fue su convicción de que el pueblo no estaba lo suficientemente preparado para entender el mensaje. Se equivocó: sus argumentos no calaron porque Mario Conde, por mucho que lavara su imagen a 1.200 revoluciones por minuto, llevará siempre una sombra de sospecha cosida en la frente.
Finaliza asegurando que:
Ahora sabemos que el falso opuesto de Mario Conde era el mismísimo Mario Conde, idéntico al que entró por primera vez en prisión en diciembre de 1994. Entre aquel y este han pasado muchos años, pero se conoce que el genuino Mario Conde necesita más tiempo para aplicarse la receta de aquel proyecto regenerador que no fue a ninguna parte. Ahora ha vuelto a la cárcel, que es tanto como decir que Mario Conde ha salido a su encuentro.
En El Mundo, Luis María Anson expresa su hartazgo ante una situación política que nos abocará a las elecciones generales el próximo 26 de junio de 2016:
Tantos dimes y diretes, tantas reuniones abiertas o enmascaradas, tantas tórpidas declaraciones en los canales de radio o las cadenas de televisión, tantos almuerzos y cenas de trabajo, tantos desbocados personalismos, tanta estéril parafernalia han terminado por agotar a una opinión pública atónita ante el espectáculo que los partidos políticos están dando a la sociedad española.
Como las tres primeras cuestiones que agobian a la ciudadanía son de carácter económico, resulta que, conforme a las encuestas del CIS, los partidos políticos se han convertido en el segundo de los problemas que padece el pueblo español. Deberían ser la solución a los males de la nación y por la torpeza de algunos de sus dirigentes, el egoísmo personalista de otros, la prepotencia desdeñosa de los más, los partidos han transformado a la clase política en uno de los sectores más rechazados por el pueblo.
Resalta que:
Desde el pasado 20 de diciembre, están ofreciendo a España un espectáculo deprimente porque sobre el interés general, sobre el bien común de los españoles prevalece el interés personal de un Pedro Sánchez, que no quiere regresar a su casa con el rabo entre las piernas; de un Mariano Rajoy, que pretende continuar a toda costa en Moncloa; de un Pablo Iglesias, dispuesto a fragilizar el Estado con tal de imponer sus ideas chavistas, es decir, el comunismo del siglo XXI.
No sé si, por fin, resultará obligado convocar nuevas elecciones generales. Lo que de verdad se ha hecho general es el hartazgo político ante la pista de circo en la que los líderes saltimbanquis hacen todos los días ridículas piruetas para estupefacción de los ciudadanos. Y de las ciudadanas, que dirían los expertos de la Junta de Andalucía. La política es, debe ser, la más noble de todas las ciencias al servicio del bien común. En España se está convirtiendo en el trapicheo, la corruptela, el envilecimiento, el soborno, la degradación, la vileza, la podredumbre, las necrosis del cuerpo nacional. Con el agravamiento, además, del posible contagio. Como suele afirmar Miguel Ángel Aguilar, citando a un autor de relieve, «el fruto sano se zocatea enseguida cuando se encuentra próximo al que está cedizo».
Y concluye:
No quiero caer en descalificaciones contraproducentes. He reiterado muchas veces que los partidos políticos, como los sindicatos, son imprescindibles en una democracia pluralista rectamente entendida. No se trata de destruirlos sino de regenerarlos y democratizarlos. Hay fronteras que resultaría contraproducente atravesar. La crítica sin matices a los partidos políticos y a sus abusos desencadenó el siglo pasado el fascismo en Italia, el nazismo en Alemania, el estalinismo en Rusia, el franquismo en España, el salazarismo en Portugal… Hay que evitar que las nuevas generaciones, hartas de la clase política, caigan en la tentación totalitaria. Y no solo en España. A todos alarma el auge de los extremismos de izquierda o de derecha en Francia, en Austria, en Hungría, en Alemania…
España, en fin, está pidiendo a gritos la regeneración de sus partidos políticos. El buen sentido exige la moderación y la prudencia para llevar a cabo la operación de sanear a nuestra clase política, tan mediocre, tan egoísta, tan corrupta, a pesar de que existan en ella hombres, mujeres y sectores admirables, y eso también es necesario reconocerlo.
Antonio Lucas afea a Patxi López, presidente del Congreso, que diga que su partido, el PSOE, es la primera organización de indignados:
En ‘JotDown’ dice Patxi López que el PSOE es la primera organización de indignados. Casi nadie ha entendido el alcance de la reflexión (tampoco Patxi), pero ahí queda. El PSOE al que se refiere no tiene que ver ni en el eco de las costuras con el partido que es hoy. Y si algo no puede decir un socialista del siglo XXI (que además preside las Cortes) es que su formación representa algo de los indignados a la manera en que se indigna de verdad la gente. Ellos se indignarán por otras cosas, por sus parcelitas de poder, por su patético paripé de más de 100 días, por su falta de levadura por dentro… Qué sé yo. Pero sostener con toda la mandíbula que su origen y su estela es la de un grupo de indignados nos lleva a encallar en la tautología. Es como afirmar que Podemos es una apuesta de mano tendida y el PP la cuadratura del centro. Indignados en el PSOE, dice el tío.
Explica que:
Cuando el 15M echó a rodar Rubalcaba era secretario general del partido y entendió a su manera lo que sucedía en la Puerta del Sol. No hay más que asomarse a los titulares: «200 personas no pueden poner patas arriba una ciudad». Es decir: no se enteró de nada. Y con él, buena parte del socialismo de nave nodriza. E incluyo en la nave, con permiso, a Patxi López. Entonces no se le ocurrió mirar atrás.
El presidente del Congreso derrapa. Es normal: en las entrevistas se desbarra con facilidad cuando se está demasiado seguro sin un motivo claro. Basta con ser bien preguntado. Mira si al PSOE no le queda herencia indignada que tiene por único dios verdadero a Felipe González, dueño de un emporio que es él mismo haciendo caja con un talento político de fuego y peligro. Tan indignado que Zapatero trasteó en la Constitución para fijar un techo de gasto, como bien le ordenaron. Tan indignado que el 20-D conectó fieramente con la calle y por eso sumó 90 escaños. Qué necesidad, Patxi López, de hacer ese frívolo redondeo para poneros donde ya no estáis, ni se os espera. Vaya semanita.