Cayetano González – El mal ejemplo del diputado Uriarte.


MADRID, 25 (OTR/PRESS)

A las personas que están en la vida pública hay que exigirles una especial ejemplaridad en su conducta, en sus actuaciones públicas y también privadas, porque al final cuando uno está en el «escaparate» de lo público, de privado no hay prácticamente nada. Esa ejemplaridad es exigible por muchos motivos, entre otros no menor, porque para muchos ciudadanos, les hayan votado o no, esos personajes públicos se convierten en sus representantes bien sea en un ayuntamiento, en una diputación, en un Parlamento autonómico o en la sede de la soberanía nacional, es decir, en el Congreso de los Diputados.

Un diputado del PP, Ignacio Uriarte, acaba de ser «pillado» en una actuación ciertamente reprobable. Resulta que el citado diputado tuvo el pasado fin de semana, a las siete de la mañana, un accidente de tráfico en pleno centro de Madrid, en la calle Serrano -donde las zanjas del alcalde Gallardón todavía persisten para tormento de los sufridos ciudadanos madrileños- arrollando por detrás con su coche a un vehículo que estaba parado en un semáforo. El diputado Uriarte fue sometido a la prueba de alcoholemia y dio positivo, concretamente, con una tasa del 0,55 por ciento, el doble de lo permitido por la ley. Como consecuencia de todo esto, y a la espera del juicio correspondiente, el diputado popular ha dimitido de su puesto en la Comisión de Educación Vial del Congreso de la que formaba parte, lo cual parece que tiene su lógica. Pero el diputado Uriarte no ha considerado necesario dimitir de nada más. Es decir, dejar su escaño de diputado.

Se da la circunstancia, claramente agravante en este caso, que Uriarte es, al mismo tiempo, el presidente de las Nuevas Generaciones del PP, con lo cual los jovencitos cachorros populares podrán mirarse en un espejo no ciertamente ejemplar. Pero eso no parece que haya importado ni mucho ni poco a los dirigentes del PP, que empezando por Rajoy y siguiendo por Cospedal o por Soraya Sáenz de Santamaría han salido a respaldar al diputado Uriarte y a decir que consideran un exceso que se pida que por unas copas de más deje su escaño en el Congreso. Incluso han argumentado que cualquier puede tener un «error». Efectivamente, todos podemos tener «errores», pero en la vida pública se pagan con la dimisión fulminante.

La clase política española se parece cada vez más a una casta, con todas las connotaciones negativas que este término conlleva. Una casta encerrada en sí misma, mirándose continuamente el ombligo, protegiendo y cuidando sus chiringuitos, alejándose cada vez más del sentir de los ciudadanos. El caso de Uriarte es un claro ejemplo de ello, pero no el único. En un país normal, Uriarte tenía que haber dejado ya su escaño, pedir perdón -cosa que sí ha hecho- y dejar de ser el responsable de los jóvenes del PP. Aunque también es verdad, que en un país normal, Bibiana Aido no sería nunca ministra, ni Leire Pajín número tres del PSOE, por poner sólo dos ejemplos de las filas socialistas.

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