Una columna titulada El pase del desprecio pero que, según él, inicialmente pensó en bautizar como Los miserables
La espantá de Fernándo Sánchez Dragó y su hija del plató de El gran debate cuando estaban a punto de ser entrevistados sobre su libro, Pacto de sangre, sigue dando que hablar.
Después de que Ayanta Barilli cargara este domingo en El Mundo contra la «pantomima por sorpresa» que les habían preparado Jordi González y Sandra Barneda, un día después el propio Sánchez Dragó sale a la palestra.
El escritor carga las tintas contra el «programa de griterío» en un artículo publicado en el diario de Unidad Editorial titulado El pase del desprecio pero que, según él, inicialmente pensó en bautizar como Los miserables.
Sánchez Dragó afirma estar arrepentido de haber dicho sí inicialmente a Telecinco.
«Llamé yo, eso sí, miserable -mi-se-ra-ble- al locutor del programa poco antes de dejarlo con un palmo de narices y reiteré la definición, ya en los pasillos, cuando me sacudía de las alpargatas la arena de un coso de quinta categoría en el que nunca debí prestarme a torear».
Y añade sobre Barneda:
«A la moza que lo ayuda, en cambio, le ahorré el adjetivo, aunque justificado estaba, porque siempre he sentido debilidad por las pibas monas».
A renglón seguido entona el «mea culpa» por haber sido «colaborador a salto de mata del programilla en cuestión», pero afirma que lo hizo por dinero.
«Ayer, pese a ello, rompí con furia mi último contrato en las barbas de un redactor y un par de administrativas. Tengo ahora los trozos aquí delante y lo mismo los enmarco para que den fe de mi arrepentimiento».
El columnista no concreta la cuantía del contrato, sino que se limita a hablar de «un buen pellizco».
«Beberé menos champán. Así es la vida. Pero más vale honra sin Telecinco que Telecinco sin honra, ¿no creen?».
Sánchez Dragó confiesa que su hija se mostró reticente a acudir al plató de El gran debate hasta el último momento, pero que para terminar de convencerles la directora de la redacción les dio «su palabra de que no era una encerrona, de que jugarían limpio, de que no sacarían las cosas de su contexto».
Sin embargo se llevaron una sorpresa.
«Ellos -los miserables, el locutor sin escrúpulos y la chica mona que lo ayuda-, sólo querían volcar sobre ese libro, sobre Ayanta, sobre mí, sobre nuestra familia, sobre el niño que ese mismo día cumplió seis meses, toda la podredumbre moral que llevan dentro».
El escritor también aprovecha para darle un mandoble dialéctico a Isabel Durán.
Dice de Isabel: «A la que tenía por amiga».
«Que no me salude a partir de ahora. Tampoco yo lo haré».
Y termina retando a González, que desde la noche de autos ha guardado silencio, como también Barneda:
«Dispón ahora tus cañones de basura, traidorzuelo, y dispara cuanto quieras. La chusma te jaleará mientras con nosotros cierran filas los patricios. Ésa es nuestra victoria y tu derrota».