España no se rompe… se agrieta

España no se rompe... se agrieta

(PD).- Toda la contradicción victimista del nacionalismo, todo su primario y egoísta doble rasero, toda su falta de respeto a la nación española y todo el cínico embudo de conveniencia con que filtra sus relaciones con el Estado quedó de manifiesto esta semana en el abucheo de Mestalla, síntoma no sólo de una inquietante degradación democrática sino del deterioro de la convivencia que se está produciendo bajo el régimen zapaterista, cuya confusa indeterminación ha provocado un creciente desafecto territorial hacia el concepto constitucional de España.

Y -como subraya Ignacio Camacho en ABC– todo ello rematado por la mala conciencia de un Gobierno al que inevitablemente salpica el tic franquista de la censura televisiva de los pitos al Rey y al himno, reflejo de un poder incómodo ante el evidente exceso que propicia su propia complacencia con la crecida del soberanismo.

Nada ejemplifica mejor la ambivalente moral nacionalista que este desvergonzado doble juego de participar en una competición y denigrar al mismo tiempo a quien la encarna y le da nombre, de luchar por el título de campeón de una nación cuya estructura y existencia se impugnan a través del repudio de sus símbolos.

Eso es lo que el nacionalismo periférico viene haciendo con intensa deslealtad bajo la benevolente anuencia de un Gobierno despreocupadamente irresponsable: cuestionar su pertenencia a España mientras demanda inversiones, reclama derechos e impone exigencias.

La ignominiosa pitada de la final de Copa no fue sino la metáfora de un descarnado chantaje asumido con entera naturalidad por sus autores, capaces de cuestionar sin rubor el concepto mismo del que se aprovechan.

España no se ha roto bajo la deriva soberanista propiciada por el zapaterismo, pero cada vez son más evidentes las grietas que ese modelo desencajado ha abierto en la cohesión de su estructura.

El abucheo del estadio valenciano no fue la expresión marginal de unas minorías radicales como las que quemaron fotos de los Reyes en Cataluña; participaron en la pitada, con notable complacencia, amplios sectores de aficionados catalanes y vascos a los que resulta imposible identificar en conjunto como habituales alborotadores de algarada.

Aquello fue una repulsa en toda regla de la representación constitucional de España, y debería motivar una reflexión sobre la frívola inconsciencia de los dirigentes que han propiciado este desgarro hasta el inquietante extremo de avergonzarse de él tapándolo con la vergonzosa censura de sus imágenes.

En vez de manipular con tosco descaro la difusión de este desafuero, los gobernantes de la nación y de sus autonomías tendrían que preguntarse qué han hecho para darle lugar.

Y la respuesta la tienen en cinco años de ambigüedad, deslealtad, sectarismo y ausencia de proyecto común. Cinco años sin excusa que han deshilvanado España hasta tal punto que ya ni el fútbol es capaz de coserla con sus hilos invisibles.

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