Fernando Jáuregui – Algo tiene que pasar en el PP


MADRID, 2 (OTR/PRESS)

Voy a decirlo de entrada: me encuentro entre los convencidos de que Mariano Rajoy tiene muchas posibilidades de ser presidente del Gobierno de España en 2012. Parecería lo lógico tras dos legislaturas de mandato socialista, con un Zapatero que va desgastándose por los avatares de una crisis internacional que está afrontando con decisión, pero casi nadie está seguro de que, además, con acierto. El hombre afortunado, el optimista antropológico, heredó una economía de gigante con los pies de barro -pies de ladrillo y de paella, para ser más exactos_y no ha sabido, o podido, consolidar la estatua del coloso; ahora, los españoles sabemos que la estatua no era tan gigante, ni tan sólida, como para permitirnos vivir como vivíamos. Y eso, claro está, no nos gusta.

Y entonces, ante las vacilaciones del elenco gubernamental, ante las críticas casi generalizadas de los especialistas, la gente mira hacia la otra acera, aquella en la que está enclavada la sede del Partido Popular, en la madrileña calle Génova. ¿Está Rajoy más capacitado que Zapatero para gobernarnos? Lo ignoro. Teóricamente, su bagage intelectual no tiene por qué ser superior, ni se le conocen estudios teóricos o lecturas profundas mucho más allá de los que adornan al jefe del Ejecutivo. Y en la asignatura de idiomas, más de lo mismo.

Tampoco creo que Mariano Rajoy sea más honrado que Zapatero -los dos lo son a carta cabal, me parece-. Pero no existe la sensación de que todos, en el PP, lo sean, o lo hayan sido: tiene que combatir esta idea que está surgiendo a raíz de algunas informaciones periodísticas -todo lo desafortunadas, arteramente filtradas o malintencionadas que ustedes quieran, pero ahí están-.

Antes que nada, tiene que poner orden en su partido y reaccionar, él -no Francisco Camps, o no solamente Camps, como exigen los del «aparato»-, con contundencia. Desde que perdió las elecciones de marzo de 2008, Rajoy ha sabido, con galaicas cautelas pero avanzando a zancadas, consolidarse al frente de un partido que a punto estuvo, en el congreso de Valencia del año pasado, de sublevársele.

Digamos que Rajoy parece más fiable que Esperanza Aguirre -que, de todas maneras, resolvió con firmeza los primeros casos de «corrupción Gürtel en Madrid, aunque se salió por la tangente a la hora de investigar los espionajes en su propia organización-. Y más que Francisco Camps, cuya honestidad nadie se atreve a desmentir frontalmente, pero que se ha dejado envolver patentemente con malas amistades y no ha sabido salir de las trampas que le tendieron, sin que siquiera haya acertado a la hora de señalar quién o quiénes se las tendían.

A mí me parece también mucho más fiable Rajoy que Alberto Ruiz Gallardón, el ambicioso alcalde de Madrid, que ha visto ya cubierta estos días preolímpicos su enorme ambición de titulares en la prensa. El gallego se ha quedado, así, solo en el «sprint» frente a Zapatero, y en los próximos meses va a iniciarse un duelo al sol que desembocará en las elecciones de marzo de 2012. Una fecha que está mucho más cercana de lo que parece, entre otras cosas porque, en el intermedio, veremos muchos acontecimientos.

Así que creo que puede afirmarse ya, contra lo que algunos decían hasta hace no mucho, que Rajoy es ya el único aspirante al sillón de La Moncloa, amparado, en teoría, por la totalidad de su partido, en el que se han difuminado los opositores -Juan Costa, Ignacio González, Gallardón o su propia «jefa» Esperanza Aguirre–. Rajoy, que tiene ventajas sobre Zapatero y también algunas desventajas en la comparación con el trepidante presidente del Gobierno, parece ser el mejor de los suyos para disputar la gran final.

Pero no llegará al que él desea -a veces da la impresión de que no demasiado fervientemente, la verdad_que sea su destino si no arregla ya las cosas en su partido. Los escándalos de Madrid han perdido fuerza, parece, aunque el «juicio Gürtel» promete ser de órdago, cuando se celebre, sin duda dentro de esta Legislatura. Finalmente, la dirección «popular» logró sortear el enorme escollo que representaba el ya ex tesorero del partido, Luis Bárcenas.

Ahora, ahí está el reto más fuerte, peor incluso que el «congreso de los levantiscos» en Valencia: nada menos que el president de la Generalitat valenciana, Francisco Camps, cuestionado. Puede que no personalmente, pero sí es cierto que en la opinión pública gana terreno la sensación de que había demasiadas cosas pringosas en el PP valenciano. Y lo peor, al menos para mí, es la falta de explicaciones, las respuestas esquivas, a veces hasta ofensivas, a las lógicas preguntas de los periodistas. Lo menos que puede decirse es que la «crisis Gürtel» no se está encarando bien, ni en el PP valenciano ni en el cuartel general de la calle Génova. Y no serán almuerzos secretos en paradores teóricamente discretos los que desatarán el nudo gordiano de las sospechas ciudadanas.

Puede que sea la hora más difícil para Rajoy. Está ante la última amenaza: la de tener que enfrentarse con el «barón de barones», un hombre que, como Camps, atesora muchos miles de votos. Ya se enferntó, a su manera, a Esperanza Aguirre, y la cosa quedó en tablas aunque la «lideresa» perdió cualquier posibilidad de sucesión en la presidencia del PP. Camps ha sido quien más ha apoyado a Rajoy, quien lo sostuvo en los peores momentos. Pero ha pedido manos libres en Valencia, sin interferencias, y está enfurruñado con las exigencias que le transmiten desde Madrid para que prescinda de colaboradores cercanos. No solamente el futuro de la Generalitat valenciana está en juego, dependiendo de que el aún duo Camps-Rajoy acierte o no: probablemente en este envite se juega averiguar quién se sentará en La Moncloa dentro de dos años y medio. O menos.

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