MADRID, 13 (OTR/PRESS)
No sabe uno cuándo se van a normalizar las cosas, cuándo se van a aquietar las aguas, en estas formaciones políticas que Dios y nuestra propia ofuscación nos han dado. Me cuentan que el Gobierno anda enzarzado en el «y tú mas» a la hora de echarse las culpas por la desastrosa gestión de la crisis del «Alakrana». Y nos dicen que la oposición, es decir, el PP, celebra su convención catalana, con todos los pesos pesados (bueno, casi todos) juntos, pero de ninguna manera revueltos, en la idea de que algo hay que hacer para llegar a desbancar a los socialistas de La Moncloa, ahora que pintan bastos para los gubernamentales.
Así afrontamos el fin de semana: con la crisis del Alakrana a flor de piel, aunque con expectativas de que nuestros marineros vuelvan pronto a casa (previo pago, pero eso es algo de lo que nadie, a estas alturas, debe escandalizarse), lo que no disminuye los niveles de confrontación interna y de echarse las culpas los unos a los otros en el seno del Ejecutivo. Y, por el otro lado, con una parte de la oposición ejerciendo de oposición al líder de la oposición, valga la enorme redundancia: Rajoy sabe ya perfectamente, dicen, quién está a su lado y quién, diciendo estarlo, no lo está.
Porque, por ejemplo, ¿por qué no acude Aznar, gran mentor de Gallardón, a la conferencia de Barcelona? Quizá por cansancio de sus muchas correrías por el mundo, o quizá porque no le han asignado el papel que él quería. O tal vez porque se trata de debilitar a Rajoy a base de ausencias, aunque, más allá del morbo, no creo que el ex presidente sea muy echado de menos: vale más por lo que calla, que últimamente es poco, que por lo que dice, que en los últimos tiempos es bastante.
Es triste que, en cuanto aparece la primera crisis política importante, y el secuestro del «Alakrana» lo es, las fuerzas políticas aprovechen para arremeter las unas contra las otras. Y, más triste aún, que no pierdan la oportunidad de meter el dedo en el ojo a sus propios correligionarios. Claro que, tras todo lo que ha ocurrido esta semana con salidas de tono de Camps, de la ministra Bibiana Aído y hasta del portavoz de la Conferencia Episcopal -Dios nos coja confesados–, ya nada me impresiona ni nos puede extrañar. Qué país, Señor…