Agustín Jiménez – Verdadero y falso

MADRID, 2 Jul. (OTR/PRESS) –

Un cuadro del Prado que creíamos certificado por el logo de Goya ha resultado ser de un pintor sin pedigrí. En cuanto lo hemos sabido hemos recordado que nos gustaba poco. No es que su autor hubiera tenido que ser genial dado lo mucho que nos agradaba antes; a lo mejor el cuadro solo nos gustaba porque teníamos entendido que el tal Goya era buenísimo.

Muchas cosas aparentan con éxito ser otra cosa. En e-Bay ofrecían productos que parecían de Vuitton. Los chinos y bastantes paisanos de Europa del Este han realizado estupendas ganancias vendiendo perfumes hipócritas y camisas de pacotilla disfrazadas con logos prestigiosos. Como explicó bien Naomi Klein, lo que cuenta es el logo.

Los cigarros de Mark Twain no eran tan pijos como sus amigos. Una noche robó a uno de ellos tabaco de marca, le cambió la etiqueta por una vulgar que él consumía y se lo ofreció a un grupo de comensales finolis, que, desalentados por el logo, declararon infumables los exquisitos cigarros.

Hay juegos de apariencias raros que van de más a menos. Es ilógico que un actor guaperas como Pierce Brosnan vaya a interpretar en cine a Tony Blair a quien, antes de convertirse en un embustero, le crecían por todas partes los dientes, la nariz y las orejas. Sus asesores tenían que limárselos. Brosnan ahora lo va a embellecer. Hace pensar en el vinagre que la gente del Norte de Europa paga a precio de oro porque se anuncia como francés.

En la reciente Eurocopa, suecos y alemanes con reputación de fair play atacaban con grosería las pantorrillas de los contrincantes mientras los rusos bárbaros y los bárbaros españoles desempeñaban el papel de caballeros. Harta de ser la de siempre, España ganó el premio gordo, haciéndose trampas a sí misma y el bobo de Aragonés reveló ser un genio. Casi no pudieron con Italia, que nos sigue dando vueltas. De siempre se ha dicho que los italianos acaparan aceite de Baena y otros olivares excelentes y lo comercializan como italiano, que suele ser peor. Han comprendido que, a veces, lo verdadero tiene que falsificarse para lograr ser auténtico.

Agustín Jiménez.

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