Cuando Alfonso Guerra se pone guasón con los socialistas catalanes

(PD).- No hay uno, sino dos Alfonso Guerra González. Los dos calzan el mismo número y llevan en el bolsillo el mismo DNI. Uno, probablemente el más conocido de los dos, es un viejo as del pugilismo verbal, dueño de una locuacidad centelleante que busca la mandíbula del adversario sin entretenerse en florituras estilísticas.

Escribe Luis Mauri en El Periódico que este Guerra en ocasiones se pone un pañuelo rojo al cuello y se sube a una tarima a dar caña a petición de su público. El otro Guerra está en las antípodas. Gasta voz suave y gesto delicado, es paciente y gusta de entregarse en solitario a los placeres de la lectura, la música y el teatro.

Los dos Alfonso Guerra estuvieron ayer en Barcelona.
El primero, en su versión más contenida, es decir, sin vociferación ni caña ni pañuelo, pero con la misma afilada y veloz mordacidad, almorzó con dos colaboradores suyos en un italiano, Tramonti, en la Diagonal.

Quiso la casualidad que allí tropezase con José Zaragoza, el secretario de organización del PSC, partido hermano con cuya dirección hace mucho tiempo ya que Guerra mantiene una distante tirantez salpicada de no pocos enfrentamientos.

El último, hace una semana, cuando el exnúmero dos del PSOE preguntó a los socialistas catalanes si con la negociación de la financiación pretenden «cargarse» al Gobierno de Zapatero.

Zaragoza, que almorzaba en el restaurante con este periodista, se acercó a la mesa de Guerra para saludarle.

–Oye, si vuelves a hablar de la financiación, harás referencia también a la deuda histórica que reclama Andalucía, ¿no? –espetó Zaragoza tras los saludos de cortesía.
–Yo estoy en contra de todas las deudas históricas, de todas.
–Pero pórtate bien, ¿eh? –siguió hurgando el dirigente del PSC.

Entonces el primer Alfonso Guerra saltó como impulsado por un resorte. Sin voces, sin desdibujar la sonrisa, pero con un tono y una mirada gélidos, fulminantes:

–Mira tú que tiene guasa la cosa. El niño travieso diciéndole al maestro qué es lo que tiene que hacer. ¡Ay, cuánto tenéis que aprender todavía!

Alfonso Guerra, pero el otro Alfonso Guerra, reapareció a media tarde en el Teatre Romea. Allí inauguró la temporada teatral con una trabajada y documentada conferencia sobre la política cultural en la República.

«La República fue, sobre todo, un proyecto cultural. Los gobiernos progresistas se proponían redimir a España con escuelas», argumentó como eje de su discurso. Y no se abstuvo de declamar con alma de rapsoda y considerable acierto algunos pasajes.

Antes, hubo de despachar a dos activistas de la Plataforma pel Dret de Decidir que le interrumpieron al grito de «Fuera españolistas». Guerra pidió calma al público, que abucheaba y llamaba «nazis» a los intrusos.

«Un espíritu de intolerancia parecido al de estas dos personas acabó con la República de la que les voy a hablar», dijo con tono muy suave, casi manso.

Actor y director de teatro aficionado antes de dedicarse a la política, Guerra empezó con una confesión cómplice.

«En realidad, yo nunca he dejado por completo de hacer teatro», dijo para regocijo de las más de 300 personas (entre ellas solo dos cargos públicos relevantes, ambos socialistas: el conseller Joaquim Llena y el alcalde de Santa Coloma, Bartomeu Muñoz) que acudieron a escucharle.

Quizás esa confesión explique el milagro de los dos Guerra.

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