Fernando Jáuregui

Cataluña: Afers exteriors

Cataluña: Afers exteriors
Fernando Jáuregui. PD

He de advertir que usualmente concedo poco peso a lo secundario, excepto cuando lo secundario es un índice inequívoco de lo principal. Así, me niego a escandalizarme, contra lo que hacen otros comentaristas, por el hecho de que los socialistas hayan cedido senadores a ERC y a Convergencia para que puedan formar grupo parlamentario en la Cámara Alta: «eso es dar voz a los separatistas», claman algunos, cuando yo pienso que lo que se hace es dar voz a todos los que se han ganado un escaño en nuestro Parlamento, para que allí, en la institución, puedan expresarse.

Como tampoco he querido elevar gritos airados a los cielos cuando determinados ayuntamientos escondían bustos del Rey emérito o no hacían ondear la enseña nacional en lugar tan destacado como la bandera merece y debería, según la normativa legal.

Creo que la normalidad, incluso a veces mirando hacia otro lado, ha de ser la regla de convivencia por la que nos debemos regir. Y ello incluye mi contrariedad ante el hecho, también muy aplaudido por algunos sectores ‘de Madrid’, de que el Rey no haya querido recibir a la presidenta del Parlament catalán cuando pidió audiencia para comunicar de viva voz al jefe del Estado el resultado de la sesión de investidura que dio con Carles Puigdemont en la presidencia de la Generalitat. Hablando se entiende la gente -que dijo precisamente el Rey emérito tras una entrevista con otro presidente del Parlament catalán, de Esquerra y, claro, independentista–, y Felipe VI, cuyo papel he elogiado siempre excepto en este caso, tiene como función primordial ser el Rey de todos los españoles, incluso de aquellos que no le quieren ni como Monarca ni quieren tampoco ser españoles.

Con eso quiero decir que a mí lo que me asusta de todo cuanto nos está ocurriendo es la violación de la normalidad, que es algo que, llevado a los extremos, deriva en violación flagrante y explícita de la legalidad.

Pienso que nos estamos llenando de ejemplos en los que se bordea esto último, y que el rumbo que se estaba imponiendo a esa ‘deriva separatista’ en el ‘procés’ catalán empieza a traspasar lo que últimamente tanto se cita, las líneas rojas, en no pocos aspectos.

Un ejemplo, entre otros varios posibles: me pregunto si designar a Raül Romeva, super-independentista -nacido, para que la gracia castiza no se pierda, en Madrid– y políticamente anodino, nada menos que ‘conseller d’afers exteriors’ no incide más en lo ridículo que en lo potencialmente inconstitucional, dado que las relaciones exteriores se reservan como competencia -y así debe de ser en un Estado que funcione bien– del Gobierno central.

Cierto: la Generalitat catalana ha abierto ‘embajadas’ que, en aras de procurar esa normalidad entendida como ausencia de tensiones, han sido oficialmente vistas como meras representaciones comerciales u oficinas de ‘lobby’, por llamarlo de algún modo. Pero creo que no se debe, ni puede, ir mucho más allá: España no puede permitir que Cataluña se presente ante el mundo como un Estado ya independiente. Y eso, me temo, es lo que va a intentar el ‘ministro’ (ejem) de ‘afers exteriors’.

Este sí es, en mi opinión, un tema nuclear. Porque nunca antes autonomía alguna, incluyendo la catalana, quiso ir tan lejos como ahora, al parecer, se pretende, y hablo, de momento, de la diplomacia. Y estamos, por tanto, ante el desafío quizá más grave para el Estado desde que el proceso independentista, incluyendo el desprecio a la Constitución y a las instituciones, se puso en marcha.

De ahí la inoportunidad de tener un Gobierno en funciones, que es como tener la estructura exterior al sesenta por ciento de su capacidad, como mucho. Y, de ahí, las consecuencias primeras del error de Mariano Rajoy, no habiendo hecho coincidir las elecciones generales con las catalanas, con lo que mucho de lo que ahora tenemos y, sobre todo, no tenemos, nos lo hubiésemos ahorrado.

Así, esa normalización de la vida pública que reclamo para mi país se está haciendo verdaderamente difícil. Por la provisionalidad en la que España está hoy instalada -cuántas cosas, incluyendo inversiones extranjeras, están hoy paralizadas– y por la miopía de gobernantes a uno y otro lado de esa imaginaria e indeseable ‘raya’ que algunos, locos, quisieran convertir en frontera.

Porque anda que pretender tener a un Romeva como ‘ministro’ (a su aire) de ‘afers exteriors’… Solo comparable a poner a Junqueras, el de la República anticapitalista, como ‘superministro’ de la economía catalana. No hay mucho más que decir: se avizora la catástrofe. Solamente habrá que cuantificar cuántos cascotes van a caer sobre las cabezas de cada uno de nosotros con tanto dislate.

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