Javier De Lucas: “Bellum ómnium contra omnes”. Leviatán y los ardides de la Razón

Javier De Lucas: “Bellum ómnium contra omnes”. Leviatán y los ardides de la Razón

Ya no existe duda alguna. Ya no podemos decir que esto o aquello no puede pasar en España a estas alturas del siglo XXI, en el seno de la Europa cuna de la cultura y la civilización de progreso. Ya es una realidad hecha pública en sede parlamentaria, la voluntad del Ejecutivo de legislar con la decisión irrenunciable de controlar el Poder Judicial.

La claridad con la que Montesquieu definió y justificó la creación del tercer Poder, fue más que meridiana: ser el bastión ante la corrupción, en cualquiera de sus formas, en el seno del propio Poder político y, consecuentemente, ser el garante final de la unidad del Estado, las libertades y la igualdad de todos ante la justicia.

Es tan enloquecida e incoherente la carrera que ha emprendido este gobierno, que hasta se puede pensar, sin riesgo de equivocarse, en si lo que se está produciendo ¿no será una venganza del presidente hacia su propio partido por ser quien en su día lo defenestrara? Porque, a la vista de las circunstancias, y teniendo en cuenta la aportación que se hizo (in illo témpore) desde las filas del PSOE a nuestra democracia, es razonable pensar que lo primero que agravia es al ideario de su partido.

Es evidente, lo ve hasta el más fundamentalista, que se está llevando a cabo una política, desde el seno del Ejecutivo, contra el sistema democrático establecido recogido en la Constitución, y sancionado por la mayoría ciudadana. Es tan manifiesta, despótica y descarada la deriva antisistema en la que se ha atrincherado este gobierno esgrimiendo el progresismo mendaz y la injuria, contra las más altas instituciones, que uno no tiene más remedio que dudar de la salud mental de nuestros gobernantes; porque, no es normal ni cabe más que en mentes obtusas arramblar con todo lo establecido sin el mínimo respeto a nada y sin la mínima intención de consenso. Todo obedece a intereses personalísimos, ni siquiera partidistas, sin fundamento ético ni jurídico ni social ni profesional ni técnico ni experimentado en la ciencia política… Todo cuanto han emprendido gira en torno al solipsismo de un presidente que no muestra el mínimo pudor por su ofensiva petulancia, por su desprecio al pensamiento plural y por su ambición de poder absoluto; todo ello, tan lejos de la actitud de un verdadero Presidente que se precie de sustentar el cargo de servidor público, abierto al diálogo y la concordia, al consenso y la crítica heurística de ideas. Nunca nadie, desde el propio Poder, ha sembrado tanto odio e infligido tanto daño a España como el actual presidente; esto significa un salto permanente, un salto de volatinero, desde el Poder hacia un mayor Poder: la tiranía distópica. Y sólo hay un responsable, el Presidente, cuyas simpatías de sus adláteres sólo se mantienen por la factura de admiradores tiralevitas, que le bailan el agua, mientras dure la indolencia de esta oposición que permanece en la inconcebible inoperancia.

Porque, resulta imposible creer que de los partidos del gobierno no haya ni un hombre cabal en las filas de sus parlamentarios ante tanta ignominia, y, por ampliación, a sus correligionarios que saben perfectamente, en su fuero interno, que se ha violado reiteradamente “El Espíritu de las Leyes”.

Ellos odian la iniciativa privada, porque consideran que sólo sirve para enriquecerse de forma malsana y espuria; pero, hacen del Estado “su” iniciativa privada para enriquecerse.

Cuando oímos la retórica de un dictador en ciernes, lo primero que sorprende es su intención de crear un lenguaje nuevo, neologismos que pretenden pasar desapercibidos, pero que a su vez contienen una gran carga disuasoria hacia al lenguaje formal que, por su importancia, encierra conceptos de verdad aceptados éticamente; es decir, aceptados por la costumbre que termina formalizando las leyes del leguaje. Las palabras no son meras expresiones para nombrar cosas, son, además, significados de lo que hay oculto en ellas, signos que hacen aflorar nuestros sentimientos afectados. Todos sabemos o intuimos o confiamos, cada cual a su manera, en la veracidad de lo que significan, los vínculos que existen con las ideas; porque lo más importante es que afectan a nuestras pasiones induciendo a nuestro pensamiento hacia lo que realmente nos permite comunicarnos formalmente. Cuando se cambian las palabras, no sólo se cambian los conceptos, se cambian sobre todo las ideas. (Sólo un ejemplo: “nueva normalidad”, en un término que por su naturaleza de “normal” no puede mutar. Normal es un universal que encierra la idea de inamovible, de quietud, de estabilidad, de seguridad, de felicidad al fin… En el caso que nos ocupa, “nueva normalidad”, significa nuevo Estado. Leviatán.

Uno de los pasos decisivos para la creación del nuevo estado, Leviatán, es hacer tabla rasa de la moral instituida, crear una sociedad natural e impiadosa, en la que todos tienen derecho a todo, incluso a la vida del otro. Ni que decir tiene que, siendo este derecho natural un derecho a disponer hasta de la vida del otro con tal de que la suya no corra peligro, como el más extremo, el derecho a poseer lo que sea a toda costa es algo cotidiano; la ambición hacia la riqueza, a la auto concesión absoluta ante las pasiones, hace que en una sociedad de “naturaleza” se conviva con el miedo entre sí, lo que hace, a su vez, estar en estado defensivo, un estado de infelicidad, un estado de guerra permanente en una sociedad igualitaria por naturaleza, un estado de “todos contra todos” (“Bellum ómnium contra omnes”). De modo que, como resalta Hobbes “La guerra no consiste sólo en batallas o en el acto de luchar, sino en un periodo en que la voluntad de confrontación violencia es suficientemente declarada.”; sin que en ningún momento se pueda concebir una sociedad civil en la que la norma, el valor consecuencia del esfuerzo personal y el orden establezca el respeto mutuo y la convivencia pacífica de todos. Es decir, todo aquello que debemos entender como valores universales: principios rectores de la vida sin los cuales no podría concebirse.

No por mucho que Sánchez insista con sus ideas demenciales le va a ser posible cambiar la dialéctica de la Razón en una dialéctica torpe; es decir, ni prudente ni justa ni fuerte ni templada, como diría Cicerón. El argumento que esgrime Sánchez con la nueva normalidad y la mendaz promesa de todo para el pueblo y por el pueblo, es un burdo “ardid de la Razón”, como ya lo definiera Hegel; para con la pobreza creada por el Gobierno-Estado y la enfermedad generada por la pobreza, el miedo y la violencia recrear el nuevo Estado de normalidad. Un Estado (Leviatán), superior al poder individual y a la religión, paternalista, que todo lo puede y soluciona siempre que todos los individuos cosificados se entreguen a ese Estado, integrándose en un Cuerpo de pensamiento único: suma de individuos de naturaleza libre, a cambio de la seguridad y garantía, no ya de leyes naturales, sino civiles, que prometen libertad y amparo a cambio de ese estado de guerra natural de “todos contra todos”. Pero eso sí, leyes civiles, humanas, intervenidas por ese Gobierno-Estado. Así, el Estado, se convierte en “nuevo ídolo” para un pueblo convertido en esclavo sin identidad.

Bien claro lo describe Nietzsche: [“Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos. Es frío incluso cuando miente; y ésta es la mentira que se desliza de su boca: “Yo, el Estado, soy el pueblo”

¡Es una mentira! Creadores fueron quienes crearon los pueblos y suspendieron encima de ellos una fe y un amor: así sirvieron a la vida.

Aniquiladores son quienes ponen trampas para muchos y las llaman Estado: éstos suspenden encima de ellos una espada y cien concupiscencias.

Donde todavía hay pueblo, éste no comprende al Estado y lo odia…

Pero el Estado miente en todas las lenguas del bien y del mal; y diga lo que diga, miente, y posea lo que posea, lo ha robado.”]

La Historia nos está advirtiendo constantemente de que el peligro acecha a nuestra sociedad. Y no terminamos de entender que el silencio de los justos es lo que da alas a los inicuos que, paso a paso, van degradando una sociedad justa, libre y democrática hacia la distopía.

Ahora es la Justicia quien debe actuar, con todos los poderes que le confiera la Ley, contra toda iniquidad y contra todos los que pretendan hincarnos de rodillas ante ellos.

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