Zapatero siempre dice sí

Zapatero siempre dice sí

(PD).- El hombre que siempre dice sí nunca permite que la realidad le estropee un buen discurso. Acostumbrado en su mentalidad mágica a que las palabras subordinen a su voluntad los significados, no está dispuesto a aceptar la tiranía de los números; en su optimismo irredento la contabilidad puede volverse tan elástica como los principios.

Si el lenguaje está al servicio de la política también pueden estarlo las matemáticas. El hombre que siempre dice sí ha descubierto en el déficit un artificio fantástico para saltar sobre las fronteras de lo posible y lo imposible. Impossible is nothing.

Explica Ignacio Camacho en ABC que el hombre que siempre dice sí está convencido de la cuadratura del círculo.

El equilibrio de la suma cero es un dogma pretérito propio de contables desfasados que desconocen el poder taumatúrgico de la política. Frente al prosaico escepticismo de los economistas, obcecados en la dictadura de los balances, él va prometiendo a cada autonomía una financiación a la carta que satisfaga sus mejores deseos.

El hombre que siempre dice sí tiene una irresistible y promiscua pulsión de sentirse amado en todas partes y, como un galán antiguo, promete dádivas sin cuento sin detenerse a calibrar si podrá cumplir tanta promesa. Cree en el voluntarismo como palanca para mover el mundo y no está dispuesto a pararse ante la gélida frialdad de una suma cero. Lo único importante es que le quieran. O por lo menos, que le voten.

De todos los presidentes autonómicos que ha recibido en la Moncloa, sólo Ibarretxe salió con un no por respuesta; y aún a saber lo que hablaron en aquellos largos encuentros de horas y horas, cuando para una negativa escueta bastaban quince minutos, con catorce de cortesía. A los demás les ha dado prendas, les ha hecho arrumacos y les ha envuelto en zalameras esperanzas.

A cada uno le deja escuchar lo que desea oír: inversiones, dineros, infraestructuras, traspasos. Un benéfico maná de concesiones que sólo algunos ceñudos pesimistas, apegados a la caduca mentalidad del positivismo, se empeñan en considerar ficticio o impracticable.

Al hombre que siempre dice sí sólo le preocupa la terquedad de los hombres que siempre dicen no: esos pragmáticos políticos catalanes o esos insaciables andaluces cargados de deudas históricas, obstinados todos en no darse por satisfechos.

Para seducir su voluntad despliega todo su encanto obsequioso agitando una chequera repleta. Como detesta que no le crean en cada desdén añade más ceros con una sonrisa rumbosa, y al resto de peticionarios los tranquiliza con embelecos risueños para aplacar sus justificados recelos.

Si no fuese un agnóstico cabal enarbolaría la parábola de los panes y los peces; al fin y al cabo, si el Cristo hubo de recurrir a un milagro era porque en sus tiempos no existía la ingeniería del déficit.

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