SERVICIO SECRETO Y SELECCIÓN EN ESPAÑA

Los requisitos del CNI para aceptarte como ‘espía’: así se accede a la élite de los agentes españoles

El Centro Nacional de Inteligencia mantiene un proceso selectivo exigente y discreto, entre éxitos, fracasos y el enigma del número real de sus agentes

Los requisitos del CNI para aceptarte como 'espía': así se accede a la élite de los agentes españoles

Entrar en el Centro Nacional de Inteligencia (CNI), el servicio secreto de España, es una aspiración reservada a quienes conjugan vocación, discreción y un temple a prueba de sustos.

Sin embargo, el mito del espía con gabardina y gafas oscuras dista mucho de la realidad burocrática y tecnológica que se impone hoy en las cloacas del Estado. La institución, creada en 2002 como heredera del CESID, sigue envuelta en un halo de misterio incluso cuando toca hablar de lo más prosaico: los requisitos para ser ‘espía’ al servicio de la seguridad nacional.

El proceso para trabajar en el CNI es tan opaco como cabría esperar. La web oficial del organismo apenas da pistas, pero sí deja claro que no se trata de un empleo convencional: “más que un trabajo, es un estilo de vida”. Para quienes aspiran a enfundarse el traje invisible del agente español, hay una serie de exigencias ineludibles:

  • Nacionalidad española: requisito básico e innegociable. Nada de dobles pasaportes ni vínculos familiares dudosos.
  • Edad mínima y máxima: suelen buscarse candidatos entre los 18 y los 35 años. Aunque hay margen para perfiles muy concretos.
  • Formación universitaria: especialmente en ramas como Derecho, Ingeniería, Matemáticas, Informática o Traducción e Interpretación. El dominio de idiomas extranjeros es especialmente valorado.
  • Ausencia de antecedentes penales: no solo importa el expediente judicial; también la reputación personal es escrutada con lupa.
  • Superar pruebas psicotécnicas y entrevistas personales: aquí la discreción y la resiliencia emocional son tan importantes como los conocimientos técnicos.
  • Disponibilidad total y movilidad geográfica: el agente debe estar dispuesto a cambiar de destino, incluso fuera del país, sin rechistar.

El proceso selectivo es largo y minucioso. Tras superar la fase curricular y las pruebas iniciales, el aspirante pasa por entrevistas personales donde se evalúan su ética, lealtad al Estado y capacidad para guardar secretos incluso bajo presión. El anonimato es clave desde el minuto uno; ni siquiera los familiares más cercanos deben conocer detalles sobre las funciones asignadas.

En palabras de un miembro del propio centro: “Esto no es un trabajo, sino una forma de vivir”. Quien entra en la Casa —como llaman internamente al CNI— asume una vida alejada del exhibicionismo, donde la rutina puede saltar por los aires cualquier día con una llamada inesperada.

¿Cuántos espías tiene realmente el CNI?

Si hay un dato que el Estado protege con celo, es precisamente el número exacto de agentes activos. Sin embargo, recientes declaraciones oficiales permiten acotar la cifra. El responsable del CNI defendía hace escasas semanas la profesionalidad de los “3.000 agentes que trabajan en el Centro Nacional de Inteligencia”. Esa cifra incluye tanto a funcionarios de carrera como a personal eventual y colaboradores externos.

No obstante, fuentes internas apuntan a que solo unos 200 funcionarios se dedican específicamente a las tareas relacionadas con secretos oficiales. El resto se reparte entre labores técnicas (informática y ciberseguridad), análisis geoestratégico o misiones internacionales. Lo cierto es que España cuenta con menos espías per cápita que potencias como Francia o Alemania —y no digamos Estados Unidos— pero compensa con una estructura ágil y polivalente.

Un detalle curioso: aunque siempre se ha asociado al CNI con hombres trajeados, cada vez hay más mujeres entre sus filas. De hecho, la actual directora es Esperanza Casteleiro, toda una veterana en inteligencia.

Grandes éxitos (y algún sonado fracaso) del CNI

La historia reciente del CNI está marcada por operaciones exitosas —algunas reconocidas oficialmente— y fracasos que han copado titulares menos amables.

Entre los grandes logros destacan:

  • La detección temprana de células terroristas islamistas tras los atentados del 11-M.
  • La colaboración internacional para desarticular redes de espionaje económico y ciberataques contra infraestructuras críticas españolas.
  • El apoyo logístico en operaciones internacionales junto a aliados europeos y la OTAN.

Pero no todo ha sido impecable. El mayor borrón reciente fue la incapacidad para anticipar los atentados de agosto de 2017 en Barcelona y Cambrils. El propio CNI reconoció públicamente que “no somos perfectos”, admitiendo que la célula pasó inadvertida pese a los esfuerzos desplegados. La polémica se avivó por los supuestos contactos previos entre el imán de Ripoll y servicios secretos españoles; finalmente quedó descartada toda connivencia o negligencia dolosa tras comparecencias parlamentarias.

No menos sonado ha sido el malestar interno por decisiones políticas recientes —como el traspaso parcial del control sobre secretos oficiales desde Defensa hacia Presidencia— que amenaza con fragmentar competencias e introducir más burocracia. Según altos mandos consultados off the record: “a nosotros nos da igual dónde nos pongan, pero que sea siempre el mismo”.

La vida real tras las cortinas

Ser espía en España implica mucho más que viajes exóticos o persecuciones propias del cine. En realidad, el día a día alterna informes técnicos interminables con misiones sobre el terreno. Sin embargo, la tecnología manda. Los especialistas en ciberseguridad son cada vez más demandados frente al clásico perfil operativo.

Eso sí, sin importar el perfil del candidato, la formación es continua y el proceso de selección es tan complicado que cualquier despiste puede suponer quedar fuera antes incluso de empezar.

Si el candidato logra superar las pruebas, el sueldo inicial ronda los 28.000 euros anuales —muy lejos del mito hollywoodiense— pero puede duplicarse según responsabilidad o destino internacional. Además, debe firmar compromisos estrictos de confidencialidad… incluso tras jubilarse. De hecho, pese a que algunos directores han acabado siendo personajes reconocibles… aunque muchos exagentes siguen siendo completos desconocidos incluso para sus vecinos.

Pese a todo —o precisamente por ello— trabajar en el CNI sigue atrayendo a centenares de candidatos cada año. Lo hacen sabiendo que jamás podrán presumir públicamente ni contar anécdotas en cenas familiares.

En definitiva, convertirse en espía español exige mucho más que astucia o valentía: requiere aceptar una existencia paralela donde servir al país implica muchas veces pasar desapercibido incluso ante la propia historia oficial.

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