Andrés Aberasturi – Historia de una lapidación


MADRID, 7 (OTR/PRESS)
Conviene advertir que esta columna, salvo imprevistos de última hora, no va a resultar políticamente correcta. Porque cuando se nos llena la boca defendiendo altos valores ético/morales, asistir al linchamiento de un ser humano en televisión, con premeditación y alevosía, resulta algo despreciable y hasta un poco repugnante.

Y eso pasó el otro día en «La noria» de Tele 5 con la novia del agresor de Neira, una muchacha desbordada por los acontecimientos que -y esto debe quedar claro- nunca debió aceptar acudir al programa previo pago, como tampoco debió la cadena pagar semejante espectáculo y menos aun repetir un par de semanas después en vista de los buenos resultados de audiencia.

Pero dicho esto, la entrevista con la señorita Violeta (que así se llama) fue una lapidación dialectica y mediatica en toda regla donde se llegó a proponer como jurado al público para que opinara si la creían o no, sabiendo, claro, que el resultado era que no. Por sorpresa -eso parece al menos- se sacó el testimonio de un ex compañero de cárcel del agresor «que se puso en contacto con Tele 5» y la cadena o el programa, riguroso con las fuentes, se aseguró de que efectivamente el ex convicto lo era y, efectivamente, había compartido patio con el agresor, lo cual presuponía ya para el colmo de la verosimilitud. Nada se dijo de lo que el ex convicto, cuando se puso en contacto con Tele 5, cobró o dejo de cobrar a cambio de semejantes declaraciones.

Violeta -a cambio del dinero que le diera la cadena, por supuesto- se convertía así en un ser indefenso frente a las acusaciones que le llegaba por todos lados. Es muy posible que la chica mienta o que se equivoque en su actitud, pero el juego tenía trampas: el presentador y la «narradora» que le acompañaba en la entrevista, se manejaban frente a la cámara con la soltura, y por tanto las superioridad, de dos profesionales ante una muchacha envuelta en una vorágine dramática que claramente la supera. Pero si esa superioridad dialéctica no era ya bastante, la sucesión de vídeos que se guardaban en la manga y fueron soltando para arrinconar aun más a la «invitada» -incluidas las declaraciones del ex convicto- dejaron a Violeta en una situación de indefensión e inferioridad tan manifiesta, tan evidente, que aun sin compartir en absoluto su interpretación de los trágicos hechos -como es mi caso- me volvieron radicalmente en contra de lo que a todas luces era un abuso evidente.

No pretendo esta columna ser una crítica a un programa de televisión sino trascender la anécdota para poner de manifiesto hasta qué punto somos capaces de pasar por lo que sea con tal de que el espectáculo continúe aun habiendo un hombre entre la vida y la muerte. El respeto que se le pide a Violeta para ese hombre es también el que todos deberíamos tener y no utilizarlo como coartada para generar lapidaciones de ningún tipo. Se me volverá a decir que la solución era sencilla: que no se hubiera prestado a ir; y es verdad, lo dije antes. Pero también vuelvo a repetir que si la cadena no la hubiese llamado y pagado la primera vez, el escándalo no se habría producido y, una vez producido, ¿por qué se la vuelve a invitar y a pagar -me da igual cuánto- pese al rechazo teórico que produjo su primera aparición? Que cada uno se responda como quiera.

Me da pena por Jordi, el presentador, pero sé que no faltarán voces que defiendan, justifiquen y hasta ensalcen este programa. No será la mía. No puede valer todo, pero ya es inútil repetir esta frase; la información es la información, te dicen, y bajo ese paraguas parece que cualquier cosa es válida. Bueno, ellos sabrán, pero aunque sé que les importa un bledo, humildemente ya les digo desde aquí que yo, al menos, me bajo de esa «Noria».

Andrés Aberasturi.

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