Fernando Jáuregui – Si Lenin levantara la cabeza… ¿se haría de la CUP?


MADRID, 11 Ago. (OTR/PRESS)

Hice la preceptiva cola en la Plaza Roja de Moscú para ver la momia de Lenin, en los estertores de la Unión Soviética. Comenté a mi acompañante, un ex alto cargo de un partido de izquierda en España, que no estaba seguro de que el camarada Vladimir Ilich Uliánov, cuya reproducción cerúlea contemplábamos, se hubiese sumado entusiasta a lo que luego ocurrió en la URSS, que ahora es «esta» Rusia de Putin. Hoy, a la vista de la utilización que la CUP catalana hace del célebre cartel de la revolución de octubre, la barrida de capitalistas, eclesiásticos y demás «traidores a la clase obrera», me pregunto qué haría Lenin si levantase la cabeza y viese esa versión cupera de su cartel: ¿se afiliaría Lenin a la CUP? ¿Se haría de Arran para barrer, además de al Rey, a Rajoy, al torero Padilla, a Florentino Pérez, también a los turistas?

Claro, los tiempos de los zares no son los de esta Europa «burguesa», ni las «libertades» que se vivían antes de Lenin (y después de Lenin, desde luego) son las mismas de las que hoy gozamos, también quienes se colocan del otro lado del sistema, atribuyéndose el liderazgo de la izquierda, aprovechando la confusión que la izquierda vive en toda Europa, pero me parece que hoy, sobre todo, en España. Y más aún en Cataluña, que es territorio que, naturalmente, se incluye en España, guste o no a la CUP.
Yo no estoy muy seguro de que el proyecto primigenio de Lenin hubiese evolucionado con los tiempos, como, al final, lo hizo, al margen del camarada Vladimir, el concepto de comunismo, de socialismo y, sobre todo, de socialdemocracia: el caso es que lo bueno que hubiese podido tener -que algo era, pero ni mucho menos todo_ el primer pensamiento de Lenin, se estancó y pervirtió con Stalin. Pero de lo que sí estoy bastante convencido es de que el camarada Ilich Uliánov no estaría pinchando bicicletas, ni pintando carteles con turistas como diana; me parece que un concepto, ya digo que adaptado a los tiempos y superando tentaciones leninistas, de lo que ha de ser la izquierda, tampoco incluiría la prohibición de los toros. O el aplauso a Nicolás Maduro. O considerar «casta» despreciable a quien no piensa como nosotros.
Y, ya que estamos, ¿es el independentismo patrimonio de la izquierda, cuando quienes lo promueven proceden de un muy burgués y conservador pensamiento? No sé yo si el referéndum secesionista hubiese sido muy aplaudido por el internacionalismo del «agrupémonos todos», no sé. O, regresando a la cosa urbana, ¿es el furor antiautomóvil de algun@s regidor@s municipales un distintivo de progresismo sin contaminar? ¿izquierda es procurar que los viajeros hagan colas interminables en un aeropuerto y hala, que se chinchen?

He puesto algunos ejemplos que me vienen, desordenados, a la cabeza, como desordenadas están las figuras a las que la CUP pretende barrer no de España, sino exclusivamente de Cataluña. Ya lo hizo Podemos con su famoso, efímero y hoy a Dios gracias olvidado autobús: el dazibao ambulante mezclaba figuras de conducta reprobable con otras que son, simplemente, representación de las instituciones, o de la voluntad de las urnas. Ellos se convierten en jueces y parte de quién es bueno o malo, y los ponen, a quienes ellos deciden que son «malos», en la picota. Y aquí nadie, ni en la izquierda, ni en la derecha, ni en el centro, pone el grito en el cielo ante el abuso de la libertad de expresión que practican esos juzgadores implacables, que lapidan alzándose con la exclusiva de la verdad y la ética.
Me parece que una de las cosas urgentes que tenemos que solventar en este país es el deslinde entre unas izquierdas, otras y otras. Clarificar, vamos. Así, en Castilla-La Mancha se ha dado un acuerdo, que algunos interpretan como un primer hito para ampliarlo a escala nacional, entre el PSOE de García-Page (digo bien; hay otros PSOE»s) y el Podemos castellano manchego (creo que también hago bien en precisar al respecto). Y no he escuchado un análisis coherente, claro, inequívoco, ni por parte de la dirección de Ferraz, ni por la de Podemos (Echenique ha dicho una cosa; otros, otras) de lo que ese paso tan importante, dado con agostidad, puede significar.
Claro que también me faltan voces sobre lo que está ocurriendo en Venezuela. O en El Prat. Y añoro algunas reacciones sobre lo de la escoba de la señora Gabriel, más allá del cabreo de los de Puigdemont* solo porque en el cartel se incluye, entre los barridos, a Artur Mas. Me parece importante escuchar a Pedro Sánchez dando su opinión, que por su cargo causa estado, sobre muchas cosas: pero anda como ausente. Y creo que desde Podemos tienen que fijar líneas divisorias, para desmarcarse de los excesos antiturísticos, antitaurinos, anti casi todo, de unos grupúsculos instalados en la «gran barrida», de momento limitada a acciones en Cataluña y, en menor medida (hasta Otegi se ha distanciado de la loca oleada contra el turismo), en Euskadi.
Pero, si nadie con voz sensata lo impide, el incendio de la locura acabará extendiéndose a otras comunidades, a otras capas que abominan del «statu quo», haciendo una enmienda de totalidad a este sistema. Que, ya digo, no es precisamente el zarismo. Claro que tampoco los pensadores de Arran tienen exactamente el cerebro de Lenin (antes de la momificación, desde luego). Retrotraerse, a la hora de equiparar cartelería, a lo que ocurría hace cien años (se cumplen, por cierto, en noviembre, que es cuando ocurrió la revolución de octubre), es, simplemente, una demencialidad más. Y si la izquierda-sensata no sabe diferenciarse con suficiente rotundidad de esa otra sedicente izquierda-extremada, lo que hará será reforzar a la derecha, que se presentará como garantía de lo establecido, del orden, de lo previsible. Y ello, aunque algunas voces de esa derecha, provocando accesos de tos en sus filas, se proclamen ahora «revolucionarias», contribuyendo, desde luego, a la enorme ceremonia de la confusión que padecemos.
Ya digo: si Lenin, figura controvertida en la Historia donde las haya, levantara la cabeza, sospecho que preferiría volver a su estado momificado, allá en su mausoleo, monumento que ahora el nuevo zar de todas las Rusias estudia, me dicen, ubicar en otro lugar menos notable y transitado, porque sic transit gloria mundi. Incluyendo la gloria del líder bolchevique que quiso controlar el mundo.

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