LA TRIBUNA DEL COLUMNISTA

Santiago González anima al líder de Ciudadanos a ser ambicioso: «Véngase arriba y pida la vicepresidencia del Gobierno»

"Arrepentidos los quiere el Señor, mi admirado Albert Rivera; no sabe cómo celebro su cambio de posición respecto a la investidura"

Tratar de inocular más proporcionalidad al sistema sería aumentar la inestabilidad que ahora mismo padecemos

Siguen este 12 de agosto de 2016 los elogios a Albert Rivera, líder de Ciudadanos, tras la decisión de cambiar su abstención técnica por un sí a Mariano Rajoy a cambio de el cumplimiento de seis condiciones. Las tribunas de opinión van en esa línea y también en pedirle al líder del PP que se deje de tanta galbana, que España no está para fiestas.

Arrancamos en El Mundo y lo hacemos con el genial Santiago González que, al margen de las lisonjas al presidente de Ciudadanos, le lanza un claro mensaje, que deje de actuar o de creerse un actor secundario y se pida la vicepresidencia del Gobierno:

Arrepentidos los quiere el Señor, mi admirado Albert Rivera; no sabe cómo celebro su cambio de posición respecto a la investidura. Ha empezado a hacer lo que estaba en su mano, usar una llave que sólo tiene alguna eficacia en el caso de votar sí; su abstención era irrelevante. El sí, en cambio, le saca del atolladero y le permite obtener más partido de sus 32 de lo que puede hacer pensar su cuantía.

Pero tampoco me parece que sus seis condiciones sean los misterios gozosos del rosario. O sea, que aplaudo su esfuerzo, y comprendo que su ciaboga haya tenido que ser aparatosa, pero deberá comprender que no me fascine. No se me alcanza, mi querido Albert, qué relación puede haber entre la reforma de la ley electoral y la lucha contra la corrupción. Uno entendió que la noche del 26-J se mostrara usted mohíno, al dar cuenta de unos resultados tan poco satisfactorios. Es evidente que nuestro sistema electoral obliga a partidos como el suyo a sacar más votos para cada escaño que a los dos grandes o a los nacionalistas. Pero la ley electoral era la misma cuando sacaron ustedes 400.000 votos y ocho escaños más hace ocho meses; luego no debe ser ésa la causa de la pérdida.

Reconoce sobre el sistema electoral actual que:

Le confieso que yo también soy partidario del cambio, aunque lo preferiría a la francesa: mayoritario y a doble vuelta, con el fin de que los ciudadanos (en general, no los afiliados a C’s) interpreten por sí mismos el sentido de su voto en la segunda vuelta. Tratar de inocular más proporcionalidad al sistema sería aumentar la inestabilidad que ahora mismo padecemos. Eso sin contar con que propone usted algo abiertamente contradictorio: listas abiertas y más proporcionalidad. O lo uno o lo otro, mi joven amigo. Nosotros ya tenemos listas abiertas para el Senado, o sea, mayoritarias. En las dos últimas legislativas le dieron al PP mayoría absoluta (124 y 130 senadores). Su partido no mojó en ninguna de las dos: cero escaños.

Exige la primera de sus condiciones: «Separación inmediata de cualquier cargo público imputado (investigado) por corrupción». En el programa PSOE-C’s era menos exigente: «Proceder al cese de altos cargos a los que se les abra juicio oral por algún delito doloso», exactamente lo mismo que prescribe el programa electoral del PP bajo el epígrafe Regenerar la política, combatir la corrupción (página 134, medidas 2 y 3). Quizá a usted le parece que el PP es menos fiable que el PSOE al que apoyan en Andalucía, pero ésa es una impresión precipitada. La última vez que la Fiscalía General publicó las estadísticas fue en 2009, en tiempos del Cándido Conde de Pompidou, le salían 264 causas de corrupción al PSOE y 200 al PP.

La creación de una comisión en el Congreso sobre el caso Bárcenas es otra ocurrencia. Debería comprender, mi joven amigo, que la investigación parlamentaria de un asunto que va a ser juzgado por jueces profesionales este mismo otoño, sería un contradiós, un juicio paralelo, una agresión del Poder Legislativo al Judicial, cuya independencia, tan magreada desde la Ley del Poder Judicial (enero de 1985) es necesario rescatar, y más después de la incumplida promesa electoral del PP en 2011.

Y remata:

Supongo que la Ejecutiva popular dará el visto bueno a su proclama, mientras la espera sirve para macerar a Sánchez. Salvo que el presidente del PP no se sienta capaz de tomar una decisión sin oír la opinión de Maroto, que todo podría ser. Tengo escrito muy recientemente que el adanismo tiende a descubrir mediterráneos y a deconstruir la sopa de ajo, lo cual es razonable en un partido de origen catalán, pero me atrevería a pedirle que se venga arriba y se pida la vicepresidencia del Gobierno, que supere esa condición de actor secundario que apoya desde fuera al protagonista, como en Andalucía, Madrid y La Rioja.

Luis Ventoso, en ABC, hace un elogio de Mireia Belmonte, pero ya no sólo por las dos medallas logradas, oro y bronce, en natación, sino porque encarna el espíritu de lo que deberían ser todos los españoles, unos esforzados trabajadores como lo ha sido ella, fiel ejemplo de que la labor constante da sus frutos. A ver si aprende, por ejemplo, la clase política:

Un futbolista de élite puede salir de cumbia un jueves, beberse los floreros, darlo todo en el catre y hacer un partidazo el domingo. Ahí está el caso George Best, que cuajaba faenas asombrosas con medio hígado. La exigencia es distinta a la de un ciclista, un nadador o un atleta, porque el fútbol es un deporte de equipo. La vida de Mireia Belmonte, que tan felices nos ha hecho, no la llevaban ni las falanges de Esparta: entrenar, comer y dormir. De eso van sus días. Un exceso, un catarro a destiempo por no calzarse al salir del agua, o un bajón anímico pueden traducirse en las décimas de segundo que te separan de ganar. Mucho me temo que Garrincha, Gascoigne y George Best no habrían hecho carrera en la piscina.

Recuerda que:

«Soy la primera mujer que baja de los ocho minutos en la historia de la natación, pero es más importante el color del pelo de Sergio Ramos», comentó Mireia hace justo tres años, en una memorable entrevista de Laura Marta en ABC, cuando ya había logrado dos platas de Londres. Grandes victorias, buen talante, una cara guapa y amistosa, con unos ojos azules y una sonrisa que alumbran, y un refrescante sentido común a la hora de sobrellevar la insufrible murga totalitaria del separatismo. Mireia es catalana y española, con total naturalidad, como la mayoría silenciosa de sus vecinos… y ha acabado refugiada en Murcia, bien acogida por su Universidad Católica.

Pero lo que me hizo «mireista» no fueron todas esas cualidades, por lo demás estupendas, sino cómo respondió cuando la entrevistadora le preguntó qué podíamos hacer los españoles para salir de la crisis. No propuso subvenciones universales por echar la siesta, como nuestros admirables Garzón e Iglesias; ni tampoco códigos éticos a lo «espejito, espejito, mira qué guapo soy», como el gran Albert, cuyo catecismo regenerador es redundante en un país que ya tiene leyes democráticas, justicia independiente y libertad de prensa. No, Mireia fue a las verdades medulares: «Lo que podemos hacer es trabajar. Si un día laboral son ocho horas, debes utilizar ese mismo número de horas para buscar un trabajo si no lo tienes», respondió la nadadora, que ha conocido el drama del paro con su propio padre. Y todavía aportó una opinión más sobre la situación española: «Tenemos que aprender a valorar lo que tenemos en casa».

Y detalla todo el sacrificio que ha tenido que hacer Mireia para llegar a donde está:

A Mireia, hija de dos de los millones de andaluces que han ayudado a levantar Cataluña (y cuyos nietos acomplejados se hacen a veces independentistas), la echaron a la piscina con solo cinco años para corregir un problema de espalda, una escoliosis. A los doce ya competía en los campeonatos de España. Desde entonces, solo ella conoce los esfuerzos y privaciones que ha asumido para brillar en un deporte donde algunos van más puestos que Amy Winehouse (un nadador harto de trampas acaba de acusar en Río a un campeonísimo chino de «mear de color violeta»). Belmonte nada casi 20 kilómetros al día, hace carrera de fondo en alta montaña en Sierra Nevada, pesas, bici estática, boxeo… Su dieta está más reglada que un picnic con Gwyneth Paltrow. Sus horas de sueño son tan sagradas como las de un bebé. Encarna el triunfo de algo que no está de moda en España: el esfuerzo. Quizá por eso ayer, a la hora que escribo, llevábamos tan solo dos medallas (las del trabajo de Mireia), cinco menos que Kazajistán y a un mundo de las doce de Italia o las trece del Reino Unido. Marchamos empatados con Vietnam y Grecia, mientras nuestros locutores hacen el ridículo narrando como gestas homéricas los diplomas olímpicos. Sin curro no hay premio. Así de sencillo.

David Gistau escribe sobre la escenita montada en la casa de Pilar Rahola con Puigdemont y toda una patulea de invitados separatistas interpretando (o haciendo que interpretaban) canciones de los Beatles:

En la adolescencia, por culpa de las malas compañías, fui durante algún tiempo el personaje imposible de integrar en una pandilla jipiesca que portaba guitarra y en la que los enamorados hacían cosas como casarse «ante John Lennon». Lo bien que me vino la mili. Y lo mucho que he odiado desde entonces a los Beatles con un odio pavloviano, como de verme otra vez allí dando palmaditas con tal de pertenecer. Fantaseo con bandas «heavies» que irrumpen en los conciertos de los Beatles y los asesinan como a hachazos con los filos de sus guitarras.

Aquella gente por lo menos tenía el eximente de la juventud, aunque la hubieran extraviado en un Madrid en el que todavía era posible irse a pasar la tarde en los billares. No así los «happy few» de Rahola que, en una edad ya provecta, renovaron el fulgor utópico de la ingenuidad cantando a los Beatles alrededor de un Honorable Puigdemont que, en el preciso instante en que tiró de guitarra, pasó de dux independentista a monitor de los «boy-scouts». Todo, con su pelito yeyé, pelito como de haberse hecho fotos cruzando ese infame paso de cebra de Abbey Road. Las hogueras eran de orujo. En el vídeo, sólo es posible sentirse identificado con Laporta, que no se sabe la letra y ha de mirarla en el móvil -son mis palmaditas para pertenecer-, probablemente porque él esté acostumbrado a reuniones mucho más divertidas en las que uno se derrama por encima champán, y no destino manifiesto y cursilería.

Explica que:

En su masía estival, Rahola, que tiene una capacidad de adaptación orgánica como para escribir sólo observándola un tratado darwinista, hace de Rosa Regàs como anfitriona de la consagración de una nueva casta social que, con la bandera y el patriotismo, aspira a suceder a la hegemonía pujolista y, con la guitarra, pretende imitar la felicidad hedonista, pura, juvenil, de la «gauche-Bocaccio». Que yo creo, según consultas realizadas esta misma mañana, era más de terminar la fiestas sin ropa. Vivimos un tiempo circular en el que ciertas cosas regresan, pero protagonizadas por personajes peores, autoparódicos. Así ocurre con los actores de esta supuesta nueva Transición, intrusos casi todos de un arquetipo del pasado para el cual no dan la talla: los cheques sin fondos que extiende la vanidad. Con estos nuevos divinos catalanes, personajes rampantes que presienten que ha llegado su oportunidad y que existe un enorme vacío sociológico que pueden llenar, ocurre lo mismo. Se aprecia una degeneración que va de Gil de Biedma a Laporta, de Azúa a Rahola, de los próceres estatuarios a Puigdemont con su guitarrita. El descenso de calidad alude incluso al enemigo cohesionador: no se trata ya de un antifranquismo luminoso e ilustrado que se distingue de la manchega, gigantesca cueva tecnocrática de Madrid. Se trata de un achicamiento tribal, el del nacionalismo, que sólo trae regresión. Incluyendo la elección del repertorio. Los Beatles, hay que joderse.

Abel Hernández, en La Razón, elogia a Felipe González por soltarle cuatro frescas a Pedro Sánchez:

Dice Óscar Lopez, uno de los cuatro ayudantes de Pedro Sánchez, -¡qué tropa!- que el «no» inamovible a la investidura de Mariano Rajoy no es por revancha, sino que se trata de «un no ideológico».Y seguramente lleva algo de razón. En el actual equipo dirigente, el más flojo sin duda de la historia centenaria del PSOE, incluida la etapa de Llopis en el exilio, que acabó como acabó en el congreso de Suresnes, hay más carga ideológica de saldo que ideas propiamente dichas. En realidad, de la sede de Ferraz hace tiempo que no sale una idea nueva. Hasta la idea de cambio es copiada.

Señala sobre el secretario general del PSOE que:

El «ideólogo» Sánchez, ante el dilema de «o Rajoy con la abstención socialista, o elecciones», responde: «Ninguna de las dos cosas». ¿Entonces? Y aquí echa mano del argumento maniqueo, cargado de integrismo ideológico, de las derechas con las derechas y las izquierdas con las izquierdas, pretendiendo dividir otra vez a España en dos bandos políticos irreconciliables cuando más pide el pueblo concordia, consenso y trasversalidad.

Además, encasilla ahora en la derecha a C’s, con el que no tuvo inconveniente en pactar hace unos meses para intentar llegar de su mano a la Moncloa. Las contradicciones de un político son tan insoportables como las mentiras.En realidad, todo es táctica, una táctica ideológica en lo del «no a Rajoy», aunque, siendo generada por esos cerebros privilegiados que se han apoderado del PSOE, sea también una táctica equivocada. No dan pie con bola.

Y sentencia:

Los históricos del partido -Felipe González, Alfonso Guerra, José Bono, Josep Borrell, Alfredo Pérez Rubalcaba, José Luis R. Zapatero…- están avergonzados del comportamiento de Sánchez y sus acólitos y han alzado discretamente la voz pidiendo responsabilidad. Felipe, sin nombrarlo, ha calificado al líder de su partido de irresponsable cuando ha alabado la decisión de Albert Rivera de apoyar a Rajoy con una serie de condiciones como «el primer acto de responsabilidad política desde las elecciones». Lo mismo piensan, aunque prefieran no dar por ahora cuartos al pregonero, y con la excepción de cuatro paniaguados, los barones regionales con peso en el partido y con cabeza, los que, acostumbrados a pisar sobre el terreno, hace tiempo que se dieron cuenta del fraude de la superioridad moral de la izquierda y del pernicioso sectarismo que suele ocultarse bajo la capa roja de la ideología.

 

José María Marco entiende que las seis condiciones de Ciudadanos al Partido Popular carecen de contenido:

De las seis exigencias de Ciudadanos para la negociación con el Partido Popular, lo primero que ha sorprendido es la ausencia de contenido… Ocurre que lo que Ciudadanos ha pretendido es fijar unas condiciones previas para empezar a negociar, o proseguir las negociaciones económicas que se están llevando a cabo discretamente. Tal vez las exigencias sean el signo de que esas negociaciones iban por demasiado buen camino y convenía volver a colocar la cuestión allí donde se ha venido el acento en estos años. No en el contenido, sino el cómo de la política. Las seis exigencias son, efectivamente, una indicación acerca de cómo Ciudadanos lo concibe. Desde esta perspectiva, las condiciones no son insalvables. Ciudadanos ha hecho un esfuerzo por bajar el registro del ideal, del «deber ser», sin recurrir a manifestaciones demagógicas.

No es así si se adopta la perspectiva del Partido Popular En este caso, está claro que hay una voluntad de Ciudadanos por dejar en mal lugar al PP si no acepta las seis exigencias adjetivadas, muy poéticamente, como «sine qua non». El PP podría haberse evitado parte del trago si hubiera tratado de otra manera casos como el de Bárcenas. Aun así, la expulsión de los imputados no es algo sencillo, y tampoco lo son los aforamientos cuando existe la acusación llamada «particular». La limitación de mandatos tiene, por su parte, un alcance meramente individual.

E insiste:

Hay por tanto un uso retórico en la propuesta. Aquí está el auténtico resorte demagógico del asunto, y podría dar margen al PP para forzar la negociación sobre las condiciones de negociación. Más aún en el caso de una nueva ley electoral, que apunta a la voluntad de apuntalar a Ciudadanos sin pasar por las urnas. La autorreferencialidad, tan propia de la estética o del lenguaje poético, significa el intento de hacerse con una nueva hiperlegitimidad política -como la que hasta hace poco tenía el PSOE- pero sin contenidos, por la pura y mágica invocación de lo nuevo y lo joven, tan propio de esa nueva elite que aspira a marcar el aire de los tiempos. Hay un lado gratuito, lujoso, estético, Ortega habría dicho deportivo, en las seis exigencias. Casi todas son prescindibles, en consecuencia, y si nunca había que haber aceptado la hiperlegitimidad del PSOE, el PP tampoco tiene por qué aceptar esta. El toque está en descubrir la vena poética de la prosa.

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Autor

Juan Velarde

Delegado de la filial de Periodista Digital en el Archipiélago, Canarias8. Actualmente es redactor en Madrid en Periodista Digital.

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